Estados Unidos
Siempre resulta interesante
Horacio Tomalino
Siempre resulta interesante someterse a la experiencia musical que significa presenciar una nueva producción de este auténtico clásico del siglo XX. Y lo es mucho más aun, si quien pilota esta propuesta musical es el director americano James Levine al frente de la orquesta del MET. Pues a esta altura de su carrera es en este repertorio donde Levine encuentra el campo más fértil para innovar, internarse en la partitura y rescatar todo el resentimiento, la violencia y la amargura que emana de la nada fácil escritura de Alban Berg. Como es habitual ante la presencia de su principal director, la orquesta del MET respondió minuciosamente a cada observación del maestro desentramando con habilidad, plasticidad y esplendida prestación el abismal mundo dodecafónico propuesto por el compositor alemán.
En esta ocasión, el rol protagónico estuvo perfectamente caracterizado por un Alan Held en la apoteosis de sus medios vocales. Más allá de su espectacular forma vocal, fue en la evolución psicológica donde el bajo-barítono americano construyó un infeliz soldado imponente. En su voz, pero sobre todo en su modo de interpretar cada frase, pudo palparse el sufrimiento, la desolación y la tortura psicológica que este mundo no reparó en someter al infeliz soldado. En su ‘Wozzeck’ quedó claro que la violencia es el resultado directo de la humillación que le generó el entorno.
Otro interesante acierto y pilar de la representación fue la elección de Katarina Dalayman como ‘Marie’. La soprano sueca fue una protagonista plena de carácter, con medios de sobra para asumir el rol de 'Marie' y de conmovedora sensibilidad.
La concepción dramática planteada por el compositor de los tres impresentables torturadores: 'el capitán', 'el doctor' y 'el tambor mayor' da una vasta capacidad de acción en la actuación e interpretación de los cantantes. Tanto Graham Clark, como Walter Fink y Clifton Forbis comprendieron la idea y desarrollaron una labor interpretativa de calidad, retratando a los aprovechadores del infeliz protagonista con una crudeza y una brutalidad sin límites.
Por su parte, si bien el tenor John Horton Murray cumplió con creces los requerimientos vocales de la parte de ‘Andrés’ hubo de lamentarse su discreta actuación y su por momentos descontrolada afinación.
A pesar de sus buenas intenciones, el coro no alcanzó el nivel general al cual nos tiene acostumbrados y pareció no sentirse particularmente cómodo en este tipo de repertorio.
La simbólica producción escénica, firmada por el regista Mark Lamos, tuvo sus aciertos aunque costó un poco de trabajo encontrarlos. A pesar de los pocos elementos, la producción fue directa, concisa y dejó claro el mundo de pesimismo y fatalismo en el que se mueven cada unos de los protagonistas.
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