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¡Cuan duro es el Sabio!
Mikel Chamizo

Las músicas antiguas, sobre todo aquellas anteriores al 1600 y mientras más lejos en el tiempo en mayor medida, sufren un proceso de transcripción e incluso de reconstrucción que las hace transformarse radicalmente en manos de un intérprete u otro. Aunque haya una serie de usos comunes aceptados por los intérpretes y sancionados por los musicólogos, lo cierto es que sobre todo en el repertorio medieval podemos escuchar cinco versiones distintas de una misma danza italiana del trecento y aunque la melodía sea la misma, las cinco versiones serán probablemente muy distintas en su arreglo. No hablemos ya de lo que puede darse en músicas aun más antiguas, como las griegas o egipcias, tan desconocidas aun hoy en el plano práctico que cualquier intento de interpretación conlleva necesariamente un importante proceso creativo adjunto.
Digo todo esto porque algo me sorprendió en le programa de mano dedicado al concierto protagonizado por el Grupo Alfonso X el Sabio con piezas del Codex Calixtinus (siglo XII), y fue que el director del grupo Luís Lozano aparecía como transcriptor y estructurador de las piezas, es decir, como co-autor de la música que tuvimos la oportunidad de escuchar esa tarde en el Convento Santa Teresa. Y como tal, creó un rito de la misa precedido de una procesión bajo el nombre de In festo Sancti Iacobi, tomando fragmentos del Codex de aquí y de allí, es decir, recreó una ceremonia que probablemente nunca llegó a existir y en la que había de todo: cantos gregorianos, piezas polifónicas, himnos acompañados de instrumentos, melodías de corte popular con gaitas, cornetas y percusiones y hasta una lectura del evangelio.
El concepto en si es interesante, pero hay un problema importante: que para algunos tener que soportar una misa de casi hora y media en latín, sin entender nada, por muy musicada que estuviera resultó realmente duro, principalmente porque no había una gran diferencia de caracter entre la mayoría de las piezas que se ejecutaron, casi todas de un aire meditativo, y por culpa de inserciones como la lectura del Evangelium que siendo bastante larga no tiene apenas un interés musical. Es decir, que aunque la interpretación de las piezas podía resultar interesante individualmente, la sucesión ininterrumpida de dieciocho piezas similares para el profano (aunque para el especialista exista un mundo entre una secuencia y una antífona) terminó siendo excesivamente agotadora. O quizá es que yo estaba cansado ese día, quien sabe...
El Grupo Alfonso X el Sabio funciona notablemente, tanto en el plano vocal como en el instrumental. El primero estuvo formado exclusivamente por hombres que mostraron emisión segura y rigor estilístico. El segundo por muy buenos instrumentistas, en especial César Carazo con la viola de brazo y Juan Ramón Ulibarri con las cornetas. El director Luis Lozano mostraba una técnica un tanto antigua de dirección pero consiguió coordinar sin problemas a voces e instrumentos.
En definitiva, un programa bien ejecutado pero en el que habría que plantearse una serie de cambios para hacerlo más llevadero, pues al fin y al cabo un concierto no debe ser un acto de contrición como lo es la misa... ¿o sí?
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