Reino Unido
Como siempre
Enrique Sacau
Sería injusto decir que la English National Opera (ENO) me ha sorprendido con una representación de un clásico de calidad puesto que eso es precisamente lo que el segundo teatro de ópera londinense suele hacer. La calidad de la orquesta, antaño tan deficiente, está en la base del frecuente éxito de sus producciones operísticas: sin un buen foso capaz de atraer buenos directores no hay compañía de nuestros días que pueda tenerse en pie.
David Leveaux, director escénico de esta Salomé, hizo por su parte un gran trabajo. En el sencillo escenario diseñado por Vicki Mortimer, que sitúa la acción en un momento indeterminado del siglo XX, se mueven con soltura los personajes de esta orgía de sangre. A Salomé, que algunos escenógrafos han mostrado como una mujer que excede su rol de género mientras que otros tantos han preferido enseñar como una niña que madura, nos la presenta Leveaux ni como una cosa ni la otra, sin que por ello deje de funcionar. Lo cierto es que el texto es tan soberbio y la música dibuja con tanto acierto a los distintos personajes que esta ópera funciona independientemente de lo que haga el director escénico. Con Leveaux ningún personaje sale bien parado: ni Salomé, ni Herodías, ni Herodes ni… los judíos, que parecen disfrutar como nunca de la danza erótica de la adolescente. No falló, pero sin duda no convenció, la danza ideada por Wayne McGregor. La valiente soprano Cheryl Baker se animó a bailar y si algo de sensual tuvieron esos minutos se lo debemos a ella y al director, más que al coreógrafo.
Baker convenció plenamente como cantante. Algunos la han acusado de comerse las palabras, pero eso sólo sucedió en el caso de las notas graves y durante los primeros minutos de su espléndida actuación. Los agudos bien apoyados, campaneantes y potentes fueron su mejor arma. No por ello faltó sutileza en los veinte minutos de monólogo en que explica, y aprende, que el sabor del amor es muy amargo. Junto a ella estuvieron un histriónico John Graham-Hall como Herodes, la adecuada Sally Burgess como Herodías y un elenco de bien preparados secundarios. Eso sí: el único que estuvo tan sobresaliente como Baker fue Robert Hayward, un Jokannan sencillamente impecable.
La orquesta de la English National Opera, como ya he adelantado, estuvo a la altura de los no pocos requerimientos de Lionel Friend. Que Salomé y Electra sean llamadas “óperas negras” no quiere decir que la orquestación, lejos de ser oscura, no deba refulgir. Y así lo entendió Friend, que exigió a la orquesta gran esfuerzo para superar las no pocas dificultades de una obra genial. El resultado no pudo ser mejor y salí de la English National Opera lamentando no ir más a menudo. Como siempre.
Comentarios