Argentina

Una mujer con fuego

Roberto Espinosa
miércoles, 28 de septiembre de 2005
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Tucumán, viernes, 23 de septiembre de 2005. Teatro San Martín. Maryha Argerich y Gabriele Baldocci, pianos. Sinfonietta Argerich. Darío Ntaca, director. 45 setiembre musical tucumano
9,8E-05

Agua, aire, fuego, tierra. Tal vez esa haya sido la línea emocional que vertebró la velada del miércoles en el teatro San Martín, ocasión en que la pianista Martha Argerich conmovió con su arte a los tucumanos que la escucharon.

Una de las tres suites de ³Música acuática² abrió las puertas del concierto. Estas piezas de Georg Friedrich Hændel (1685-1759) fueron compuestas para una fiesta sobre el Támesis, realizada el 17 de julio de 1717, oportunidad en que el rey Jorge I remontaba el río entre Whitehall y Chelsea. La joven Sinfonietta Argerich se sumergió en las danzas barrocas y, a poco de iniciar la navegación, aparecieron algunos nubarrones, que tuvieron por protagonista al corno, quizás en una noche poco inspirada.

Con Gabriele Baldocci, de 25 años, llegó el aire. Dotado de una buena técnica, el pianista entregó el Concierto en Sol mayor de Beethoven (1770-1827), posiblemente el más poético de los cinco que compuso el genio de Bonn. Su versión fue aérea -en pocos momentos ancló en las profundidades beethovenianas- e impactó más por sus virtudes técnicas que por su expresividad.

Buscando más la espectacularidad que la sensualidad y el gracejo de Manuel de Falla, Baldocci interpretó en el bis la ³Danza ritual del fuego². Tras el intervalo, la Sinfonietta interpretó la Obertura en Do menor ³Coriolano², que expresó con acierto el orgullo, la rudeza y la ternura del general Coriolano, héroe de una tragedia de Von Collin para la cual Beethoven compuso esta música.

Se hizo entonces el fuego. Desde el primer acorde, Martha Argerich echó a rodar su corazón en el teclado, para construir ese poema en la menor de Robert Schumann (1810-1856). Musicalidad, potencia, fiereza, pasión, ternura, urgencias de vida, de muerte, de amor, se agitaron en sus dedos. En el allegro vivace del Finale un volcán lírico estalló en el piano. Seguramente, si Schumann la hubiese escuchado, se habría enamorado.

Tres bises de Scarlatti, Poulenc y Schubert (los dos últimos vertidos por Argerich a cuatro manos con Baldocci y con Darío Ntaca, director de la Sinfonietta) devolvieron a las musas a la tierra. Una Argerich para guardar en la memoria del corazón.

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