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Los escritores sostienen que los beneficios que aporta la lectura alcanzan incluso a quienes no leen. Sé de mucha gente, en cambio, que podría argumentar lo contrario sino fuera porque un libro los mató. Mi abuelo, pongo por caso, un marxista exterminado en Matthaussen por quienes pese a haber leído a Goethe decidieron plantar en Mein Kampf las raíces de su odio. Y es que los libros, especialmente los religiosos, son algunas de las excusas que repetidas veces media humanidad ha utilizado como armas de grueso calibre semántico para deshacerse de la otra media.Mal mirada, la lectura es un acto que produce egoísmo en quien la practica: pongan ustedes a dos personas a leer el mismo texto a un tiempo, y si no llevan el mismo compás, comprobarán como antes de terminar el primer capítulo el más rápido se ha cansado de esperar al más lento. Leer, en fin, es un placer solitario que, como el onanismo, basa su deleite en prescindir de los demás.El párrafo anterior constituiría ya una sólida prueba de que la lectura es capaz de no aportar ningún beneficio a quien la practica, escrito con la persiana del cerebro bajada, donde de manera alucinógena llevo la contraria a quienes pretenden mostrarnos únicamente la cara amable de los libros -o la música- convirtiéndolos en símbolos religiosos cuya adoración ininterrumpida salvará no sólo nuestra alma, sino también la de todos los ateos culturales.Los libros, como la música, son espejos donde se reflejan los distintos rostros de la condición humana. Reconozcamos entonces que, para lo mejor y lo peor, a donde más lejos alcanzan es a escribir debajo del relato de nuestras vidas el subtítulo de muy interesantes, que ya es mucho; y por ello, más dignas de ser vividas. Como la de mi abuelo, que cuando creyó encontrar la salvación en un libro de Marx que no había leído, un manual de exterminio, que tampoco había ojeado, lo mató. Tres hurras por él.
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