Reino Unido

Bromas muy serias

Eduardo Benarroch
lunes, 12 de diciembre de 2005
Londres, martes, 22 de noviembre de 2005. Barbican Hall. London Symphony Orchestra. Bernard Haitink, director. Ludwig van Beethoven, Sinfonía nº 2 en re mayor op 36 (1799-1802), y Sinfonía nº 3 en mi bemol mayor op 55 ‘Eroica’ (1803). Ciclo ‘Las sinfonías de Beethoven’
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¿Cuántos años hace que dirige el maestro holandés en Londres y nunca había dirigido un ciclo completo de las sinfonías de Beethoven? Tampoco, en toda su larga carrera en el estudio de grabación, había grabado un ciclo completo de estas sinfonías que demandan tanta concentración intelectual. Con la visión lógica de una orquesta emprendedora y que gusta del desafío, la Sinfónica de Londres se ha lanzado a hacer las dos cosas simultáneamente con este director.

La serie de conciertos se divide en dos períodos, el primero, que acaba de concluir, celebrado durante el mes de noviembre, y el próximo, que concluirá la serie, durante el mes de abril -entre el 19 el 30- y que abarcará los Conciertos para piano nº 4 y nº 5. Cuando el lector lea esta nota, ya se estarán editando las Sinfonías nº 2, 3, 6 y 7.

Cuando Beethoven compuso su Sinfonía en re mayor op 36, la sinfonía era una de las más largas del repertorio, y mucha gente se ha olvidado de esto, puesto que su reinado como la sinfonía más larga duró sólo un año, siendo eclipsada por otra sinfonía del mismo compositor, la Eroica.

Además, en su momento, la sinfonía fue criticada por su forma grotesca de resaltar los efectos, que parecían mucho más fuertes que en la Primera. Hoy la 2º sinfonía es considerada como un Beethoven de buen humor, aún cuando la sinfonía fuese compuesta durante uno de los períodos mas oscuros y deprimentes de la vida del compositor. En un período en que enfrentaba su sordera por primera vez y consideraba su futuro a través del Testamento de Heiligenstadt, la música contiene optimismo, energía y humor.

Pero si esta sinfonía es una broma, es una broma muy pesada que no hace reír a nadie sino que lo deja pensando luego de la lúgubre introducción. Pero cuando Haitink abre la puerta, todo se ilumina con puro clasicismo. ¿De qué otra manera se puede describir? si la entrada de las maderas suena como Schubert es culpa del director, pero con Haitink no se corre ese riesgo porque sabe la diferencia entre un ataque y el otro. Su levare es cada vez más espectacular y bien guiado, y esa mano izquierda jamás ha sido más expresiva y comunicativa, como si fuese una línea directa hacia los primeros violines.

¡Y qué importante es la proporción de los instrumentos en esta sinfonía! Haitink explica que el jamás consideraría dirigir la Segunda sinfonía con una sección de cuerdas muy grande, “sería un crimen”, agrega con vehemencia. Con ocho primeros violines enfrentando a los ocho segundos, y sólo cuatro contrabajos, el sonido comenzó y siguió liviano, pero lleno de energía y expresión. Un traje de media estación en lugar de un pesado traje de invierno, que permitía el paso rápido manteniendo al caminante fresco y sin sudor a través del trayecto.

Los juegos entre flautas y violines comienzan pronto, como si estuvieran provocándose para terminar esta provocación en un regreso al primer motivo. Esto es lo más que se acerca Haitink a expresar humor, pero ya no tenemos necesidad de reírnos, porque ha entrado una sensación mejor, la de respeto y cariño. “Esto no es para reírse” parece decirnos el maestro holandés, “y ahora yo les voy a mostrar por qué”. Y por eso cuando escuchamos las trompas desatando su fanfarria no es algo lleno de humor sino de júbilo.

¿Y es que hay algo más bello que el comienzo del 'Larghetto', especialmente cuando se lo toma con la delicadeza y liviandad como se lo escuchó esta vez? Y de paso a buen tempo, sin caer en la sufrida lentitud, y que nos ayuda a identificar el nacimiento de la Novena sinfonía. Si las trompas y las maderas fuesen niños, no habría un grupo de niños de mejor comportamiento ni mejor educados que estos. Y Haitink no los trata como un maestro de escuela severo, sino como un padre, y si aquí se encuentran algunas semillas de la Novena, también las hay de la Quinta y de la Sexta, pero en este caso, esta es una curiosidad musicológica, porque son parte intrínseca del más espectacular movimiento. Poco más tarde fagot, trompa y flauta dialogan con los primeros violines, pero este romance es interrumpido por los segundos violines que desean también participar.

El humor abunda en el tercer movimiento, pero es un humor de raíz musical, de desafíos y de complementos, de preguntas y respuestas, con un ataque marcial y preciso por parte de un maestro que maneja todos los hilos para que no haya ningún desborde. La broma está en la construcción del movimiento, scherzo y trio, allegro.

Y con qué energía comienza el ‘Allegro molto’ que constituye el cuarto movimiento, y con qué divina inspiración los violoncellos entonan el más delicioso cantabile, mientras las cuerdas juegan entre sí bajo la alerta guía del padre de la orquesta, quien con una mirada benigna, mano flexible y tempi extremadamente ágiles pero también naturales, se aseguró de que no hubieran excesos, pero sí refinamiento y constante sentido de sorpresa.

Por delante nuestro se levantaba una sinfonía, una gran sinfonía, como si fuese la primera vez y por eso la entrada en la coda final pareció golpearnos hasta que de pronto nos acariciaron las cuerdas ¡y antes que nos diéramos cuenta todo había concluido!

Si la Segunda sinfonía parecía larga en su época, la premiére de la Tercera significó un salto hacia adelante de tremendo significado sinfónico. He aquí un mensaje tan grande, tan lleno de filosofía de la vida, que desborda la página y llega al espectador con fuerza inusitada, dejándolo nervioso e inquieto. Y si eso nos sucede hoy, imagine el lector lo que habrán sentido esos primeros espectadores allá por el año 1803.

Los acordes del comienzo son tensos, nerviosos, pero el tema principal cuando aparece, es como ningún otro tema principal hasta la fecha. Y qué sorpresa encontrarnos con que Haitink tocó esos primeros acordes como si fuese la conclusión de la Segunda sinfonía que la precedía, como si siguiese en forma ininterrumpida una sinfonía a la otra, con todo lo que eso acarreaba en su época.

Y si ya estamos medio nerviosos e inquietos pronto entramos en otro territorio totalmente diferente, de sonidos mucho más pesados e intensos. Con ocho contrabajos y cinco atriles de primeros y segundos violines, esta es una formación digna de Bruckner (menos los bronces). Pero Haitink no cae en la trampa romántica y no toca un Beethoven pesado sino enérgico. Cuando las batutas fuertes tienden a sonar (o ser descritas) como amagos de mal humor, la impresión que crea Haitink es de tallar la música que surge a través de las flautas que propulsan las cuerdas hacia la grandeza.

Haitink nos hace pasar de la gran excitación del tutti al más calmo pianissimo y al mismo tiempo construye su edificio sonoro en forma elegante, mientras que bajo otras batutas puede llegar a sonar burdo y ordinario. He aquí un arquitecto y un artesano con una lectura que se caracteriza por el detalle y la sutileza del ataque, en especial los primeros violines.

La entrada de las trompetas como las preparó este director fue excepcional y así nos llevó inexorablemente a la sección más controvertida del primer movimiento ‘Allegro con brio’. Pero aunque sea controvertida, Haitink no lo sobre-enfatiza como otros directores, que hacen notar el bulto demasiado. Haitink no juega a las escondidas, sino que nos deja que nosotros mismos encontremos las música que el nos presenta. ¡Con qué suavidad hace entrar a la trompa solista y cómo prepara toda la sección a tutti que sigue y que repite lo expresado por la trompa!

Esta es una sinfonía un molde nuevo, es un atleta del siglo XX en el siglo XIX, con nuevos métodos de entrenamiento que exigen tanto del público como de la orquesta. Y de paso, como se ha dicho muchas veces en estas columnas, no hay mejor compositor para demostrar por qué la formación con los segundos violines a la derecha es la más adecuada, y con que elegancia Haitink nos lleva en ese ¾ liviano y noble.

Si el lector se cansa siempre de escuchar la marcha fúnebre del comienzo de este movimiento, le ruego que compre este CD cuando salga a la venta en los próximos meses, porque allí comprobará que hay otra forma de presentarla sin perderle el respeto. Con los 8 contrabajos totalmente independientes y hurgando como si cavaran una fosa, los violines producen un ambiente de expectativa, de poca pero solemne tristeza. ¡Este es el entierro de una ilusión y no de un hombre! y con qué energía la entierra Haitink, pero también con qué dignidad. Esta es la lectura menos amanerada y también la más respetuosa y natural, y por eso cuando recomienza la marcha, se tenían muchas ganas de volver a escuchar ese fraseo exquisito seguido de la angustia expresada en las cuerdas y en especial de los sonidos que salían del corazón de la orquesta, en el centro mismo, donde estaban los violoncellos. Esta vez son los primeros y segundos violines los que terminan de enterrar la ilusión y se atreven a esbozar la marcha.

Lo que sucede a continuación es muy especial, porque con esta marcha los primeros violines han desatado la furia de la orquesta que estalla con la trompeta a la cabeza y toma varios compases hasta retomar el paso. Los primeros y segundos violines entonan una frase de disculpas, noble y digna que es aceptada por toda la orquesta. De pronto es el clarinete el que entona la marcha, que ahora sí que no tiene nada de fúnebre, es un mero detalle, un lamento de algo que podría haber sido pero que no fue. Y eso es confirmado por las maderas encabezadas por el oboe, a las que siguen las cuerdas titubeantes pero decididas a concluir esta triste etapa.

Uno de los comienzos más temidos por toda orquesta fue despachado con gran facilidad por la LSO, ¡y conste que es mucho más difícil tocar el comienzo del Scherzo y Trio: allegro vivace (a 116) tocando el siempre staccato pianissimo como está indicado (pp) que mezzoforte!, por eso la flauta sale con sonido más dulce y natural, porque no debe forzar el volumen. ¡Y que brillantes y virtuosas sonaron las tres trompas! Pero lo que más atrajo la atención del oyente fueron los contrastes, las variaciones dinámicas y la forma en que todo fue preparado durante este movimiento hasta llegar al final como si fuese una sorpresa.

Por fin en el ‘Finale allegro molto’, Haitink hizo tocar a la LSO con fraseo natural y juego rítmico de excepción, he aquí un verdadero maestro del chiaroscuro que deja salir a los nuevos temas sin jamás exagerarlos. La fuga tuvo precisión enfática y milimétrica y gran claridad a la que siguió una virtuosísima flauta y de allí la orquesta entera se entregó a la alegría de la danza de algo nuevo, de haber dado vuelta la página de la historia de la música. Ya no hay muerte ni ilusión, sino trabajo y realidad. Así es la vida, dura pero con alegría y felicidad, pero para lograrlo hay que trabajar. Eso nos decía Beethoven en esa noche y con eso coincidía la lectura de Haitink.

Por eso el torbellino final no tiene significado en si mismo, sino que el larguísimo silencio que sigue al oboe indica que es una celebración del futuro que Beethoven estaba tallando con esta Eroica, y que Haitink y sus excelentes músicos habían hecho renacer con tanto amor y musicalidad. Si estas grabaciones contienen el espíritu que habitó en la sala del Barbican, serán grabaciones para atesorar.

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