Italia

La horma de su zapato

Jorge Binaghi
jueves, 20 de octubre de 2005
Milán, sábado, 1 de octubre de 2005. Teatro alla Scala, Las botitas (Moscú, Teatro Bolshoi,31 de enero de 1887), libreto de J. Polonski, música de P. I. Chaicovsqui. Dirección escénica: Yuri Alexandrov. Escenografía y vestuario: Viaceslav Okunev. Coreografia: Galy Abaydulov. Intérpretes: Yuri Alexeiev (Vakula), Nino Surguladze (Solocha), Alexander Anisimov (El diablo Bes), Vladimir Ognovenko (Cub, cosaco), Tatiana Pavlovskaia (Oksana), Ilia Kuzmin (Serenísimo) y otros. Coro (dirigido por Bruno Casoni) y Orquesta del Teatro. Dirección de orquesta: Arild Remmereit
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La peculiar temporada escalígera, tal vez no muy feliz pero sí decisiva en la suerte del gran teatro, dio a su fin con un espectáculo que había dado que hablar en su estreno absoluto en Italia en Cagliari. Mucho se especuló sobre el por qué el 'ex' Meli había contratado un espectáculo que había producido él mismo en su gestión en la capital sarda.

Por lo que sea, el resultado, pese a las limitaciones en lo musical, fue deslumbrante. La puesta de Alexandrov supo recuperar la atmósfera entre popular, mágica, ingenua y misteriosa del original de Gogol, sin que lo espectacular de decorado, vestuario, danzas, recursos ‘teatrales’, dejara atrás a la sensibilidad siempre a flor de piel del compositor, que tanto trabajó en su reelaboración (le costó más de once años pasar del primer El herrero Vakula, recibido con comedimiento en San Petersburgo, a estas Botitas moscovitas que dirigió él mismo).

Fotografía © 2005 by Marco Brescia

La obra es un poco larga (cuatro actos donde a veces, y pese a todas las genialidades, la acción languidece), pero yo ya quisiera descubrir cada mes una obra ‘menor’(?) como ésta. Porque, claro que está el gran autor de ballets, el escritor de música decorativa o el recreador de aires populares en forma culta, el enfermizo y el ingenuo. Pero toda la sorpresa, la gracia, lo ‘fabuloso’ no le impiden ir centrando cada vez más la obra en … un amor desdichado, aunque gracias a las botas del título y a la facilidad con que un pobre toma contacto con la zarina y el ‘Serenísimo’ todo acabe bien (pobre Piotr Ilich, alguna vez, aunque fuera en un cuento, como le pasaría al final con su maravillosa Iolanta, las cosas tenían que salir bien).

Fotografía © 2005 by Marco Brescia

El público (hasta los turistas que se preocupaban por sacar fotos durante la función) se lo pasó en grande, aplaudió mucho y llenaba la sala. Una política inteligente y una acción cultural dice que en vez de repetir hasta el hartazgo títulos para los que no hay a veces un reparto sobresaliente en todo el mundo, lo correcto, para el género lírico y para el público, es pescar estas perlas (aunque alguna resulte de fantasía) raras.

Fotografía © 2005 by Marco Brescia

Y eso que, queda dicho, la parte musical sólo en parte respondió al esfuerzo escénico. Primer responsable, un director joven, carente de imaginación y de flexibilidad: Arild Remmereit, que lo que no pudo hacer fue que la orquesta no sonora como la gran orquesta que es. El coro estuvo en una noche de antología, no sólo porque cantó admirablemente y en ruso, sino por la forma en que se movió en partes poco fáciles y nada conocidas. ¿Cuánto habrá trabajado para conseguirlo? Mucho, seguro: bravo a ellos y a su director, Casoni.

Fotografía © 2005 by Marco Brescia

Entre los solistas destacaron el cosaco importante y beodo de Ognovenko (si lo escucharan a él sus compañeros, cantarían mejor) y la joven y entusiasta ‘Solocha’ de Surguladze. Su hijo en la ficción, el dichoso ‘Vakula’, era un tenor de poco brillo, vacilaciones sin cuento y notas agudas forzadas, además de actor poco feliz (Alexeiev). Por comparación, se lució ¡y cómo! en la breve pero importante parte del ‘Serenísimo’ otro tenor: Ilia Kuzmin, de gran prestancia.

Fotografía © 2005 by Marco Brescia

Los comprimarios fueron ejemplares, como los miembros del cuerpo de baile. El diablo de Anisimov fue deslucido: se lo veía incómodo en la actuación y su canto era destimbrado y ‘sordo’.

 La protagonista es una heroína de Chaicovsqui; o sea,debe ser una gran soprano y excelente actriz: Pavlosvakaia tiene voz, mucha, y se empeña desde la primera nota a la última en recordarnos que ella puede con todos y más. Pero así, notas estridentes aparte y algún momento acertado, no creo que llegue muy lejos. Si a la Gorchakova, que tenía un material de primerísimo orden, esa misma actitud la llevó a un camino sin retorno, me temo que aquí tengamos otro ejemplo de cómo se malgastan unas dotes naturales y, seguro, mucho estudio. Pero en fin, visto que la parte no era conocida, hasta tuvo sus buenos aplausos.

Fotografía © 2005 by Marco Brescia

Y, consideraciones técnicas o de carrera aparte, en general en la bellísima noche milanesa uno podía caminar mirando la Madonnina célebre del célebre Duomo con la cabeza -y el corazón- llenos de otra partitura genial. Y la Scala cumplió con Chaicovsqui, que en el fondo es lo que más importa: hizo algo digno de un ‘zapatero prodigioso’ como él en esta ópera.

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