España - Asturias
Tancredi descubre una soprano de altura
Ignacio Deleyto Alcalá
Tras los éxitos rossinianos de temporadas pasadas, el de Pesaro ha vuelto a sonar en el Campoamor de la mano del maestro Zedda, un habitual por estos lares. Tancredi, uno de los exponentes de la llamada opera seria, se estrenó en Venecia en 1813 y provocó el rechazo del público por su final trágico. Rossini se vio obligado entonces a modificarlo por otro feliz. Con el paso del tiempo prevaleció la idea original con la salvedad de que en el final posterior, adoptado en estas funciones, ‘Tancredi’ muere sabiendo de la inocencia de ‘Amenaide’. Debemos dejar constancia que en Oviedo se suprimió la escena de la firma de la sentencia de muerte que incluye una importante parte para tenor aunque se dejara en la sinopsis del programa de mano.
Es de justicia comenzar por la magnífica contribución de Mariola Cantarero en el papel de la hija del Rey Argirio. El salto que ha dado la granadina en los últimos años es sorprendente. Hace dos años la vimos en el Liceo en el modestísimo papel de ‘Ninfa’ en Ariadne auf Naxos junto a Gruberova. Ahora, ya está acometiendo papeles protagonistas por toda nuestra geografía. ‘Amenaide’ es un papel para soprano lírico-ligera con mucha coloratura y pasajes endiabladamente difíciles. Cantarero tiene amplitud de registro, unos agudos brillantes y bien colocados y unos graves firmes y rotundos, muestra una limpieza absoluta en la coloratura y hace unos filados al mejor estilo Caballé (hasta físicamente recordaba a la catalana de jovencita). Su línea de canto así como su fraseo son magníficos y una vez en caliente, su voz –fresca y bonita- nunca pierde el esmalte además de irradiar expresividad. El caso es que en Oviedo le robó el protagonismo a la Barcellona. Empezó algo fría con una voz algo descontrolada pero pronto se centró y en el Acto II, desde su aparición con “Di mia vita infelice...No che il morir non è”, se creció de tal manera que los aplausos y gritos de brava al final de sus intervenciones fueron más que reveladores. Dada su juventud, sólo le podemos augurar un brillante futuro.
La italiana Daniela Barcellona encarnó el intenso papel de’ Tancredi’. Gracias a sus dotes de actriz y su templado instrumento, Barcellona tuvo un éxito sonado en su interpretación de L’Italiana hace tres años. Esta vez, sin embargo, la encontramos mucho más contenida y comedida. Seguro que su concepción del papel ha tenido mucho que ver en esto pero la suya nos pareció una lectura poco arriesgada. No defraudó en los recitativos donde es una maestra y supo dar momentos de gran belleza como “Di tanti palpiti” de emisión controlada y bella línea de canto, los dúos con ‘Amenaide’ o la sentida escena final pero, en conjunto, su interpretación nos supo a poco.
Gregory Kunde, que sustituyó a un indispuesto Raúl Giménez, es un tenor que domina el estilo rossiniano. Sin embargo, revela ciertas características que en absoluto favorecen su canto. Tiene problemas de emisión, la voz se le queda atrás y aunque da todas las notas porque las tiene, lo hace sin brillo y sin la adecuada proyección. Eso sí, mostró oficio y defendió su papel dignamente en escena aunque quitarle el intenso recitativo y aria del Acto II es un verdadero atropello (¿sería a petición propia?).
Sensacional fue el ‘Orbazzano’ de David Menéndez, un cantante que cada vez se le nota más seguro. Esta noche volvió a mostrar su potencia vocal, autoridad en escena y su perfecto ensamblaje con el resto de voces. La gran ovación que recibió de su público fue totalmente merecida. Canto noble aunque justo en ornamentaciones de Annamaria Popescu en “Tu che i miseri conforti” y notable el ‘Roggiero’ de Susana Cordón.
Alberto Zedda, que grabara hace unos años Tancredi para Naxos con Ewa Podles y Sumi Jo, dirigió con su maestría habitual y dominio absoluto de la partitura. Hiló muy fino en la orquesta y tuvo uno de sus momentos más inspirados en el “finale primo”, hecho con grandeza y con extraordinaria dosificación. También resaltó los aspectos más dramáticos de la obra como el intenso acompañamiento que hizo a la escena de la cárcel (con una Cantarero modélica). Su contribución es siempre una garantía de éxito y así fue esta noche. Asimismo imaginamos que el hecho de que la orquesta sonara tan bien en todas sus secciones tuvo que ver con el magisterio del director. Pocas veces hemos escuchado a la O.S.C.O. tan equilibrada y con tanta plasticidad sonora. También debemos felicitar al Coro de la Generalitat Valenciana que mostró calidad, empaste y musicalidad.
La producción de Massimo Gasparon procedente del Teatro Verdi de Trieste, muy a la antigua usanza, defraudó por su rigidez y estatismo. Puntuales momentos de interés no son suficientes para salvar una puesta en escena anodina hasta decir basta, embarullada por momentos, y que a veces recurre a un grandiosismo trasnochado y facilón.
En definitiva, una velada rossiniana interesante aunque algo por debajo de anteriores propuestas y, claro está, un triunfo para Mariola Cantarero, la indiscutible protagonista de la noche.
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