Reggio Emilia, viernes, 24 de enero de 2003.
Teatro Romolo Valli. 'Tancredi', melodrama heroico en dos actos de Gioacchino Rossini. Libreto de Gaetano Rossi con final tragico de Luigi Lecchi (1813). Director de escena: Marco Gandini. Decorados: Edoardo Sanchi, Vestuario: Elena Ciccorella. Iluminación: Guido Levi. Gloria Scalchi (Tancredi), Cinzia Forte (Amenaide), Raul Gimenez (Argirio), Enrico Iori (Orbazzano), Gloria Banditelli (Isaura), Gabriella Colecchia (Ruggero). Orquesta Filarmonica Italiana y coro del Teatro Municipale de Piacenza. Maestro del coro: Corrado Casati. Director: Marco Zambelli. Coproduzione Teatro Municipale di Piacenza, Teatro Comunale di Modena, Teatro Comunale di Ferrara. Aforo: localidades 1200. Ocupación: 70%
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Con valor y coraje la provincia italiana enfrenta el repertorio más difícil, a menudo con resultados que alcanzan un nivel digno de los máximos –y más subvencionados- teatros 'oficiales'. Es el caso de esta nueva producción de Tancredi, la primera ópera dramática de Rossini compuesta en 1813 e inspirada en la homónima tragedia de Voltaire, que obtuvo desde su debut un éxito clamoroso y atestiguado por un critico de excepción: Sthendal en su celebre Vida de Rossini, quien estando en Venecia en la época de su estreno, recuerda como toda la ciudad, desde el más humilde gondolero hasta el más noble de sus habitantes, canturreaba entre dientes la celebre cabaletta del protagonista 'Mi rivedrai, ti rivedró'.El equipo formado por el regista Marco Gandini, joven discipulo de Zeffirelli que ya ha emprendido una carrera autónoma con buenos resultados, el decorador Edoardo Sanchi y la figurinista Elena Ciccorella, ha imaginado para este drama situado en la Sicilia bárbara del dictador 'Orbassano' –interpretado con buen peso vocal y fuerte caracterización del vilain por el excelente bajo Enrico Iori- un mundo 'post-atomico', a medio camino entre Star Treck y Retorno al futuro, de sugestiva y sugerente ambientación. La escena única, enmarcada con los restos de unos esqueletos de cemento, como testimonio de una civilización próxima pero ya destruida, estaba compuesta por un terreno 'real', con arena, rocas, y riscos de verdad, del que asomaban los restos de la antigua –pero siempre presente por su carácter evocativo- arquitectura griega: la de la Magna Grecia conquistada por los romanos.En este mundo bárbaro y maniqueísta, no hubo posibilidad de matices: los malos, y bien malos con sus sacrificios humanos para celebrar la boda entre 'Orbassan' y la desdichada 'Amenaide' –una pálida Cinzia Forte, de buena línea vocal, pero estilísticamente no perfectamente centrada en su canto, más proyectado hacia el mundo romántico de Donizetti que conservando el rigor neoclásico que caracteriza a este Rossini- los buenos, buenos. Los primeros con vestidos de pieles negras y rapados –el coro es solo masculino en esta ópera- como nazi-skins, los segundos de blanco, pero opalescentes hasta en sus largas melenas polvorientas.A buena parte del publico, en Piacenza como en la función inaugural de la temporada en Reggio Emilia, a la que se refiere esta crónica, el espectáculo gustó y mucho, sobre todo con el detalle, en la última escena, situada en un vertedero de naranjas (con el estratagema de utilizar un perfume especifico ¡que fue expulsado al momento oportuno por el equipo de climatización!), cuando el protagonista 'Tancredi' –la profesional mezzo triestina Gloria Scalchi, que sin embargo delata un descontrol peligroso en la emisión, con el riesgo continuo de desafinar, y una voz que se desdobla en todos los registros sin tener la posibilidad de realizar ni por asomo un suficiente legato- al morir, puesto que se eligió el final trágico, se aparta de los demás, cual Lohengrin alejándose en un mundo espiritual y ajeno a la brutalidad de los humanos. Hubo, lógicamente los que protestaron cuando una pareja de figurantes apareció casi en cueros para el sacrificio en el primer acto, pero esto ya forma parte de un folklore típicamente emiliano, ya que el público de esta región no deja nunca de manifestar, en lo bueno y en lo malo, siempre y sonoramente, sus opiniones a lo largo del espectaculo.Sin embargo al tenor argentino de Córdoba Raul Giménez, excepcional 'Argirio', se le reservó una acogida triunfal, puesto que su presencia, y máxime en un rol tan comprometido e ingrato, es siempre una garantía de gran clase, vocal y escénica, lo que pudo demostrar una vez más con un aplomo y un gusto, tanto en la coloratura y en los agudos vertiginosos, como en el fraseo y en el acento, matizados y incisivos, su clase y nobleza. Menos méritos, también por lo exiguo de su parte, la 'Isaura' de Gloria Banditelli, cantante que apreciamos en el repertorio barroco y que, sin embargo, en Reggio pareció un poco cansada y por debajo de su nivel, de todas maneras siempre más que suficiente. Todavía más marginal la presencia de Gabriella Colecchia, en la parte de 'Ruggero' amputada de su única aria.Cumplieron dignamente la Orquesta Filarmonica Italiana y el coro del Teatro de Piacenza, formado por jóvenes elementos bien preparados por Corrado Casati. De la batuta de Marco Zambelli esperamos inútilmente un ímpetu y una mayor participación emocional, conforme a la acción escénica, lo que es casi un delito en esta ópera de Rossini. Mantuvo con buen pulso y fuerza las riendas de una orquesta quizás difícil de dominar y consiguió una lectura correcta, pero sin brillo ni pasión. Hay veces en las que hay, también, que saber conformarse. Y el publico, una vez más, se conformó.
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