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Una quinta justa, acordada entre un fa grave de los violonchelos y el do desnudo de las violas, abre en tu pecho una ventana por la que se asoman a tu interior los violines primeros entonando una melodía que suena a disimulo de niño travieso. Así empieza la única sinfonía de Beethoven que te promete una cura sin dolor: la Pastoral. Durante las dos últimas semanas y bajo la atenta dirección de Edmon Colomer, he suministrado tres dosis de este remedio naturista en otros tantos escenarios comunes de Barcelona.Tengo que confesar que no nos resultó una tarea fácil, pues de todas la pócimas que Beethoven ideó para curarnos, ésta es, junto a la Novena, la que más cuidados requiere en su elaboración. Así, ya nada más echar sus primeras notas en el mortero de la orquesta, corres un serio riesgo de que la medicina se te corte como una mayonesa manipulada con torpeza si no aciertas a llenar el tercer compás con la cantidad justa de retraso. Por un lado, sabes que mostrándote generoso en la frenada, el brebaje adquirirá el perfil de un ritardando, rit. para los amigos, colándose a una fiesta a la que no ha sido invitado. Por el otro, sin embargo, si no sueltas el pie del acelerador, cualquier oyente con creencias podría acusarte de dominguero por haber pasado por alto el carácter divino de la naturaleza que Beethoven imprimió a su fórmula.El punto de cocción de los primeros violines constituye otro aspecto delicado de este comienzo. Aquí no hay lugar para las dudas: vuelta y vuelta, al igual que un bistec a la inglesa, pues deben administrarse tiernos y jugosos con el fin de que puedan ser consumidos sin gimnasia dental, a semejanza del que, como quien no quiere la cosa, silba una melodía sin pensarla mientras pasea por el campo sin rumbo fijo.Podría seguir narrando, paso a paso, el proceso de elaboración de la medicina Pastoral, si no fuera porque, pese a tratarse de una fórmula elaborada con productos libres de conservantes y aditivos, la verdad es que su consumo impulsa a muy poca gente a echar sus manos a la hoguera crepitante de los aplausos. Quizá sea porque, en el fondo, nunca nos hemos creído del todo que un brebaje compuesto de hierbas silvestres, agua de arroyo, rayos con trueno, cantos de pájaros, sudor de campesino y reflejos de arco iris, sea capaz de curar todas nuestras dolencias.El caso es que tras dejar que el último acorde te cachetee con delicadeza las mejillas escribiendo un punto final al tratamiento, enseguida nos entra añoranza de cuando su vecina de abajo, la Quinta, de cuatro certeros golpes con cuchillo de carnicero, nos trepana el cráneo para despertar al héroe que todos llevamos dentro. Y es que está científicamente demostrado por los aplaudímetros que en el ritual beethoveniano de retirar los residuos que el consumo diario de la vida deposita en nuestro cerebro, preferimos sentir el tacto del acero afilado de la Quinta sobre nuestra frente antes que dejarnos caer en los brazos acolchados de la terapia sin dolor de la Sexta. Sospecho que somos masoquistas.
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