Discos
Why ask my fair one if I love?
Xoán M. Carreira
Cada vez que escucho las canciones inglesas de Joseph Haydn (Rohrau, 31.03.1732; Viena, 31.05.1809) quedo fascinado por su enorme modernidad, inesperada en un hombre de más de sesenta años y tratándose de tiempos revolucionarios. Ni siquiera la extraordinaria cultura humanística, social y científica de Haydn (única en la historia de la música) es suficiente para explicar su extraordinaria adaptación a la sensibilidad romántica que tanto contribuyó a crear. La joya de su producción vocal de cámara son los dos cuadernos de Six original canzonettas Hob. XXVIa 25 a 36, publicados en Londres en 1794 y 1795. El primero sobre poemas de su amiga (y amante) Anne Hunter y el segundo sobre poemas de Hunter, Shakespeare y anónimos.
La segunda canción del segundo cuaderno, The Wanderer, sobre un espléndido poema de Anne Hunter bastaría para incluir a Haydn entre los mejores compositores de canciones de la historia. Para ser buen compositor de canciones hacen falta dos cosas: tener buen gusto musical y que te guste la poesía. Haydn poseía ambos elementos en grado sumo y además contaba con un talento musical extraordinario que le permitió crear y codificar la mayoría de los géneros musicales vigentes en los últimos doscientos años. The Wanderer es el origen del género de las canciones de caminantes deprimidos y en ella encontramos ya todos los tópicos que se usarán desde Schubert hasta Vaughan-Williams. Y el poema de Anne Hunter soporta las comparaciones con el de Robert Stevenson y, por lo tanto, se beneficia de la comparación con el de Wilhelm Müller (el letrista de Schubert).
El tenor tejano James Taylor es bien conocido por sus grabaciones de cantatas y oratorios con Rilling y Herreweghe en las que destaca por su bello timbre, perfecta emisión y no menos perfecta afinación. Cantando Haydn todo es absolutamente admirable: su prosodia, su fraseo, su inteligencia literaria, su sensibilidad y su evidente amor por este repertorio. Donald Sulzen es un consumado acompañante que sabe que la canción es un género camerístico y que requiere del intérprete casi tanta delicadeza y buen gusto literario y musical como se espera del compositor. Ambos saben que cantar canción es un acto de creación tanto como de interpretación y en estas Six Canzonettas alcanzan un estado de gracia. A su lado resultan muy insatisfactoria otras versiones como las de James Griffett y Bradford Tracey (Teldec) o la de Adrienne Csengary y Malcom Bilson (Hungaroton) a pesar del valor añadido de estar realizadas con pianos de 1790, un Broadwood y un Stein, respectivamente.
A lo largo del siglo XVIII existió un creciente interés por la publicación de canciones escocesas, normalmente con acompañamiento de teclado, que eran cantadas por círculos amateur en Escocia y en menor medida en Inglaterra. Las primeras colecciones fueron publicadas por el editor James Johnson (desde 1787 en adelante), a quien siguió William Napier, un editor londinense cuya empresa se encontraba en bancarrota en la primavera de 1791. Su amigo Joseph Haydn, que le había autorizado con anterioridad la publicación de algunos de sus cuartetos y sinfonías, lo auxilió en su grave crisis financiera arreglando 150 canciones que Napier tuvo a la venta en su tienda hasta su cierre definitivo, el mismo año de la muerte de Haydn.
Algunas de estas canciones fueron publicadas como volúmenes II (1792) y III (1795) de A Selection of Original Scott Songs de Napier y fueron éxitos de venta, pues muchos aficionados debieron sentirse “satisfechos de poder cantar arreglos de canciones folclóricas realizados por un compositor cuyas sinfonías tanto admiraban." [Wyn Jones, 1988]. Desde hace casi veinte años los especialistas en Haydn otorgan una gran importancia a estas canciones, arreglos de salmos, canciones de pub, piezas corales, himnos nacionales y otros ‘trabajos menores’, compuestos desde 1791, que -según Wyn Jones- contribuyeron decisivamente a la composición de su dos últimos oratorios, The Creation y Die Jahreszeiten.
Pero las colecciones de canciones escocesas más importantes, de mucha mayor calidad que sus predecesoras, fueron las publicadas por George Thomson (1757-1851), un editor de Edimburgo que publicó también parte de los poemas de su amigo, el poeta Robert Burns (1759-1796). Thomson, funcionario de profesión y chelista aficionado, mostraba gran interés por la música tradicional: al principio sólo la escocesa, influido por su amistad con Burns, luego por toda la canción europea. Y se planteó hacer una nueva colección de canciones escocesas que incluyeran todas aquellas melodías dignas de ser preservadas, buscando la mejor versión de cada una de ellas y encargando en algunos casos textos nuevos cuando el texto original estuviera incompleto o fuera inadecuado. Pero sobre todo, concedió gran importancia a los acompañamientos de las canciones, que debían ser siempre para violín, violonchelo y piano, e incluir preludios y postludios, y no la simple armonización de la melodía original.
El plan de Thomson incluía encargar estos arreglos a los principales compositores del momento. Los primeros elegidos fueron el parisino Ignaz Pleyel (1757-1831) y el praguense Leopold Kozeluch (1747-1818); y posteriormente Thomson hizo encargos a Johann Nepomuk Hummel (1778-1837) y Carl Maria von Weber (1786-1826), a quienes conoció en sus estancias londinenses, y a Sir Henry Bishop (1786-1855), fundador y primer director de la Sociedad Filarmónica de Londres.
También contrató a Franz Joseph Haydn, de quien publicó 187 arreglos en los cuatro primeros cuadernos de A Select Collection of Original Scottish Air (1802-1805), en los tres de A Select Collection of Original Welsh Air (1809-1817) y en el único de A Select Collection of Original Irish Air (1814). El propio Thomson incluyó varias de las canciones de Haydn en diversas antologías publicadas en 1822, 1824 y 1839. Estas canciones son más elaboradas que las de la colección Napier: la mano derecha sigue doblando la melodía, pero el acompañamiento de teclado, violín y violonchelo es concebido con la textura de un trío con piano, con introducciones independientes y postludios (o ‘sinfonías’, tal como el propio Thomson los denomina en el Prólogo a sus antologías).
Se conserva una carta de Haydn a Thomson, fechada el 5 de diciembre de 1801, en la que Haydn comenta que: “… me he tomado grandes trabajos para satisfacerle, y para mostrar al mundo cuánto puede un hombre progresar en su arte, especialmente en este género de composición, si tiene el ansia de ejercitarse; y me gustaría que todos los estudiantes de composición ‘hicieran mano’ con este tipo de música”. No era un simple cumplido, algunos alumnos de Haydn ‘hicieron mano’ con estos arreglos que hoy se sabe no siempre son de la autoría directa del maestro: su discípulo Sigismund von Neukomm (1778-1858) compuso unos veinticuatro y algunos de los últimos entregados tampoco son de Haydn.
James Taylor y el Trío de Múnich nos ofrecen unas versiones modélicas de doce de estas encantadoras canciones en cuyos arreglos Haydn desplegó a placer su reconocido sentido del humor y su algo menos reconocida sutilidad. Cada canción pide una escucha reposada, atenta a las libertades que se toma el violín (admirable el empaste de Koeckert con el aterciopelado timbre de Taylor), los desenfadados comentarios del violonchelo sin abandonar su papel acompañante y la variedad de ambientes creados por el piano.
En comparación con tan estupendos acompañamientos me resulta insípida la interpretación de los dos Tríos con piano nº 10 Capriccio (1765) y nº 12 Concerto y Partita (1760), compuestos por el joven Haydn cuarenta años antes de las Scottish and Welsh Songs para piano con violín y violonchelo ad libitum. Tampoco comprendo bien el motivo de la inclusión en este disco de estas dos lindas obritas, dado que ocupan veintitres de los setenta y seis minutos que dura el CD. Si se nos hubiesen ofrecido más canciones inglesas de Haydn, mi recomendación hubiese carecido de matices y me hubiese sumado a las numerosas críticas entusiastas de este disco que he rastreado por la web en otros cinco idiomas europeos.
La grabación es excelente tanto en la toma de sonido como en el balance entre la voz y los instrumentos, y en la presencia de los mismos, muy lograda especialmente en el violín de las Scottish and Welsh Songs. El folleto que acompaña al disco incluye un documentado estudio de Alexandra Maria Dielitz sobre Haydn como "Orpheus Caledonius" en inglés y alemán y los textos de las canciones sin traducir.
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