Obituario

La Nilsson era una fiesta ...

Agustín Blanco Bazán
martes, 24 de enero de 2006
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Cuando nos enteramos ya estaba sepultada, bien a salvo de esos operómanos tan aficionados a ver los féretros de sus divas desfilando frente al teatro. Bien a salvo de esas colegas sobrevivientes que aprovechan estas ocasiones para exhibirse cantando frente al catafalco como si estuvieran oficiando un responso. De la que salvó el pobre Bertil que tantas veces había dicho que se había casado con Birgit a pesar de ser cantante de ópera. En su autobiografía ganadora de un premio de humor literario, la esposa nos comunica su sospecha que lo que finalmente decidió a Bertil fue su omelette de hongos y almejas.

"¡Bien de suecos!” han comentado algunos, aludiendo al pundonoroso ethos de sepelios del mundo rural protestante donde nació y murió Birgit Nilsson. “¡Bien de sueca!” comentaban también algunas señoras del Colón de Buenos Aires frente al desparpajo, inédito en una cantante de ópera voluminosa, de bailar ella misma la danza de los siete velos en aquella Salomé del 65. Sí, es cierto que lo hacía en una escena semioscura, ¡pero qué voluptuosidad, qué sensualidad de movimiento! Un amigo que se había llevado unos prismáticos enormes, casi telescópicos a la función se vanaglorió luego en el café de enfrente de haber visto “los pezones de la Nilsson” y yo plasmé mis impresiones en una composición que mi profesora de música del tercer año del secundario leyó con inocultable rubor, pero sin poderme llamar demasiado al orden porque, finalmente, yo era uno de los pocos alumnos que le daba el gusto de ir al Colón. Pero más que la danza le perturbó mi relato de la Nilsson besando la cabeza del Bautista y yo mismo recuerdo esta escena como uno de los pináculos de esta gran artista. Nilsson la actuaba como una siniestra pero apasionada declaración de amor, con total desparpajo necrofílico y esa voz única en su articulación, control, y color que proyectaba con la precisión de un láser. Todavía me inquieta recordar la forma en que la Nilsson pedía la cabeza del Bautista. ¡Pobre Herodes!

¡Y pobre Tristan! Uno temblaba al verlo llegar a enfrentarse con la Nilsson en el primer acto. Seguían esos momentos de sorna feroz de “Ya que sois tan respetuoso de las costumbres Herr Tristan”. La Nilsson disparaba a alusión a las costumbres como una flecha: “Dass Du so sittlich…” Bastaban la ”s” y la “t” de sittlich para darse cuenta lo que le esperaba al caballero. En su autobiografía Nilsson dice que había esperado durante muchos años al Tristan que por primera vez se le presentó en Buenos Aires en el 71. Y con razón, porque Jon Vickers tenía una intensidad similar a la de ella. Era escalofriante ver el primer enfrentamiento de estos dos colosos en busca de la muerte y el progreso de tensiones hasta la antitesis de la explosión de un amor obsesivo luego de beber el filtro. Nilsson y Vickers como Tristan e Isolda quedan para mí como el paradigma de esos héroes y heroínas trascendentales de la ópera, es decir, esos personajes que usan el arte para confrontarnos con algo que está mas allá de nuestras existencias cotidianas.

Siento no haberme cruzado con Nilsson en El palacio de las papas fritas, su restaurante favorito y también el mío, en Buenos Aires. Le hubiera contado la prismática exploración de sus senos por mi amigo, seguro que hubiera incorporado la anécdota a esa autobiografía donde sabe tan bien reírse de los demás y de sí misma. El Rey de Suecia de la temprana postguerra pasa a la historia como el monarca que mientras ella cantaba un aria de la Cantata de Pentecostés de Bach en una capilla rural sin toilette tuvo que satisfacer urgencias fisiológicas en un metálico recipiente de limosnas “todo iba muy bien hasta que de repente se oyó en la iglesia una corriente de lágrimas”. Y noblesse oblige, también nos cuenta como ella padeció análogas vicisitudes en camino a su prueba de admisión a la Academia Musical de Estocolmo en 1941. Mientras buscaba una farmacia para comprar un calmante para los nervios “otra necesidad se hizo más urgente…¿Qué hacer?...La naturaleza no conoce leyes. En el Berzelli Park había muchos bancos con tablas separadas. Elegí el más apartado, y me senté haciendo que leía mis partituras. Fue facilísimo recoger mi liviana ropa de verano. ¡Magnífico! Momentos después seguía mi camino, aliviada y contenta.”

La autobiografía también contiene la explicación de ese aparente distanciamiento que ha inducido a algunos a aludir, creo que equivocadamente, a una deficiencia emocional para “entregarse” totalmente a un personaje. Cuenta Nilsson que en ocasión de su primera 'Lady Macbeth' bajo la batuta de Fritz Busch, Hans, hijo del director de orquesta y regisseur de la ocasión la confrontó con instrucciones de exagerada gesticulación y movimiento (“tal vez había hecho había interiorizado demasiado el arte del teatro de marionetas…me hacía subir y bajar escaleras como un alma en pena”). Cuando la observó “sudando con la vocalización y la caracterización de esta Lady sedienta de poder”, Einar Larson, un veterano colega decidió opinar: “Si la señorita sigue así, estará terminada en medio año. Usted corre como una rata loca por todos lados y fuerza su canto hasta el límite del dolor. Piense que es el público y no usted el que debe estremecerse. Esto es teatro, mi querida señorita. Nunca perjudique su voz para actuar en forma naturalista. ¡Lo que hacemos aquí es teatro, teatro y teatro!”. Con este consejo, seguido al pie de la letra, la Nilsson extendió su carrera más allá de sus sesenta.

Como en la autobiografía hay un capitulo sobre Buenos Aires, debo a Nilsson algunos comentarios al respecto, empezando por excusarme en nombre de todos mis compatriotas por un incidente en el aeropuerto de Ezeiza. Con su característico humor, cuenta como en una de sus llegadas se vio envuelta en un mar de admiradores y flores. Que le faltaban las joyas recién lo notó al llegar al hotel. Swissair le informó que era el tercer robo del día. El primero de sus padecimientos bonaerenses los había sufrido en su primer viaje, que coincidió con la caída de Perón en el 55. Otros padecimientos fue le fueron la huida por la escalera de su habitación en el piso 14 al sótano del hotel Claridge en medio del bombardeo que precedió la caída de Perón en el 55. La versión Nilsson de aquella revolución es más o menos la siguiente: en vísperas del golpe los argentinos esperaban, como acostumbran a hacerlo aún hoy, soluciones del cielo. Literalmente en este caso, porque llovía y, siempre según ella, ningún argentino tiene ganas de salir a la calle a disparar tiros a riesgo de mojarse. Es por ello que le decían que se iba armar cando parara la lluvia. Así fue que cuando terminó la lluvia, ella se encontró huyendo por las escaleras de su habitación del piso 14 al sótano del Hotel Claridge en medio de un bombardeo. Mientras la sueca cargaba las valijas donde inadvertidamente había guardado los pantalones de su marido, éste la seguía en pijamas con un paraguas: “Bertil decidió llevar el paraguas. Obviamente se había contagiado de la aversión de los argentinos a la lluvia”. Mis excusas póstumas en nombre de los argentinos incluyen mi pesar por las lágrimas que derramaba 'Isolda' cuando en camino al escenario debía pasar frente al hediondo baño de caballeros. Una vez en la escena, la Nilsson debía confrontarse con un espacio de tal enormidad que “se necesitaban patines para llegar a tiempo a abrazarse con Tristan”. Estas adversidades se vieron afortunadamente atenuadas por momentos de comicidad, como la dificultad de 'Brangania' por contener el ataque de risa que le dio la presencia de un gato haciéndose la toilette en escena durante la premiere de la producción con Vickers o el doctor de garganta cuya timidez a entrar en el cuarto de la cantante respondía a una experiencia anterior en la cual una sueca lo había recibido desnuda. “Yo le expliqué que nosotras, las cantantes suecas, cuando llamamos a un medico de garganta, sabemos exactamente que órgano debemos mostrarle”.

¡Pobre Birgit! Había jurado no regresar a Buenos Aires después de sus vicisitudes del 55, y allí estaba de vuelta el año siguiente y cinco veces mas. Demasiado generosos son los recuerdos de su paso por la Argentina escritos desde la granja donde se recluyó luego de su retiro: “Seguramente los baches en la calle no son más pequeños hoy que antes, pero hay allí una libertad y una espontánea alegría de vivir que una extraña en otros países. Mi vida artística hubiera sido más pobre si no hubiera experimentado un pedazo de Argentina y su maravilloso Teatro Colón.” Y hasta confiesa sentir una necesidad compulsiva de abandonar su idilio rural para regresar a mi ciudad. Al recordar el panqueque de manzanas con helado de crema del Palacio de las Papas Fritas, la ya anciana Nilsson comenta “al escribir estas líneas siento un deseo casi irresistible de volar a Buenos Aires en el próximo avión”.

Mi despedida de Nilsson no fue en Buenos Aires, sino años después en la Opera de Viena, durante aquellas legendarias representaciones de La mujer sin sombra y Electra bajo la dirección de Kart Böhm. Se dice relativamente poco de su 'Tintorera' y sin embargo creo que fue una de las mejores creaciones teatrales que recuerdo haberle visto. También aquí sus típicos momentos de irónica ferocidad con 'Barak' y sus hermanos eran de hacer parar los pelos y el pathos de su transformación era, si…era una entrega total. En Electra queda como mi favorita absoluta, con otros cameos erizantes, como su burla de 'Clisotemis', su progresivo ensañamiento con 'Clytemnestra' y, el más pequeño y espectacular de todos, la mofa y el disimulo con que conducía a 'Egisto' a su muerte. Había, sí, en la Nilsson apasionamiento, pero rara vez feminidad. O si la había, era algo mítico. En los finales de Tristán y Ocaso de los Dioses era una sacerdotisa, masiva en su presencia, poderosa en su voz, explicando al público verdades trascendentales con calma e intensidad.

Una calurosa tarde de junio a fines de los setenta, preferí salir con amigos al bosque de Viena que ver a la Nilsson en lo que probó ser la última oportunidad en que nos cruzamos en la misma ciudad. Pero también ella era enemiga de las despedidas y años después en 1982 urdió, para retirarse de la escena sin homenajes lacrimógenos, una treta tan inteligente como la ensayada para sepultarse este enero sin que nadie lo supiera. El 9 de junio cantó una Mujer sin sombra en Viena y el 16 de junio luego de una Electra en Frankfurt comunicó a sus colegas: “Esta ha sido mi última actuación” . Siguió la cancelación de su última Mujer sin sombra prevista para el 30 de junio en Viena. Fin. De allí en adelante su arte pasó a ser apreciado por un club de admiradores diferente: “mis seis gatos del patio de mi casa en Skane son tan sensibles como los tenores. Vienen corriendo de todas las equinas cuando les anuncio, con algunos Do agudos, que ha llegado la hora de comer”.

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