España - Madrid
O why do you weep?
Aaron Vincent

Benjamin Britten compuso The Little Sweep ('El pequeño deshollinador') para la segunda edición del Festival de Aldeburgh, que había fundado en 1948 con el objeto de impulsar la vida musical inglesa y en especial la ópera inglesa. En el concierto inaugural de dicho festival había estrenado su cantata San Nicolás, una obra en la que habían participado tanto cantantes profesionales como no profesionales, adultos y niños procedentes de agrupaciones corales locales, e incluso el público asistente, que se unía a los músicos para cantar los himnos incluidos en la obra. El éxito fue grande y la buena acogida que se había dispensado al uso de voces infantiles y la participación de los espectadores probablemente influyó a la hora de escribir El pequeño deshollinador.
En esta obra, los niños pasan a interpretar papeles solistas y al público se le asignan no himnos tradicionales y bien conocidos, sino cuatro canciones compuestas especialmente para la ocasión, a modo de interludios corales. El ensayo necesario para que los asistentes pudiesen aprender la música nueva se integraba en la obra de teatro Let's Make an Opera! ('¡Hagamos una ópera!') de la que originalmente El pequeño deshollinador era el tercer y último acto: la ópera que los niños protagonistas habían ideado, escrito y ensayado durante los dos actos precedentes y que finalmente representaban.
Los niños toman como argumento de 'su' ópera la historia de un pequeño deshollinador que muchos años atrás había logrado escaparse de sus amos en la misma casa en la que se encuentran reunidos ellos. La obra teatral sirve entre otras cosas para familiarizar al público con la música que más adelante habrá de cantar y con la trama de la ópera y las condiciones de vida de los deshollinadores.
En 1965, el autor del libreto, Eric Crozier, presentaba una nueva versión de la obra teatral, que había quedado a su juicio desfasado, pero tampoco lo consideraba definitivo y animaba a revisar la obra para cada nueva representación. El propio compositor contempla en una nota en la partitura la posibilidad de que sólo se interprete la ópera propiamente dicha, señalando en este caso la necesidad de ensayar las canciones con el público antes de la representación.
Esta nueva producción del Teatro Real, proyecto ganador del Concurso de Creación Escénica convocado en 2003 con el patrocinio de la Asociación de Amigos de la Ópera de Madrid, presenta la ópera, cantada en inglés y con los diálogos en español en una versión del director de escena Ignacio García, quien asimismo insertó cuatro textos de carácter explicativo, confiados al personaje de 'Juliet', la mayor de los niños de la casa, que venían a sustituir la obra teatral omitida.
La ópera de Britten y Crozier trata un asunto de extrema dureza pero lo hace sin caer en la trampa de la demagogia o el sentimentalismo, con la posible excepción puntual de la canción que interpretan la niñera Rowan y los niños, 'O why do you weep?' ('Oh, ¿por qué lloras?'), presentando simplemente los hechos y mostrando la reacción natural de los niños ante lo que ellos interpretan como una clara injusticia.
Aunque se perciban sus buenas intenciones, los nuevos textos de Ignacio García no se libran del todo de cierto tono condescendiente y sensiblero ausente de la ópera, quizás en buena medida debido a la interpretación exagerada, a la manera de una animadora de programa infantil de televisión, de la narradora 'Juliet'. Los textos son además confusos en la ubicación de la historia contada: si en la obra teatral original 'Juliet' era la abuela de quien relataba a los niños lo sucedido años ha, en esta nueva versión habría sido el propio Britten (muerto en 1976) quien habría presentado a 'Juliet' (una niña de 14 años) a 'Sammy' el deshollinador (en Inglaterra a partir de 1840 fue ilegal emplear como deshollinadores a niños menores de 16 años), quien tras escapar de sus malvados amos sería un 'ciudadano más' y podría incluso estar entre el público del teatro, en 2005... Su interpolación en la ópera, con acompañamiento de música grabada, interrumpe el ritmo interno de la obra y altera su delicado equilibrio, sin aportar realmente gran cosa.
Tampoco ayuda a la comprensión de la obra la decisión de interpretarla en el idioma original. Britten, un compositor admirado por la habilidad con la que componía para la lengua inglesa, ansiaba al mismo tiempo la traducción de sus obras y su consiguiente difusión. Ponía gran énfasis en el valor de la palabra, en su función transmisora de la historia y su musicalidad. Cantada en un idioma ajeno al público, la obra pierde su inmediatez y parte de su frescura. Los sobretítulos palían sólo parcialmente esta pérdida y no parecen indicados para el público mayoritariamente infantil al que iba destinada la representación: algunos acompañantes adultos se vieron obligados a intentar remediar el desconcierto de los pequeños durante los números musicales explicándoles lo que sucedía en escena o directamente leyéndoles los sobretítulos.
Las cuatro canciones del público que enmarcan las tres escenas de la ópera fueron interpretadas por los cantantes, sin refuerzo alguno, con lo cual la tercera de ellas, una canción nocturna en la que cuatro pájaros distintos 'compiten' entre sí, quedó algo deslucida aunque las tres restantes funcionasen bien. No deja de ser una pena renunciar a la participación del público prevista por el compositor -¿cuántas veces se presenta una ocasión así?- aunque evidentemente tiene sus ventajas prácticas.
La obra se interpretó en la sala principal del teatro, con las dos plataformas hidráulicas del foso orquestal elevadas: una casi a nivel de la platea para la pequeña orquesta de cámara de tan solo siete músicos que exige la partitura, la otra enrasando con el escenario, ampliando de esta manera muy acertadamente el espacio escénico que las bases del concurso limitaban a la corbata del escenario, acercándolo al público.
El decorado, diseñado por Cecilia Hernández Molano, era único, abstracto y tan sencillo como efectivo: un entablado blanco y una gran pizarra inclinada como pared de fondo sobre la cual los niños 'creaban' lo que necesitaban: así cuando desean ocultar a 'Sam' de sus perseguidores primero dibujan un armario con tiza sobre la superficie negra y como por arte de magia el armario se torna real y se abre, repleto de juguetes. La chimenea en la que queda atrapado el pequeño deshollinador quedaba representada por una apertura irregular en un extremo de la pared, por la cual durante 'O why do you weep' se veía caer nieve, un momento precioso.
Los figurines de Christophe Barthès de Ruyter tampoco hacían referencia a ninguna época concreta: alegre y desenfadada ropa con rayas y lunares para los niños, ropa más seria de reminiscencias decimonónicas para los adultos. Únicamente no terminaba de encajar el aspecto circense de 'Juliet', metida en un tutú y con irritantes trenzas enhiestas a lo Pippi Calzaslargas.
La iluminación de José Luis Canales fue en general adecuada, alternando el colorido casi estridente de las escenas alegres con una sobriedad muy correcta para las más serias, como el monólogo de 'Rowan', aunque extrañamente plana en el momento menos logrado de la representación, la ya referida canción nocturna de los pájaros.
En el otro extremo, lo mejor resuelto fue la escena del baño, una verdadera fiesta en escena con divertidos trajes de baño, espuma, pompas y mucha alegría, quizás demasiada la noche que comento, ya que algunos músicos y cantantes parecieron perderse por momentos, aunque por lo general la dirección de Wolfgang Izquierdo y la interpretación de los siete músicos fueron buenas, apoyando a los cantantes sin taparlos.
Resulta muy difícil destacar prestaciones individuales entre los cantantes y es que todos, adultos y niños, estuvieron francamente bien. Miguel Sola perfecto como el cruel amo 'Black Bob', José Manuel Montero muy gracioso en el jardinero 'Alfred', pero es que incluso la autoritaria y muy bien cantada 'Miss Baggott' de Marina Pardo arrancó risas en momentos de humor. Frente a los 'malvados', la lírica y ensoñadora 'Rowan' de Susana Cordón. Las críticas anteriores referidas al personaje de 'Juliet'/narradora han de entenderse dirigidas a la concepción del personaje, y no a su realización por la ascendente Beatriz Díaz, quien se volcó en su papel.
Finalmente los niños, una sorpresa realmente agradable. Sin las tablas de los adultos que les arropaban en escena, algunos se desenvolvían con bastante más soltura que otros, pero todos ellos cantaron admirablemente bien la bellísima música de Britten, que no tiene nada de fácil. Hechas las reservas acerca de la elección del idioma, he de decir que la dicción tanto de adultos como de niños fue perfecta, clara hasta en los momentos más complicados de conjunto. ¡Chapeau!.
El espectáculo resultó en su conjunto de lo más entretenido, y pareció gustar mucho al público infantil que abarrotaba la sala. Es una alegría saber que se repondrá dentro de la próxima temporada en enero de 2006.
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