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Discos

Dos hitos interpretativos del Rossini sacro

Pablo-L. Rodríguez
lunes, 8 de agosto de 2005
Gioachino Rossini: Petite Messe solennelle, Stabat Mater*. Lucia Popp, Catherine Malfitano*, soprano; Brigitte Fassbaender, Agnes Baltsa*, mezzosopranos; Nicolai Gedda, Robert Gambill*, tenores; Dimitri Kavakos, Gwynne Howell*, bajos; Katia Labèque, Marielle Labèque, pianos; David Briggs, harmonium. King's College Choir, Cambridge;Gedda Stephen Cleobury, dirección. Florence Maggio Musicale Chorus; Florence Maggio Musicale Orchestra; Riccardo Muti, dirección*. Productores: John Fraser y John Mordler*. Ingenieros de sonido: Neville Boyling y John Kurlander*. Dos discos compactos de 146 minutos de duración. Grabación realizada los meses de julio, noviembre y diciembre de 1984 en el Concert Hall de la Faculty of Music, Cambridge y en el Estudio nº 1 de Abbey Road, Londres, y en noviembre de 1981* en Palazzo Vecchio, Florencia. EMI Classics Gemini DDD STEREO 5-86552-2
0,0003759

La reedición (reimpresión, más bien) de estas dos famosas grabaciones compensa en parte el menosprecio que sigue teniendo hoy tanto entre los especialistas como desde el mundo de la fonografía en general la música sacra de Gioachino Rossini (1792-1868). Es bien conocido el papel destacado que ha desempeñado el compositor de Pesaro en la historia de la ópera italiana, pero llama la atención lo poco que se habla de sus composiciones religiosas, por ejemplo, en el estupendo y reciente Cambridge Companion to Rossini de Emanuele Senici, o también los pocos registros de sus obras sacras que hay disponibles en el mercado. En este caso, hablamos de los únicos que tiene EMI en su catálogo.

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Si exceptuamos sus composiciones de juventud, la obra sacra de Rossini consta de no más de siete composiciones que se inician con la napolitana Messa di gloria de 1820, tienen como punto central el Stabat mater de 1832 y terminan con la Petite messe solennelle de 1863. Estas dos últimas obras de Rossini son, con mucho, dos de sus creaciones más destacadas, aunque todavía hoy poco reconocidas.

 

La grandeza de estas músicas tiene su lógica si tenemos en cuenta que se trata en ambos casos de obras de madurez. Al margen de sus óperas y sus famosos macarrones, canelones y tournedós, Rossini es bien conocido por ser el compositor más joven en jubilarse de la historia de la música: en 1829 y con tan sólo 37 años de edad. La razón de este sorprendente retiro del estresante mundo de la ópera hay que buscarlo en algunos problemas personales pero también en la extraordinaria estabilidad económica que le permitió disfrutar el resto de su vida de la cómoda sociabilidad parisina.

 

Sin duda, las dos obras más importantes compuestas durante su largo retiro fueron el Stabat mater y la Petite Messe solennelle. El origen de la primera está relacionado directamente con España, pues fue en parte compuesto en 1831 por encargo del prelado don Manuel Fernández Varela, que quería un Stabat que rivalizase con el famoso de Pergolesi, siendo estrenado en la madrileña iglesia del Convento de San Felipe del Real el viernes santo de 1833. Decía en parte compuesto, porque Rossini no pudo terminar la obra debido a un ataque de lumbago y dejó seis números de la misma en manos del director musical del Théâtre Italien de París, Giovanni Tadolini. En 1841, y una vez fallecido el referido prelado, terminó la composición que fue estrenada en París el 7 de enero de 1842 en la sala Ventadour con gran éxito.

 

Por su parte, la Petite Messe solennelle está directamente vinculada a su tranquila vejez parisina, pero también a una creciente obsesión por la muerte en sus últimos años de vida. Atendiendo un encargo del conde Pillet-Will, Rossini compuso en 1863 esta sorprendente misa para doce voces, según sus palabras, “de tres sexos –hombres, mujeres y castrados– (...) ocho para el coro y cuatro para los solos” a las que añade el acompañamiento de dos pianos y un armonio. Años más tarde, en 1867, optaría por orquestar la obra, temiendo que algún compositor mediocre lo hiciera después de su muerte. Richard Osborne, en el referido companion rossiniano, afirma que esta misa es el verdadero requiem de Rossini y que con él echa la vista atrás hasta Palestrina y va mucho más lejos que Franck, Fauré o Poulenc en sus obras sacras. No obstante, aunque suena rossiniana, esta partitura está impregnada de una espiritualidad que resulta sorprendente en un compositor tan poco religioso y místico.

 

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Las dos versiones que se incluyen en este CD son quizá las más satisfactorias de estas dos partituras que hay ahora en el mercado. De ahí que EMI siga publicándolas una y otra vez, y no crea necesario hacer otra grabación. Esta nueva edición de 2005 en la serie Gemini convive con la todavía disponible de 1995 de la serie Double Forte. Es más, no hay ninguna diferencia con respecto a esa edición y la presente en cuanto a sonido, e incluso se mantienen las mismas notas de David Ashman en inglés, alemán y francés.

 

Para la Petite Messe solennelle el organista y director de coro inglés Stephen Cleobury, titular por entonces del coro del King College cambridgense, optó por la versión original con el acompañamiento de dos pianos y armonio. Su versión resulta elegante, bien matizada y dispone de un coro extraordinario que está perfectamente ensamblado y equilibrado. Merece una mención especial la sección de sopranos que es cantada por niños con una belleza y afinación insospechadas. Escuchen, por ejemplo, el formidable Cum sancto spiritu o el comienzo del Et resurrexit. La calidad del coro puede verificarse con más claridad quizá en el Christe eleison que está compuesto a capella en un estilo palestriniano de gran sencillez y belleza.

 

En el Gloria volvemos a un planteamiento más cercano al teatro y aquí es donde interviene por vez primera el cuarteto de solistas. Escuchamos en primer término a Dimitri Kavakos, que es un buen bajo pero dispone de un timbre quizá demasiado pesado para cantar Rossini, algo que queda patente en el Quoniam tu solus sanctus. Tras el bajo, la soprano es Lucia Popp que nos brinda, por ejemplo, un Crucifixus con un fraseo de gran belleza. Por su parte, Nicolai Gedda hace un digno papel como tenor para su edad (59 años) y a pesar de que su voz ha perdido el brillo de antaño y luce un vibrato muy feo en el comienzo del Domine Deus, su control de la dinámica y el fraseo denotan gran maestría. Por último, Brigitte Fassbaender es lo mejor del grupo de solistas tal como demuestra en primer lugar junto a la gran Popp en el dúo Qui tollis peccata mundi, una de las partes más intimistas de la misa rossiniana. Sin embargo, el momento culminante de toda esta interpretación llega al final con el Agnus Dei, y especialmente en el conmovedor final “Dona nobis pacem” donde la Fassbaender está pletórica.

 

En cuanto al acompañamiento pianístico de las hermanas Labèque resulta formidable de principio a fin. Igualmente, el Prelude religieux que precede al Sanctus, y que es tocado por Marielle Labéque, resulta uno de los momentos más atractivos y bellos del disco. La toma de sonido está realizada con una claridad asombrosa, a pesar de que hay unas leves distorsiones en algunos tutti del Gloria y el Credo que realmente no desmerecen la calidad general de la grabación. De hecho, se nota el trabajo de John Fraser, uno de los mejores productores discográficos de EMI en los últimos veinte años. Quien estuviera interesado en la versión orquestal de esta misa de Rossini debe acudir a la grabación de Riccardo Chailly que fue publicada en 1995 por el sello Decca (444 134-2 DX2). Sin duda, la orquestación del compositor no aporta gran cosa a la obra, si bien en manos de Chailly gana brillo, aunque no teatralidad.

 

La grabación de 1981 de Riccardo Muti del Stabat mater rossiniano es otro hito en la interpretación de esta obra. Por entonces, Muti era un joven de cuarenta años que compaginaba el puesto de director principal de la Philadelphia Orchestra con su labor en el Teatro del Maggio Musicale de Florencia, con el que revitalizaría profundamente la vida operística de esa ciudad. Precisamente en esta grabación escuchamos a la orquesta y coro florentinos en una grabación ciertamente no muy afortunada desde el punto de vista técnico y que suena desde su primera edición en CD en 1987 con el mismo sonido difuminado y poco claro. Y es que la espacial toma de sonido que se hizo en el florentino Palazzo Vecchio no permite escuchar con claridad todos los detalles de esta estupenda interpretación.

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Tal como señala Giovanni Reale en su libro L’arte di Riccardo Muti e la Musa platonica, que acaba de aparecer en la editorial milanesa Bompiani, en el repertorio sacro el director napolitano une a la música como expresión de las emociones y de los sentimientos, lo metafísico y lo religioso. Ello le permite crear una suerte de teatro espiritual sonoro donde trata de unir todos sus elementos atendiendo a la propia etimología de la palabra “religión”. Los conjuntos son aquí estupendos y Muti maneja con fuerza y determinación todos los resortes de la interpretación, tal como podemos escuchar en su espectacular interpretación del comienzo del Inflammatus et accensus. Esa pasión orquestal consigue trasmitirla tanto al coro como a los solistas que funcionan perfectamente cohesionados y en perfecta relación con lo expresado por el texto.

 

Los solistas funcionan a la perfección en conjunto, si bien se nota levemente la inclusión de última hora de Robert Gambill como tenor en la grabación. Sin duda, su voz no es apropiada para Rossini y, a pesar de que esté en un buen momento vocal como demuestra en Cuius animam, tiene un timbre demasiado oscuro y una voz demasiado pesada que le hace alcanzar con dificultad la notas más agudas. Por contra, Gwynne Howell es un verdadero descubrimiento como bajo, pues maneja su voz con una ductilidad absoluta por todos los ambientes por donde transita su parte, tal como demuestra en Pro peccatis suae gentis. Las dos voces femeninas están a la altura de su fama, tanto juntas en Quis est homo como por separado. Así, Agnes Baltsa como soprano segunda maravilla al oyente por su aire melancólico en Fac, ut portem Christi mortem. De igual forma, Catherine Malfitano maneja su parte de soprano primera con gran dulzura pero también con intensidad en Inflammatus et accensus, que es la parte más lograda de esta estupenda interpretación.

 

Sin lugar a dudas, tanto entonces como ahora, Muti sigue siendo uno de los mejores intérpretes de música religiosa de los siglos XVIII y XIX del momento (Pergolesi, Haydn, Mozart, Cherubini o Rossini). Hoy, cuando los clichés de la interpretación historicista de la música religiosa han llegado a Rossini, con sendas grabaciones con instrumentos originales disponibles del Stabat mater de 1999 (Harmonia Mundi, 901393) y la Petite Messe solennelle de 2001 (Harmonia Mundi 901724) dirigidas por Marcus Creed, y se empieza a acusar una cierta crisis por puro aburrimiento de esta tendencia, la propuesta de este director napolitano, en favor de una tradición interpretativa italiana ligada a la expresión de la palabra, muestra un camino a seguir sumamente interesante.

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