España - Asturias
Una Aida de cuento
Ignacio Deleyto Alcalá
Es sabido que Aida es un reto para cualquier teatro de ópera, que requiere conocimiento, audacia e imaginación por parte del director de escena. El Teatro Campoamor con su reducido escenario y sus limitaciones técnicas no parece ni por asomo lugar idóneo para resolver la complejidad y grandeza de la celebérrima partitura verdiana. De ahí que a priori muchos aficionados vieran con cierto escepticismo su realización en Oviedo. Pues bien, gracias a lo que debió ser un "faraónico" trabajo de coordinación durante los agotadores ensayos, pudimos contemplar una Aida tan espectacular como creíble. A pesar de un Acto I que nos hizo temer lo peor por la falta de espacio, debemos felicitar calurosamente a José Antonio Gutiérrez, responsable de la dirección de escena y buen conocedor de este teatro. Especialmente notable resultó el complicado Gran Final del Acto II con una larguísima retahíla de figurantes y coro que fueron desfilando por un escenario que -como por arte de magia- parecía más grande de lo normal. Nos preguntamos cómo fue posible juntar tantos elementos en este escenario y dar esa sensación de fluidez y ritmo escénicos.
Para esta puesta en escena se recuperaron los evocadores decorados del desaparecido Josep Mestres Cabanes restaurados por Jordi Castells. Por medio del telón pintado, que ofrece una asombrosa sensación de espacio, Mestres Cabanes nos transporta al Egipto más mítico y ensoñador con este artesanal trabajo salvado del fuego del Liceo en 1994: grandiosos palacios y salas cuyas perspectivas se pierden en el infinito, sugerentes palmeras y jardines en una nocturnal escena a orillas del Nilo, etc. Efectivamente puede ser un concepto en exceso simplista, y que no aspira a provocar grandes cosas en el espectador, pero en esta época de excesos escénicos viene a ser como un bálsamo para la vista. Y es que mirar atrás (sin ira) viene bien de vez en cuando. No sólo los decorados ayudaron al éxito de la puesta en escena sino también y, muy en particular, la iluminación de Albert Faura, todo el conjunto de atrezzo y vestuario, una coreografía impecablemente realizada, y por último, un imaginativo y bien calculado movimiento escénico.
Pero Aida es un título de gran complejidad musical que requiere un gran director y aquí es donde la producción hizo aguas. En las manos de Stefano Ranzani esta partitura de extraordinaria fuerza dramática y musical nos supo a poco. La obra nunca terminó de despegar a pesar de momentos puntuales de brillantez. Los momentos más intimistas y líricos nunca fueron arrebatadores y en las grandes y espectaculares escenas el director milanés no aportó la suficiente ceremoniosidad y grandiosidad, dirigiendo siempre con prisa, sin dejar que la música respirara, se hinchara y se elevara a lo más alto. Además, se echó en falta un mayor pulso dramático en escenas cruciales como el encuentro entre 'Aida' y su padre del Acto III. Su versión fue atenta, sin fisuras pero poco contrastada. La orquesta, arrastrada por el director, casi nunca brilló. Por contra el coro, reforzado para la ocasión, tuvo una soberbia actuación.
Los solistas mantuvieron un buen nivel de conjunto. Mencionaremos exclusivamente a los personajes principales haciendo constar que los comprimarios tuvieron todos una brillante actuación. Stefano Palatchi como 'Ramfis' convenció y sacó su papel adelante con la suficiente autoridad. El 'Amonasro' de Donnie Ray Albert -algo escaso de medios- estuvo sobresaliente en escena pero le faltó la rotundidad vocal necesaria. La 'Amneris' de Larissa Diadkova, una voz típicamente eslava y no especialmente verdiana, fue de menos a más. Empezó con la voz algo descontrolada y tremolante para llegar a su importante escena del Acto IV en plenas facultades. A pesar de haber caído en algún momento en la tentación verista, su lectura fue expresiva y temperamental.
Lo peor del 'Radamés' de Richard Margison fue su famosa aria de salida, "Celeste Aida" en una lectura discreta y de escaso coraje en la que no llegó a lucirse. De todas maneras, es un cantante que posee voz y estilo aunque escénicamente su aportación haya sido bastante pobre. Micaela Carossi encarnó a la princesa cautiva. Aquí, hubiéramos preferido un canto más contrastado pero la soprano acometió su parte con valentía y entereza vocal en todo momento. Con un instrumento de mucho fuste y con facilidad para el agudo también supo apianar con gusto y mostrar una bonita media voz. A partir del "Qui Radamés verrá…Oh patria mia" se vino un poco abajo especialmente en su escena posterior con 'Radamés'. Sin embargo, cantó el bello dúo final con sensibilidad y delicadeza.
En resumidas cuentas, esta Aida sacada del túnel del tiempo (fue creada en la década de los cuarenta) nos revela una puesta en escena que -aún sin haberla podido disfrutar completa- es capaz de convertir la experiencia operística en un momento mágico y estimulante. Sin duda, una puesta en escena que permanecerá en el recuerdo de los espectadores.
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