Sevilla, miércoles, 5 de mayo de 2004.
Teatro Central. ‘Carta blanca a David del Puerto’. Solistas de Sevilla. Miguel Ángel Gris, director. Fabian Panisello: ‘L'ineludibile destino di ogni cosa’. César Camarero: ‘Luz azul’. Polo Vallejo: ‘Trama’. Javier Arias Bal: ‘Nostalgia’. Jesús Torres: ‘Presencias’. Carlos Perón: ‘Trío para flauta, clarinete y viola’. Jesús Rueda: ‘Memoria del laberinto’. David del Puerto: ‘Advenit’
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Ya habitual en los Ciclos de Música Contemporánea de Granada y Sevilla, la ‘carta blanca’ a un compositor se está confirmando en cada temporada como un tentador vehículo para programar obras de alumnos o amigos del compositor protagonista. Sucedió con Tomás Marco y se repitió con Carlos Cruz de Castro y José Luis Turina. No debería ser ese el propósito, antes al contrario, sería una magnífica oportunidad para que el compositor programara un concierto con música de su interés que permitiera al público acercarse a las inquietudes estéticas del creador.Llegaba ahora el turno de David del Puerto (1964), un compositor cuyo talento y buen hacer le están situando a pasos muy rápidos en el reducido olimpo de los músicos de su generación. Y es reducido justamente por la endeblez de las propuestas de muchos de ellos, algunas escuchadas a lo largo del presente concierto.La Trama de Polo Vallejo (1959), ofrecida en estreno absoluto, no pasa de ser un hábil ejercicio para clarinete, violonchelo y piano, muy bien escrito, con virtuosos y complejos pasajes para cada instrumento, pero cuya huella en el oyente es pasajera. A su favor tenía un desarrollado diálogo instrumental, del que carecía otro de los Tríos escuchados, el de Carlos Perón (1976) para flauta, clarinete y viola. Su discurso, inusitadamente largo, no lograba despegar el vuelo, y el resultado más parecía propio de la audición de un programa de obras de fin de curso. Y no cabe plantearse la posibilidad de una irregular ejecución, ante la intachable prestancia de los músicos de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla (ROSS) agrupados en Solistas de Sevilla, especialmente la del viola Jacek Policinski cuya competencia era muy requerida en la obrita de Perón.Jesús Torres (1965), compositor especialmente sobrevalorado, hacía oírse a través de dos miniaturas pianísticas: Liturgia y Ananda en Yakarta, pertenecientes a su serie de Presencias. Tatiana Postnikova las interpretó con un enorme virtuosismo y una especial sensibilidad, dando prueba de cuan desaprovechada puede encontrarse una pianista de su nivel en un conjunto sinfónico. En cuanto al contenido, Liturgia se muestra deudora de la Segunda Escuela de Viena, y Ananda en Yakarta busca un cierto acercamiento al exotismo oriental al que alude el título por medio de células repetitivas muy rápidas que corren juntas, se separan y chocan entre ellas.Memoria del laberinto de Jesús Rueda (1961), escrita para piano, violín y violonchelo se articula mediante continuos glissandi de la cuerda y una sonoridad estática del piano que culmina con una cadencia que pareciera romper el clima de pesadez que despide la partitura. Su atractivo resultado queda empequeñecido al ser en extremo deudor de Morton Feldman, con todo, la aportación de Rueda fue de las más valiosas del conjunto.Luz Azul de César Camarero (1962) es un homenaje a la pintura de Yves Klein. Como siempre en la obra de su autor, una ingeniosa inventiva temática se mezcla con una gran brillantez en la escritura, que no fue del todo bien solventada por los intérpretes. Pero la estructura, dividida en tres movimientos (rápido, lento, rápido) da a la composición cierto convencionalismo que en nada la beneficia.David del Puerto incluía en su carta blanca una única obra suya, Advenit, estrenada en la pasada edición de la Semana de Música Religiosa de Cuenca. Música inteligente, nerviosa como en todo Del Puerto, recordaba en determinados pasajes a la sofisticada y temprana Invernal, también del mismo autor. Pese a un tratamiento instrumental bastante tradicional, el autor de la ópera Sol de invierno, es capaz de trazar alambicados discursos con un guión coherente y una escritura cuya belleza surge de su desmesurada complicación. Los trémolos finales arrojaban una mezcla de inquietud y misterio a una partitura que precisa y merece más audiciones.Terminando por el comienzo; abría el concierto la mejor obra de cuantas se interpretaron; L'ineludible destino di ogni cosa, estreno absoluto del argentino Fabian Panisello (1963). Si el conjunto de la noche se caracterizó por obras marcadas por un importante desarrollo de temas melódicos e instrumentales, la pieza de Panisello optaba por una vía más tímbrica y constructivista. Sonidos aislados de los seis instrumentistas de Solistas de Sevilla, fugaces silencios, falta de progresión y un gusto más directo por la sonoridad eran las cualidades más apreciables en una partitura soberbia. Miguel Ángel Gris la dirigió con pulso firme y con una especial acentuación de las tensiones. Un descubrimiento a seguir y perseguir que recordaba a El Vuelo de Volland, de Jorge Fernández Guerra - escuchada en la anterior ‘carta blanca’ - obra ésta que parece agrandar en número de efectivos, que no en estética, el miniaturista mundo sonoro de Panisello.
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