España - Castilla y León
Excitante tempestad
Samuel González Casado
Con este importante evento -el estreno en España de La Griselda, que congregó a conocidos nombres de la música en general y de la crítica en particular-, Valladolid parece proseguir su particular idilio con Vivaldi, del que el año pasado se ofreció también, en el mismo ciclo, excelente muestra con Vespro Solenni per la Domenica di Pasqua. Llama la atención, desde luego, que una obra de la calidad de La Griselda -descubierta en la ya añeja fecha de 1978, como nos ha indicado Reinhard Strohm- no haya sido ofrecida aún en nuestro país, aunque sea en versión de concierto, y asimismo que no haya requerido la atención que se merece en el terreno discográfico, a no ser por esa incombustible máquina de cantar que es Cecilia Bartoli, que ha hecho famosa la endiablada aria 'Agitata da due venti' con la publicación de su recital de París en 2000 con Giovanni Antonini, aunque ya existían muestras de cierto interés, aunque fuera únicamente por esta aria, con el registro de otras divas (Caballé sin ir más lejos, acompañada de piano e interpretando sólo la sección inicial).
La Griselda es una obra especial en el catálogo operístico vivaldiano por las circunstancias históricas de su estreno. Bien conocida es la extraña y tardía relación de Vivaldi con este género musical, al que consiguió renovar en su florido y colorista estilo veneciano, si bien el compositor hubo siempre de estar ligado a teatros de segunda y tercera categorías por la barrera, muchas veces determinante, que supuso el difícil carácter del Prete Rosso y el sinnúmero de enemistades que por él se granjeó; con los Grimani, sin ir más lejos, dueños de algunos de los teatros más bellos de Venecia, como el de San Samuele, en el que por fin el autor conseguiría estrenar La Griselda, con gran éxito.
Para la interpretación de esta magnífica partitura se ha contado con las fiables huestes del Ensemble Matheus, su inquieto creador, Jean-Christophe Spinosi y un elenco de buenos cantantes, de bastante renombre, si bien Veronica Cangemi tuvo que cancelar por enfermedad de un familiar y fue sustituida por la más que solvente canadiense Jane Archibald.
Nos advertía el director, en breve y casual encuentro en el bar de un hotel cercano al Auditorio de la Feria de Muestras, que se encontraba ante una interpretación importante, pues en dos semanas la obra va a ser grabada con el mismo reparto (el cual suponemos que incluirá a Cangemi y no a Archibald). En cualquier caso, debemos ya señalar que las expectativas no se vieron en ningún momento defraudadas, aunque las cuestiones vocales, sobre todo, admitan muchos matices, como siempre, máxime cuando las particellas están plagadas de tan pirotécnicas dificultades.
Si comenzamos por lo que juzgamos más conseguido, debemos hacerlo forzosamente por el grupo instrumental y el director. El primero mostró una conjunción perfecta y un entusiasmo inaudito, con unas bellísimas sonoridades en cada familia que desde luego hicieron justicia a la rica y compleja orquestación vivaldiana, y que se vieron poco comprometidas por la apabullante vehemencia del estilo de su director, que se condujo con gestos extremos pero flexibles, nunca forzados o molestos. Asimismo, la música, en su transcurrir, parecía darle la razón con sus enormes contrastes y la continua búsqueda por el efecto más fresco, espontáneo y expresivo, nunca amanerado o superfluo; es decir, se llevó a sus máximas consecuencias todo lo que ya estaba escrito y se logró con ello un ritmo trepidante y que la atención no decayera (por ejemplo, con los llamativos fortes de la cuerda grave, que tan bien se expandían pese a la mediana acústica del recinto). Quizá se echó algo de menos más variada paleta en la gradación dinámica y sensibilidad en los acompañamientos de las arias más evocadoras y patéticas; pese a este aspecto, el resultado final no puede menos que calificarse de sobresaliente.
Respecto a las voces, hay que advertir que lograr la perfección ante semejante cometido es poco menos que imposible. No es tarea fácil juzgar a estos cantantes, pues tenemos pocas referencias para comparar y, aparte, semejante gimnasia agota y desgasta hasta al más avezado en estas lides. El papel más comprometido, desde luego, lo tuvo Simone Kermes, que interpretaba el de 'Ottone', escrito para un castrado, Gaetano Valleta, lo que conlleva la necesidad de una extensión vocal pasmosa, que evidentemente Frau Kermes, soprano ligera de medios algo escasos, no tiene. Se cumplió en las agilidades y notas que para ella resultan más naturales, lo que no ocurrió con las zonas más abismales del papel, en donde, como era previsible, a veces se careció de volumen y otras se mostró un registro de pecho blanquecino e insuficiente. Llamó la atención en esta cantante la extrema expresividad, a veces francamente caricaturesca e imitativa de la que debieron lucir los cantantes de la época de Vivaldi, con que se adornó en sus intervenciones, sobre todo en 'Doppo un orida procella', verdadero catálogo de pavorosos escollos canoros.
Mejor en todos los sentidos anduvo la sustituta Jane Archibald, 'Constanza', soprano también ligera pero menos, más robusta, más carnosa, más uniforme; más comedido y redondo el registro de pecho, más naturalmente equilibrados centro y agudos. Sin llegar a las cotas de perfección que exhibe alguna otra colega, mencionada al principio de este comentario, se lució en la famosa 'Agitata da due venti', en la que Vivaldi, como en otras ocasiones, emplea la imagen metafórica del elemento de la tempestad marina para describir los sentimientos del personaje. Se decidió realizar el preceptivo descanso justo al final de esta intervención, por lo que el éxito fue mayúsculo. La voz y técnica de esta joven cantante -así como su presencia, muy importante hoy en día- provocarán que oigamos hablar de ella.
En inferiores niveles se movieron Maria Riccarda Wesseling y Stefano Ferrari. La primera es una mezzo de medios poco audibles en la sala de conciertos por algunas deficiencias de proyección (probablemente en cedé el resultado será mejor), sensible a la hora de plasmar un buen retrato de 'Griselda', pero no lo suficiente como para no librar de cierta pesantez a las intervenciones de su atribulado personaje. Correcta en las (no demasiadas) agilidades, quizá dio la impresión de no ser una cantante de entidad suficiente como para encarnar a la boccacciana protagonista.
Stefano Ferrari, por su parte, es un tenor corto, solvente en prácticamente todo y sobresaliente en prácticamente nada. La voz no es desagradable, pero, como a veces hemos advertido en otras reseñas refiriéndonos a distintos cantantes, su técnica es deficiente en cuanto que la voz no es reunida en el mejor punto antes de ser lanzada hacia los resonadores (lo que algunos llamarían 'falta de brillo', mencionándolo equivocadamente como cualidad natural, cuando no es más que mera técnica). Faltó también más expresividad y variedad; lo más conseguido fueron las 'actitudes regias' que denotaban el poder del personaje ante la circunstancia.
Muy bien, sin embargo, estuvieron los contratenores, de características muy distintas. El conocido Philippe Jaroussky posee, éste sí, técnica muy refinada y variedad en el fraseo. La voz es pequeña, pero está inteligentemente manejada y pasaba sin dificultad. Sólo las notas más agudas suenan con cierto rozamiento y no resultan tan agradables, aunque sin que esto suponga comprometer su canto, sino más bien un detalle que podría pulirse. Todo sonó en él en su justa medida, apartándose del camino de la sobreactuación o del excesivo patetismo en que a veces caen otros colegas.
Buena prestación igualmente la de Iestyn Davis, de voz algo entubada y en teoría más potente, correctísimo de afinación y de sonido más rotundo en momentos reposados, debiéndose plegar en exceso, sin embargo, cuando las agilidades lo requerían; es entonces cuando los recursos para 'falsear' el centro quedan sin efecto y podemos adquirir pistas más fiables sobre los verdaderos medios de cualquier cantante.
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