Bruselas, jueves, 6 de mayo de 2004.
Teatro de La Monnaie. Eliogabalo (Carnaval de 1667-1668, estreno anulado en Venecia, Teatro Grimani -SS Giovani e Paolo), libreto anónimo completado por Aurelio Aureli y música de Francesco Cavalli. Intérpretes: Silvia Tro Santafé (Eliogabalo), Giorgia Milanesi (Alessandro Severo), Annette Dasch (Flavia Gemmira), Lawrence Zazzo (Giuliano), Nuria Rial (Eritea), Mario Zeffiri (Lenia/un cónsul), Jeffrey Thompson (Zotico), Céline Scheen (Atilia), Sergio Foresti (Nerbulone) y Joâo Fernandes (Tiferne). Dirección escénica: Vincent Boussard. Escenografía: Vincent Lemaire. Vestuario: Christian Lacroix. Concerto Voclae y coro del Conservatorio de Bruselas (maestro de coro: Philippe Gérard). Director: René Jacobs
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La enciclopedia operística que tengo a mano (The New Franzen, 3a.ed., 1998, págs. 163-165) no hace mención de este Eliogabalo de Pierfrancesco Cavalli que el tesón, el amor y el estudio de René Jacobs nos ha devuelto. No de cualquier modo, sino -con la complicidad de ‘su’ Concerto Vocale y la pequeña pero valiosa ayuda del Conservatorio de Bruxelles- de forma que, por ser excesivo como el protagonista, calificaré de magistral.Una reseña no es el lugar para explicar todas las dudas que plantea la escritura y reescritura del libreto de la ópera y su sustitución por otra del mismo tema pero con otro libreto del mismo Aureli y música del entonces jovencísimo Boretti; pero censura, política, gustos y rivalidades artísticas, y, claro, la ‘moral’ se mezclaron para que Cavalli no viera nunca representada su obra (ni la siguiente y última contribución suya al teatro lírico, Massenzio, de la que se ha perdido el rastro). Tampoco es el lugar para abrir el debate que Artaud desde la marginalidad más absoluta reabrió sobre la figura de este emperador, o que, de otro modo, Camus planteó con su Calígula. Pero al menos se puede decir que, cuando se ve qué mal escriben hoy la historia los vencedores de turno -en el caso de que se preocupen por hacerla escribir-, uno tiene derecho a sospechar un poco de los que nos han contado -y sobre todo NO han contado- autores de la magnitud de un Tácito, y no digamos ya de esa suma de anécdotas y falsificaciones que es esa otra gran falsificación en sí misma que se conoce como la Historia Augusta.Pero, para volver a este ‘reestreno’ (o estreno en la práctica), qué bien hizo el teatro en confiar la puesta a alguien tan inteligente como Boussard, que se puede permitir ser moderno sin caer en lo arbitrario, trabajando con el texto sobre todo y haciéndolo entendible -la articulación de muchos de los cantantes era bastante confusa-, manteniendo libre la escena de inútiles aditamentos y movimientos, y sorprendiendo (como requiere el barroco) con la llegada de los cuervos en la cena (segundo acto) o, más aún, en la escena que transcurre en el circo. Sólo luces, una esfera móvil, algún trapecista y la proyección de fragmentos del gran e ideológicamente discutible y discutidodocumental de Lenie Riefenstahl (a 59 años de la derrota final del nazismo el día en que escribo estas líneas, eso también da para reflexionar), y la atmósfera está dada. Memorable.Para los cantantes, hay que basarse en un equipo más que en personalidades individuales. Se dio el caso de que casi ninguno fue sólo correcto (si acaso, Jeffrey Thompson es superior como actor que como cantante, pero aquí eso importó menos y su ‘Zotico’ fue desmesurado y repelente como debía). Giorgia Milanesi, ‘el’ virtuoso antagonista, es una cantante de timbre algo mate pero de gran estilo y técnica. Silvia Tro Santafé, el héroe negativo, demostró que sigue afirmándose como cantante y personalidad aunque el timbre siga sin parecerme particularmente bello y el fraseo sea eficaz pero más bien exterior. La ‘Gemmira’ de Dasch, normalmente una óptima cantante barroca, tuvo vida y grandes momentos, aunque en otros tuvo que luchar con una emisión incómoda y algo engolada. Nuria Rial fue una irreprochable mujer deshonrada en busca de su honor mancillado, que fue creciendo durante la representación. Zazzo continúa dando pruebas de que es un excelente contratenor (aunque sigo preguntándome si en él no hay un tenor) e intérprete en su conflictuado ‘Giuliano’. Scheen estuvo en el exacto equilibrio entre patético y cómico (la amante no correspondida) tanto en lo vocal como en lo escénico. Incluso Fernandes, en su breve pero importante papel de gladiador, tuvo adecuado relieve.Pero habrá que destacar al ‘tonto’ secundario, el criado borrachín y hambriento (que hace pensar en el Arlequín veneciano también) que tuvo aquí la voz , el canto y la dicción ejemplares y dinámicos de Sergio Foresti. Más aún, aparte de asumir un personaje episódico (junto con Thompson), si hubo uno que se destacó por sobre los demás en la velada, fue el tenor que encarnó esa especie de celestina que es ‘Lenia’. He escuchado antes a Mario Zeffiri en papeles de tenor muy arriesgados, y siempre me ha parecido un buen cantante; aquí, en este difícil papel en travesti, estuvo inspiradísimo y cantó con medios que enseguida hacen comprender que aquí hay alguien que no hace el barroco porque no puede hacer otra cosa, sino porque no se deja escapar una oportunidad como esta teniendo todos los requisitos técnicos para hacerlo.Desde una óptica de hoy (sin excluir, para los espíritus ‘nobles’, que quien esto escriba sea un ‘retorcido’ por no decir algo peor) da que pensar que los personajes más entrañables, cercanos y comprensibles sean el criado tonto (que sale con bien de todas), la alcahueta de lujo (que termina pagando caro el no aceptar la vejez)o la jovencita que tras luchar con insistencia para ganarse el amor de quien -algo tontamente- no la ama (pero el amor siempre fue ciego) termina aceptando -no de muy buena gana- la realidad, no sin decir la última palabra, que suena casi, siglos antes, como la famosa frase final de Scarlett O’Hara-Vivien Leigh: “mañana me ocuparé de eso”.En cualquier caso, gracias a Jacobs por haberse ocupado hoy: su orquesta vive como si Cavalli estuviera escribiendo aún las páginas. Y desde ‘cierto’ punto de vista, a lo mejor….
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