España - Cataluña
Buen regalo de Navidad
Eloi Fuguet
Una Basílica de Santa María del Mar llena a rebosar por segundo día consecutivo aplaudió con entusiasmo la interpretación que hicieron la Coral Polifònica de Puig-Reig y la Orquestra de Cambra de Cervera de El Mesías de Handel. Una interpretación que, bajo la dirección del debutante Albert Santiago, se permitió alguna licencia dada la tipología de un público principalmente familiar y melómano de los tópicos de la mal llamada Música Clásica. Y esto, aunque lo pueda parecer, no es un reproche en absoluto.
La música de concierto actual tiene su razón de ser en el público que la oye; ya poco queda del mito romántico donde el músico sólo tocaba para él mismo. Pese a todas las excepcionalidades culturales que trae consigo misma, la música de concierto ha pasado a ser una opción de ocio para el gran público como cualquier otra, como lo es el cine o el fútbol. El público que asiste a los conciertos ha dejado las babuchas y la calidez de su hogar (muy común en estas fechas) para pagar una entrada y escuchar música en directo, para sentir una experiencia única y convivirla junto a otros espectadores que han pensado en hacer lo mismo. Esto no quita presión a un intérprete que debe conseguir que esta experiencia sea ciertamente única, por la calidad de su interpretación y por la salud cultural y mental de todos los oyentes, y me atrevería a decir que de toda la sociedad. Es importante tener en cuenta quien te escucha; juntos, músico y oyente están creando una situación que en cualquier caso es especial. No es que sea muy partidario de los golpes de cabeza de Ricardo Mutti, ni de la exageración de ciertos movimientos típicamente pianísticos, fantásticamente parodiados por Les Luthiers en el mítico Concierto de Mpkstroff, pero sí que ayudan a entender según que mensajes musicales y eso no es malo en absoluto.
Delante de un público principalmente familiar y melómano, Albert Santiago dirigió el grupo de forma segura y clara en las entradas, mostrando cierto desparpajo en los pasajes más lucidos con unas intervenciones más efectistas que útiles que gustaron mucho a los espectadores. Después del Halleluyah el concierto tuvo que ser interrumpido por los entusiastas aplausos de los asistentes, prueba fehaciente de que Santiago y su grupo consiguieron lo que se propusieron.
Pero el éxito del concierto no sólo recayó en los movimientos “cara a la galería” de Santiago. Todos sabemos que un concierto no puede ser bueno si la música no lo es. Salvo algunos casos que comentaré a continuación, los intérpretes estuvieron en concordante calidad y homogeneidad de criterio, con una aceptable afinación y un buen tratamiento del fraseo. La orquestra estuvo equilibrada pero tuvo algunos lapsos de lectura poco remarcables. Más problemas tuvo el contínuo, falto de consistencia a pesar de la inclusión del contrabajo y con un órgano especialmente hierático, sin flexibilidad. El buen empaste entre voces de la Coral Polifònica de Puig-Reig fue el resultado de unas sopranos que controlaron muy bien su estridencia y de unos tenores que trabajaron mucho. Quizás se echó de menos una mayor presencia de los bajos. Maia Planas sorprendió por su regularidad pero ofreció algunos ornamentos que quedaron fuera de lugar; Anna Tobella estuvo brillante y segura, un placer; Eduardo García-Sandoval tuvo problemas con la dicción, además de incluir algún que otro portamento fuera del estilo y de contexto; Marc Canturri cantó de forma agradable aunque poco consistente, con poco “temor de Dios”. Haciendo un paralelismo con el fútbol, pese a no contar con galácticos, los músicos utilizaron muy bien el juego de equipo y el bloque permaneció consistente de principio a fin.
Como bis se repitió el aplaudido Halleluyah y el público marchó contento de haber saboreado lo que fue un buen concierto.
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