Madrid, viernes, 12 de septiembre de 2003.
Teatro Real. ‘Nijinski’. Coreografía: John Neumeier. Música: Chopin, Schumann, Rimski-Korsakov y Shostacovich. The Hamburg Ballet. Intérpretes: Nijinski, Otto Bubenicek; Rómola, Heather Jurgensen; Bronislava Nijinska, Niurka Moredo; Stanislav Nijinski, Yohan Stegli; Diaghilev, Ivan Urban; Tamara Karsavina, Laura Cazzaniga y Leonide Massine, Loris Bonani.. Orquesta Titular del Teatro Real (Orquesta Sinfónica de Madrid). Dirección musical: Rainer Mühlbach
0,000111
Quizá sea la dorada época de los Ballets Rusos de Serguei Diaghilev la que mayor fascinación ejerce sobre especialistas y profanos por igual: un esplendoroso momento de la historia del arte en general, y de la danza en particular, que reunió bajo la misma batuta a los artistas más brillantes del siglo XX, de Stravinski a Picasso, de Cocteau a Nijinski... enumerarlos a todos llevaría toda la crónica.En 2002, cincuenta años después de la muerte de Nijinski, Neumeier rinde homenaje al gran artista, objeto de su fascinación desde la infancia, y sobre el que ya realizara una breve coreografía en 1979, Vaslaw. No acaba de ser un ballet narrativo, en sentido estricto, ni es una biografía a la usanza (“la danza no es un documental”, dice el coreógrafo), sino “una biografía del alma, una biografía de los sentimientos y sensaciones”.La primera parte, es un flashback que nos lleva a St. Moritz, a los años esplendorosos de su carrera como bailarín y de su etapa (mucho menos comprendida por el público de la época) como coreógrafo. Neumeier desdobla el personaje: el ser humano, interpretado espléndidamente por Otto Bubenicek; y el artista, encarnado por otros seis bailarines que le presentan en sus más estelares momentos dancísticos: El espectro de la Rosa, Scherezade, Jeux, Fauno y Petruchka. Probablemente ésta es la parte más farragosa de la obra, en la que hay que hacer un esfuerzo por seguir el hilo, a causa del desfile de personajes que puebla el escenario: su padre y su madre, sus hermanos, el empresario Diaghilev, la bailarina Tamara Karsavina … demasiados elementos, posiblemente. El punto de inflexión lo marca la bellísima escena de la declaración de amor en la cubierta del barco. No se trata sólo de una hermosa coreografía de plasticidad sorprendente, sino de un auténtico retrato psicológico de los personajes: ¿de quién se enamora Rómola, del hombre o del artista? ¿Quién es realmente Vaslaw Nijinski, el admirado bailarín, el sorprendente coreógrafo, el hombre desgarrado por la esquizofrenia, el homosexual?Y precisamente, si algo ‘da miedo’ cuando nos acercamos a una obra basada en la vida de Vaslaw Nijinski, es el tratamiento de estos dos temas: esquizofrenia y homosexualidad, con frecuencia expuestos o frívolamente o con ‘moralidad’. Relajémonos, porque no es el caso. Indudablemente ninguno de las dos cosas pueden ser soslayadas en un retrato del artista, pero Neumeier lo expone en su justa medida, sin incidir en temas que con frecuencia se descontextualizan con la única finalidad de impactar al público y producir escándalo.La segunda parte es el reflejo de la vida interior del artista, del sufrimiento generado por su enfermedad y por la guerra.Hay que destacar el alto nivel técnico y artístico de este Ballet de Hamburgo que John Neumeier dirige desde hace ya 30 años. Preguntado en una entrevista por su ‘musa’, responde que “la estrella es el conjunto de la compañía”, y esto queda bien patente en este ballet, donde el cuerpo de baile tiene un lucimiento específico, si bien en algún momento hubo alguna descoordinación entre sus miembros. Todos los solistas son de primera línea: estupendo Otto Bubenicek en su papel de Nijinski, y Heather Jurgensen (Rómola Nijinski), realmente maravillosa. Más que destacable Laura Cazzaniga como Tamara Karsavina, así como Ivan Urban como Diaghilev (aunque acostumbrados por el cine a los parecidos, resultara ‘chocante’ la ausencia de mostacho).Pero no sólo en la narración y la coreografía despliega Neumeier su talento. Vestuario y escenografía son también suyos, y hace gala no sólo de un gusto y una elegancia realmente exquisitos, sino de un gran conocimiento de la época. Un placer para los sentidos al que hay que unir el “lujo” de disponer de una orquesta en directo.Supongo que, dado el precio de las entradas, el público se asesora muy bien antes de asistir a un espectáculo en el Real. Que en su cuarto día de representación estuviera lleno y desplegara tal reconocimiento en sus aplausos es mucho más que una buena señal. Merece la pena.
Comentarios