Bolonia, martes, 25 de febrero de 2003.
'La flauta mágica', fábula musical en dos actos de Wolfgang Amadeus Mozart sobre libreto de Emanuel Schikaneder (1791). Director de escena: Daniele Abbado. Escenografía: Emanuele Luzzati. Vestuario: Santuzza Calí. Coreografía: Giovanni Di Cicco. Iluminación: Luigi Saccomani. Gunnar Gudbjornsson (Tamino), Ruxandra Voda (1ª Dama), Marina Comparato (2ª Dama), Romina Basso (3ª Dama), Markus Werba (Papageno), Erika Miklosa (Reina de la Noche), Sergio Bertocchi (Monostatos), Svetla Vassileva (Pamina), Margherita Colombini, Carlotta Mirri y Giulia Colombini (Tres niños), Alexandre Vassiliev (Orador, Primer sacerdote y Segundo escudero), Reinhard Dorn (Sarastro), Elena Bakanova (Papagena), Andreas Schagerl (Segundo sacerdote y Primer escudero), Karl-Heinz Macek y Rainer Reibenbacher (Dos esclavos). Orquesta y coro del Teatro Comunale de Bolonia. Maestro del Coro: Gea Garatti. Director: Kazushi Ono. Aforo: localidades, 1300. Ocupación 90%
0,00016La Flauta mágica ha vuelto tras doce años desde su última aparición sobre las tablas del Teatro Comunale de Bolonia en la brillante y alegre producción procedente del Teatro Carlo Felice de Génova. Este fue el elemento más destacable de todo el espectáculo, la puesta en escena firmada por Daniele Abbado, con los estupendos y fantasiosos decorados de Emanuele Luzzati y los no menos inconfundibles trajes de Santuzza Calí. La llave de lectura del Singspiel ha sido expresamente y decididamente la de una preciosa fábula, sin insistencias en argumentos masónicos, esotéricos, que el texto y también la música conllevan en los pasajes más 'serios': las escenas en las que aparece la tempestuosa 'Reina de la noche' y sus caprichosas y un poco cachondas 'Damas' y, sobre todo, en la hierática presencia de los sacerdotes y oradores que obedecen a las ordenes de 'Sarastro', por otro lado también prendado de la bella 'Pamina', en su evidente y extrema protección tanto, y comprensiblemente, de la odiosa madre cuanto, y más sospechosamente, de su amado 'Tamino'.Los ritos iniciáticos, pues, se han resuelto en esta regie con unos toques discretos e inocentes de magia y misterio, evitando cargar de intenciones desmesuradas la simbología de lo oculto. Una pequeña pirámide iluminada y llevada a mano por el 'Orador', un collar con el símbolo dorado del 'hombre alicantino' como reconocimiento del poder del Sol, han sido los únicos elementos reconocibles y cargados de valor alusivo a filosofía y política, cuando lo que debe triunfar en esta ópera es el elemento fantástico y puramente onírico.Por otra parte, ni la desenfadada dirección teatral de Abbado, ni menos la construcción escenográfica iluminada de manera ideal, sugerente y acertadamente por Luigi Saccomani, ni las animaciones antropomorfas de las fieras y animales mágicos movidos por la coreografía graciosa de Giovanni Di Cicco, podían fondear en otro elemento que no fuera el humano, que en esta obra maestra tiene su epicentro en la figura de 'Papageno', el autentico protagonista en el que el publico finalmente se reconoce, dejándose elevar por su vitalidad y sentido practico, y en el que vuelca sus simpatías.Todo ello subrayado idealmente por la belleza de la música y por la agilidad del libreto, que confieren inmediatez y prontitud al personaje que, no fue una anécdota, protagonizó su mismo autor, Schikaneder, en sus primeras funciones. Eso explica la prioridad de 'Papageno' en la economía del espectáculo y la necesitad de encontrar un intérprete que pueda devolver por entero el espíritu de Comedia del Arte que aletea en la ópera, y subraye su parentesco con Arlequín.Estas condiciones se han dado en Bolonia, donde la ópera se ha ofrecido en versión original e íntegra en todos sus partes habladas, y la verdad, cuando el publico no las puede entender, sería mejor dar algún que otro tijeretazo; el aliciente de los sobretítulos es solo una opción, ya que en estos casos lo que se propone es un resumen del texto. Por otro lado hay pocas alternativas que funcionen, sin la traducción: por un lado sería tan difícil hacer actuar en italiano cantantes de una lengua madre distinta como comprobar que la dicción del alemán es correcta si los interpretes son americanos o noruegos...Laude incondicional, entonces, al barítono Markus Werba, uno de los más brillantes 'Papageno' entre los de la nueva generación. Se anunció que estaba enfermo antes de la función, sin embargo fue también evidente que la mejor medicina era la de subir al escenario. Su actuación fue soberbia en todos los aspectos, logrando inmediatamente electrizar al publico, gracias también a una mímica elocuente que no necesitó interpretes ni traductores. Desde un punto de vista estrictamente musical, además, Werba es un autentico especialista en este papel, empezando por el tocar directamente la flauta de Pan, como el homónimo Peter del cuento. Su rostro tuvo expresiones de infantil malicia, dando al personaje la dimensión del niño que ha crecido físicamente y que, sin embargo, rehusa entender las razones y los problemas de los adultos. A esta poco habitual y poética interpretación de 'Papageno', se le añaden la vocalidad clara, la dicción perfecta y una relevante y efectiva proyección de la voz. Calidades que han garantizado al joven Werba un personal triunfo.El restante reparto ha participado del éxito, subrayado por frecuentes aplausos durante la función, con puntas más evidentes hacia la 'Pamina' lírica y apasionada dibujada con delicadeza por la soprano Svleta Vassileva, de vocalidad segura en los ataques en pianisimo, de legato admirable y también de linda figura y de expresión encantadora, lo que no es un detalle indiferente.Muy aplaudida también la 'Reina de la noche' de la soprano Erika Miklosa, que ha superado con facilidad los escollos de sus dos arias, largando sin problema las cascadas de notas agudas y los gorgoritos hasta alcanzar tranquilamente y con extrema soltura el fatídico Fa sobreagudo que insidia 'Der Holle Rache', lo que ha hecho olvidar algún que otro sonido un poco aspirado.Excelente el 'Sarastro', de físico imponente y buen ver, interpretado por el bajo Reinhard Dorn, que cantó con impresionantes honduras en la zona grave y suficiente tersura en la emisión. Siempre apreciable, sea escénicamente sea vocalmente, el tenor Sergio Bertocchi en caracterizar el cameo del negro 'Monostatos'; buenas las tres 'Damas', bien administradas la Segunda y la Tercera, Marina Comparato ye Romina Basso, un poco áspera en los agudos la Primera, la soprano Ruxana Voda.Graciosa en su breve cometido la 'Papagena' de la soprano Elena Bakanova; más que honrados en su doble actividad de sacerdotes y guardianes, el tenor Andreas Schagerl y el bajo Alexandre Vassiliev; musicalmente escasos de volumen y de afinación los tres 'Genios', confiados a voces blancas.Las notas peores, sin embargo, eran las del 'Tamino' del tenor Gunnar Gudbjornsson: voz débil y blanquecina en el timbre, en evidente dificultad en el registro superior. No ha cometido desastres, pero desde luego la suya no ha sido una actuación memorable.Lo mismo se puede decir de la orquesta, de orgánico reducido, y el coro, preparado con diligencia por Gea Garrani. Respondían a la batuta del maestro japonés Kazushi Ono, que ha realizado una dirección sin desequilibrios, sin sorpresas de ningún genero, en una ópera que en cambio necesita explosiones de alegría y, al mismo tiempo, tiene momentos de gran solemnidad. Ha sido una lectura suficiente, correcta en las dinámicas, pero que distó años luz de esas auras amorosas y sacrales que embisten a la partitura, que resultó como apagada y gris, sin gracia, ni chispa ni, menos, salero.
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