Frankfurt, sábado, 26 de abril de 2003.
Ópera de Frankfurt. Ballet Kirov del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. Mijail Fokine: 'Las sílfides', música de F. Chopin y A. Glazunov. Marius Petipa: 'Arlekinade', música de R. Drigo. M. Fokine: 'La muerte del cisne', música de C. Saint-Saëns. Pas de deux de M. Petipa y George Balanchine.
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En una de sus frecuentes giras por Alemania, el Ballet Kirov del Teatro Mariinsky de San Petersburgo ofreció el pasado 26 de abril una gala en la Ópera de Frankfurt. La quizá más prestigiosa compañía de ballet del planeta y, sin duda, la históricamente más significativa, presentó piezas de Fokine, Petipa y Balanchine.La gala se abrió con Las Sílfides (Fokine, Chopin-Glazunov), obra en la que cuerpo de baile hizo un trabajo de gran pureza y homogeneidad. La primera sílfide estuvo a cargo de Irina Shelonkina, quien, como es habitual en ella, realizó una versión muy refinada y de limpio estilo clásico. A su lado, Danila Koruntsev, como poeta, resultó poco convincente, en particular por su técnica que no va más allá de la corrección y por una cierta debilidad en el trabajo de pies. Majestuosa, poética y exquisitamente ingrávida, Daria Pavlenko (preludio) demostró ser una de las bailarinas más interesantes de la joven generación.La segunda parte del espectáculo estuvo dedicada a pasos a dos de Petipa y Balanchine y a La muerte del cisne de Fokine. En Arlekinada (Petipa, Drigo) Andrei Ivanov, junto a Yelena Sheshina, hizo una demostración de virtuosismo en la que sobresalieron sus vertiginosas piruetas y tours en l’air ejecutados sobre ejes de gran precisión. Faruk Rusimatov no logró en el paso a dos de El corsario alcanzar la excelencia que lo hizo famoso como intérprete de esta pieza. Los años no pasan en vano y, si bien Rusimatov sigue siendo un bailarín elegante y de muy buen estilo, ya no está en condiciones de repetir sus prestaciones de otros tiempos en una pieza de bravura como ésta. Aún más decepcionante fue la actuación de su compañera Irma Nioradse, cuya labor sólo puede ser calificada de anémica, tanto por la falta de ataque, como por el mediocre port de bras y los muy vacilantes ejes. Shana Ayupova, en cambio, lució hermosa línea, brillantes fouettés, bello estilo lírico y fluído port de bras en Tschaikowsky pas de deux de Balanchine, elegantemente acompañada por Andrian Fadeyev, un danseur noble con muy buen balon.Máxima perfección técnica e irreprochable buen gusto fueron los rasgos más destacables de la aparición de Svetlana Sajarova en La muerte del cisne (Fokine, Saint-Saens). La joven bailarina posee unas dotes físicas, una sensibilidad estética y un dominio técnico incomparables, pero le faltan carisma e instinto dramático. Sus actuaciones, y ésta no fue una excepción, son admirables por su belleza formal, pero al mismo tiempo resultan distantes, tediosas y carentes de vida. A La muerte del cisne siguió el paso a dos de Don Quijote (Petipa, Minkus), en el que Elvira Tarasova y Leonid Sarafanov pasaron sin pena ni gloria.La última parte de la velada estuvo ocupada por el gran paso de Paquita (Petipa, Minkus). En el cuerpo de baile fueron evidentes gruesos errores de coordinación: líneas torcidas, sincronización muy relajada, imprecisiones en la ejecución, etc. Sofía Gumerova no estuvo ni técnica ni expresivamente a la altura del papel protagonista. Es sorprendente que se encomiende una parte de esa talla a una bailarina con tales déficits en el aplomb. Yekaterina Kondaurova, Yelena Sheshina y, sobre todo, una muy débil Irma Nioradse (respectivamente segunda, tercera y cuarta variación) no hicieron sino profundizar en los fallos de que adoleció la representación. Las sobresalientes actuaciones de Irina Shelonkina (primera variación) e Igor Zelensky, así como de algunos miembros aislados del cuerpo de baile, no bastaron para borrar la mala impresión dejada por sus compañeros.El balance, pues, es muy decepcionante. Un nivel semejante puede tolerarse en compañías de segunda categoría, pero en una de primerísima, como el Kirov, resulta verdaderamente alarmante. Se diría que el primer conjunto de danza de Rusia se está convirtiendo en una trouppe itinerante con fines puramente comerciales. El hecho de que la función se realizara con música grabada (por cierto, con tiempos y acentos que causaron más de un problema a los bailarines) es síntoma de un serio descenso en el nivel artístico de una compañía que por su historia y sus fantásticas prestaciones en el pasado debería ser considerada patrimonio cultural de la humanidad y tratada como tal. Ojalá que los responsables tomen consciencia de esta situación y le pongan remedio. El futuro de la gran tradición clásica, y no sólo en Rusia, está en juego.
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