Suecia
Boris prisionero
Maruxa Baliñas
Supongo que todos los calificativos que pueda aplicar a esta versión de Boris Godunov que dirigió Gergiev sonarán ya más que repetidos para los lectores de Mundoclasico.com: maravillosa, excelente, poderosa, deslumbrante, etc. Abundan entre nuestros críticos los fans de Gergiev .... y ahora ya hay una nueva, yo, que hasta ahora sólo había tenido la ocasión de escucharlo 'enlatado' y ¡no es lo mismo!.
La escenografía no me convenció totalmente. Como pasa a menudo en las óperas rusas (no hay más que pensar en la guía turística de San Petersburgo que es Eugene Oneguin), la localización geográfica de Boris Godunov es bastante exacta: la primera escena tiene que desarrollarse en el monasterio de Novodievichi, la segunda en el Kremlin de Moscú, en "el espacio entre las catedrales de la Asunción y de los Arcángeles" y así sucesivamente las acotaciones van indicando: "la procesión avanza hacia la catedral de los Arcángeles", "el palacio Angular del Kremlin, en el salón de recepciones", etc. (incluso el mapa que enseña 'Fedor' a su padre es real). Cualquiera que haya hecho aunque sólo sea uno de esos viajes turísticos de 3 o 5 días en Moscú, conoce perfectamente muchos de estos lugares citados y resulta decepcionante ver que Victor Kramer prescinde totalmente de estas localizaciones (o no, porque en realidad el monasterio de Novodievichi que presenta Kramer tiene unas horribles grúas -véase tres fotos más abajo- y todas las veces que yo fui allí estaban de obras y también había grúas tapando las iglesias, pero no creo que sean las mismas gruas; y en todo caso, si Kramer quiere hacer estos paralelismos, faltan los omnipresentes turistas de las catedrales del Kremlin de Moscú)
En la crítica que publiqué el pasado 2 de septiembre me refería al exceso de tradicionalismo del Mariinski como algo negativo y desde ese punto de vista la escenografía de Kramer es un laudable intento de actualizar la versión de Boris Godunov habitual en el Mariinski, muy apegada al original y que maravillaba a los turistas (no sé si tanto a 'los locales') precisamente por la riqueza de los trajes, decorados, etc. Pero creo que Kramer no acierta tampoco con lo que hace. El personaje de 'Boris' está tan prisionero en sus remordimientos como esta producción lo sigue estando de la tradición. Kramer no se plantea una nueva lectura de la ópera o una renovación profunda de la escenografía, sino simplemente la supresión de los aspectos más naturalistas de la producción y la estilización de aquellos elementos que no se podían suprimir.
Aarón Vincent comentó el pasado 29 de agosto bastantes elementos de esta escenografía, así que yo voy a intentar referirme a otros, pero no sin adherirme a sus observaciones sobre esas cúpulas ridículas (juzguen ustedes por la foto), los movimientos del coro injustificados, etc. Y eso que a Vincent se le olvidó comentar los utilleros o miembros del coro que entraban a cambiar los decorados mientras Gergiev aun daba los acordes finales de la escena anterior -o incluso en plena aria de 'Suiskij'- o la errática forma en que 'Fedor' colocaba las ciudades y territorios de Rusia en su mapa gigante.
Quizás estoy muy influida por la visión soviética de Boris Godunov, todo eso de que refleja una época negra de la historia rusa, pero de alguna forma me parece (Shostacovich dixit) que la historia sólo se puede narrar desde el contraste entre el poder y la riqueza de los boyardos y el zar, frente a la pobreza material y casi espiritual del pueblo llano.
Desde esta perspectiva los decorados cutres de Tsipin y la indefinición de la dirección escénica de Kramer atentan contra la propia esencia de la ópera. También afecta a la comprensión del drama el deseo de suavizar algunas de las escenas más crueles: el maltrato de la policía al pueblo en la primera escena queda convertido en un estúpido vaivén del coro dando vueltas a una cuerda que mueven, encogen y estiran, creando figuras geométricas diversas, etc.; el maltrato de los niños al loco/inocente es casi una especie de juego de corro que deja sin sentido la desesperada queja al zar, "mátalos como mataste al zarevich Dimitri"; y -como ya apuntaba Aarón Vincent- la muerte de 'Boris' pierde toda su grandeza con la desafortunada escenografía.
La dirección de Gergiev, en cambio, estuvo llena de fuerza y contrastes, e incluso de la crueldad que faltaba en la dirección escénica. Los ritmos muy secos, las disonancias en absoluto suavizadas (no me extraña que Rimski-Korsakov intentara 'mejorar' la partitura) y los a veces desconcertantes contrastes dinámicos y tímbricos, unidos a la utilización de la versión 'cuasi-original' de Musorgsqui me dieron por momentos la sensación de estar escuchando por primera vez la ópera. Algunas partes me parecieron excesivamente rápidas de tempo -las campanadas de la primera escena, por ejemplo- pero Gergiev es tan seguro dirigiendo que no me quedó la menor duda de que eso es lo que quería hacer. Y otras fueron sencillamente mágicas, como el final de la ópera, cuando muere 'Boris'.
La orquesta también me impresionó muy gratamente, sólo la había escuchado en vivo en sus 'años oscuros' (1992 o 1993, no me acuerdo bien) y la diferencia con la actual es abismal. Sigue teniendo numerosas particularidades, sobre todo en las cuerdas, pero mientras antes daba la sensación de una orquesta decadente y anclada en el pasado, incluso con algunos instrumentos de poca calidad o simplemente viejos, es ahora una tradición rica y orgullosa que mantiene su idiosincrasia porque quiere, puede y además el público se lo demanda.
Estas mismas palabras se pueden aplicar a la compañía, desde el coro hasta los cantantes principales. También aquí la diferencia de calidad con el Mariinski de hace quince años es grande. Respecto a los cantantes se puede hablar igualmente de una tradición propia que sin embargo ha adquirido unos estándares de calidad que se acercan mucho más a las expectativas del público de Europa Occidental. Pocas compañías pueden presumir de unos solistas como los del Mariinski, con todo lo que ello implica: mientras lo habitual es que los papeles protagónicos se confíen a unos cantantes que llegan pocos días antes de la representación y que cantan hoy aquí, la próxima semana a 2000 km. de distancia y por tanto son ajenos a tradiciones individuales de cada teatro (sólo ocasionalmente puede un teatro presumir de tener un director escénico o de orquesta que marque un estilo propio), el Mariinski trabaja con sus propios cantantes, o en todo caso invitados de otras compañías rusas. Es el caso -en esta representación- de Alexashkin, 'Boris', formado en Saratov y solista de Mariinski desde 1989; Morozov, 'Pimen', miembro del Mariinski desde su graduación en el conservatorio de San Petersburgo; Chernomortsev, 'Schelkalov', del conservatorio de Moscú e incorporación reciente al Mariinski (1995); o Iliushnikov, 'Grigori', que aun pertenece a la Academia del Mariinski, por citar sólo a algunos de los intérpretes.
Por eso el rendimiento vocal de cada intérprete no es en esta ocasión tan importante como en otras críticas de ópera. Voces no tan destacables consiguen un rendimiento muy alto gracias a su adaptación al conjunto, al estilo del director, a la escenografía, etc. Es el caso por ejemplo del joven Iliushnikov, que a veces se ve tapado por la orquesta, de Zakhozhaev, algo nasal en el registro medio y agudo, o de Morozov, de voz bella pero poco ágil, que sin embargo hizo una escena final que me pareció casi inmejorable. Mi otro comprimario favorito fue Tannovitsky, que hacía el papel de 'Varlaam'. Es fácil hacer el ridículo cuando te toca el papel de borracho, pero Tannovitsky actuó espléndidamente y cuando cantó introdujo todos los estilemas de la música tradicional, incluido el modo de desafinar (es una cosa que varía mucho de país a país). El papel de 'Feodor' estuvo a cargo de un alumno del coro infantil del Mariinski, Mijail Gavrilov, nuevamente un lujo que sólo se pueden permitir las grandes compañías.
Las voces femeninas, a las que Musorgsqui ya de por sí da poco protagonismo, también destacaron más por su adecuación al conjunto que por méritos propios. Olga Savova, la 'Posadera', tiene una voz demasiado penetrante, bastante apropiada para la canción del ganso, pero además actuó correctamente su rol y bailó casi tan bien como cantó. Yulia Smorodina y Nadezhda Vasilieva tienen unas partes muy reducidas, apenas un aria cada una, pero las aprovecharon.
El coro, uno de los protagonistas de la ópera, resultó impecable musicalmente, sonó adecuadamente servil en la primera escena y realmente temible en la sexta, cuando demuestra claramente su odio a 'Boris'. Sin embargo le perjudicó la dirección de escena que restaba dignidad a muchas de sus intervenciones.
En todo caso Boris Godunov es la historia de un hombre y sus circunstancias y Sergei Alexashkin no permitió que nadie lo olvidara. Tiene una voz preciosa, muy profunda pero al mismo tiempo lírica y relativamente ágil, algo que no es nada habitual. Tanto interpretativa como musicalmente fue la gran estrella y consiguió trasmitir su dolor y remordimientos como si los que allí estábamos entendiéramos los matices del texto que nos cantaba (bueno, los suecos lo entenderían porque tenían subtítulos, pero no era mi caso).
Por cierto, me olvidé de comentar el vestuario de Tatiana Noginova y la iluminación de Gleb Filshtinski, mucho más tradicionales que los decorados y la dirección escénica, merced a su marcado maniqueísmo, que los aproxima mucho más a la visión soviética de Boris Godunov. Tanto la ropa como la iluminación funcionaban por pares, pueblo gris/boyardos dorados y brillantes, violencia con luces en rojo/escenas introspectivas marcadamente oscuras, el inocente 'Fedor' vestido en blanco, etc. Sólo en el papel de 'Boris' hubo cierta sutileza y unas veces era iluminado en rojo y otras en oscuro, al igual que sus trajes, que oscilaban entre blanco, gris, dorado, poderoso, 'informal', aunque en todos los momentos significativos fue la prisión -jaula o traje- su elemento carcaterístico.
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