España - Cantabria
El barquito de Babel
Roberto Blanco
La tercera y última ópera que ha programado el F.I.S. para esta LIII temporada es una obra muy poco escuchada y representada que rescató de la tumba del olvido precisamente el Helikon Opera Theatre por mediación del embajador francés en Moscú, con ocasión del tricentenario de la ciudad de San Petersburgo. Representada el año pasado por esta misma compañía en el Teatro Liceo de Salamanca, fondea ahora el ancla en el escenario santanderino para cerrar la comparecencia estival de la compañía en nuestra ciudad.
André-Modest-Ernest Grétry, máximo exponente de la opéra-comique durante la segunda mitad del siglo XVIII, es el autor de Pierre le Grand, una operita en tres actos que cautiva por su música espontánea, sencilla y de graciosa ingenuidad que seguramente era muy del agrado del público de la época. La historia que narra es muy simple: resumiendo, se trata del encuentro amoroso de Pedro y Catalina, la que será futura zarina; la acción transcurre en un astillero donde Pedro trabaja como carpintero naval de incógnito, quedando los personajes secundarios para amueblar la acción.
La puesta en escena de Bertman consiste en un decorado único: una goleta de tres palos con todo el velamen desplegado que sirve también para recibir la proyección de aguas marinas en movimiento, olas y espumosas rompientes de bello efecto. En ese marco se mueve el personaje principal, ‘Pierre’, caracterizado mediante un carácter firme y valiente, pero también ingenuo, rodeado de un ambiente en el que reina lo bufo.
Vocalmente lo interpretó el joven Maxim Mironov, un tenor ligero de bello timbre (quizás un poco nasal) al que le falta más potencia y algo más de naturalidad en la emisión. Mucho más convincente escénica y canoramente, Elena Semenova (‘Catherine’) demostró técnica y agilidad en sus vocalizaciones y, como buena actriz, iluminó la escena con su vivacidad y buen hacer.
El barítono encargado del personaje de ‘Lefort’, mostró también una bella voz y buena pronunciación, lo que no podemos aplicar, esto último, al resto de intérpretes: el empeño en decir en castellano algunas frases de las partes habladas, en jocoso batiburrillo con frases en ruso, amén de las partes cantadas en francés, resultó un maremágnum babeliano en toda regla, que lejos de aclarar la peripecia, la enturbió aún más.
Los coros, admirablemente precisos en su coreografía y su canto, y la orquesta, dirigida por el también violinista Sergei Stadler, ejecutó la partitura con buen gusto que nos evocó el espíritu y el estilo de la época. Mención especial merecen los trajes y vestuario de Tatiana Tulubieva, imaginativos y divertidos en colores azules y blanco. Un espectáculo, en suma, ameno, agradable y lleno de buen humor que logró su objetivo: el caluroso aplauso del público.
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