El Espía de Mahler

63. Olvidar a Mozart

Jordi Cos
martes, 27 de mayo de 2003
Wolfgang Amadeus Mozart © Creative Commons Wolfgang Amadeus Mozart © Creative Commons
6,98E-05 Una creencia oriental advierte de que instalar en la capilla de nuestro cerebro un altar permanente a la memoria de un muerto, mantiene el espíritu de éste atascado en el centro del túnel que comunica el mundo con su trascendencia, frustrando su reingreso en el ciclo de reencarnaciones.Si para el tiempo que dura la lectura de este artículo, concedemos un certificado de certeza a esta teoría, no podremos evitar sentirnos perplejos al descubrir que nuestra admiración perpetua por Mozart, cito por deformación profesional, le ha forzado a un exilio en las tinieblas. De hecho, quizá para el alma de instinto reencarnador, una condena a cadena perpetua consista en quedarse adherida eternamente a una identidad, que ni después de muerta acaba de morir, debido al recuerdo admirado que la humanidad le profesa sin pausa en el tiempo. Para decirlo rápido, el infierno es pasar a la posteridad.Antes de concluir que esta elucubración resulta disparatada, piensen en los diferentes tipos de frutos que obtendríamos si la semilla del citado credo fuera plantara en las entrañas de nuestra cultura. Los dulces: la fama sería considerada como una enfermedad espiritual de fatalidad muy superior a cualquiera de las que afectaran al cuerpo, por lo que nadie, especialmente los militares, caería en la tentación de dejar escrito su nombre en el gran libro de la Historia. Respecto a la música - mi deformación profesional no tiene arreglo -desaparecerían los traductores de las obras sin fecha de caducidad del gran repertorio que utilizan el arte sólo como combustible para inflamar sus egos. En resumen, el continente sería sacrificado en provecho del contenido. Ante tales perspectivas, no nos debe dar apuro olvidar a Mozart, y el nombre de sus más excelsos intérpretes, si además con ello salvamos sus almas.Esta creencia, como la mayor parte de las originarias de oriente, difumina las fronteras entre la materia y su ausencia. Y es que no hace falta abrir con una uve mayúscula el recorrido de nuestros ojos sobre la palabra vida para darse cuenta de que la muerte está incluida en su interior, si bien seguimos negándonos a escribir la historia de amor que desde el principio de los tiempos se esconde detrás de su tortuosa relación, y que, como todas, se resume en que una no puede ni vivir ni morir sin la otra.Bien mirado, al igual que el origen de la música está en el silencio, estoy convencido de que es el deambular de la muerte en mi busca lo que me mantiene vivo. Lo sé porque a todas horas oigo el ruido de sus pasos en los latidos de mi corazón.
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