España - Castilla y León

Sonido, sonido, sonido

Samuel González Casado
miércoles, 2 de abril de 2025
Krzysztof Urbański © ONE Krzysztof Urbański © ONE
Valladolid, sábado, 22 de marzo de 2025. Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Krzysztof Urbański, director. Bedřich Smetana: El Moldava. Wojciech Kilar: Krzesany. Antonin Dvorák: Sinfonía n.º 9 en mi menor, op. 95, “Del nuevo mundo”. Ocupación: 98 %.
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Especial velada la que la OSCyL dedicó a música de inspiración folclórica y en la que hubo una pequeña intervención de los niños del proyecto social Miradas. Lo cierto es que el público había tomado esta colaboración como el asunto diferente respecto a otros conciertos de abono; pero lo verdaderamente especial estuvo en el director, Krzysztof Urbański.

Urbański tiene un estilo que desarrolla con un código gestual intransferible, muy esteticista, relacionado con la fluidez y sobre todo con el más absoluto control. Ignoro cómo habrán sido unos ensayos en los que el concepto del director implica un sonido específico de la orquesta y su total equilibrio, pero me los imagino intensos. 

Los resultados fueron fascinantes por momentos: desde unos tempi en general rápidos, logró lo que muchas veces parece imposible: que técnicamente todo esté en su sitio. Las gradaciones dinámicas fueron simplemente perfectas, y la música llegaba de forma prístina y además creativa: figuraciones de las maderas que transitaban por los tutti de forma graciosa, cuerda siempre presente y repleta de color, metales protagonistas en momentos muy específicos que jamás se antepusieron a nada… Cualquier desorden hubiera sido inconcebible.

Urbański es, además, el rey del fraseo en forma de arco: todo tiene un principio y un final, y además provoca algo. No existe la más mínima concesión a tradicionales retenciones, y juzga que un contraste lírico no implica nada especial en cuanto al tempo: la información debe surgir de la combinación sonora. Le interesa destacarlo todo como un continuo, y no transmitir algo de forma aislada. Es un director con una capacidad estratosférica para organizar una obra desde las posibilidades tímbricas que implica una orquesta sinfónica, y también una sala.

Obra por obra, ese estilo ilumina aspectos que, sobre todo en directo, a veces pasan desapercibidos; pero evidentemente también se paga un precio, que implica la falta de emoción o plenitud en ciertos momentos. Por ejemplo, el Moldava fue aquí el río más transparente de la cuenca del Elba, y los rápidos de San Juan no escatimaron en decibelios, pero la culminación careció de grandeza o sorpresas.

La trabajadísima Sinfonía del Nuevo Mundo supuso un ejercicio de estilo que logró mucha magia (sublime Juan Manuel Urbán en el segundo movimiento) y presentó la mayoría de los pasajes bajo una luz multicolor. Como en El Moldava, en alguna culminación se echó en falta algo de emoción, aunque la del Allegro con fuoco sorprendió lo suyo con (ahora sí) el contraste de velocidades, pausas y la original planificación de cada uno de sus elementos (efecto poco integrado de los platillos como algo buscado). Krzesany lo tuvo todo y la experta interpretación fue inatacable por potencia, definición, grandeza, sentido del humor, contraste… Una perfecta exhibición sonora culminada por el gracioso desbarajuste final, en el que los niños del programa socioeducativo de la OSCyL colaboraron con todo tipo de instrumentos infantiles de viento y percusión.

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