España - Castilla y León
Duo crudele
Samuel González Casado
¡Con qué alegría salía el público del teatro Calderón! La verdad es que daba gusto ver cómo todo el mundo había disfrutado tanto; un ambiente de euforia que ya se respiraba en el descanso, y que se hizo patente con el entusiasmo de aplausos y bravos, siempre en aumento. El programa, netamente belcantista, se prestaba a ello: piezas nunca demasiado famosas, excepto las más reposadas —'Spirto gentil', 'Ah te, o cara'—, pero animadas, de gran dificultad, aptas para lucir las cualidades sobre todo de Flórez.
Ya se sabe que, entre el tumulto del entusiasmo desatado, siempre hay espacio para la reflexión y para el matiz, máxime cuando en muchas ocasiones a ese regocijo, inconscientemente, puede contribuir el precio que se ha pagado: ¡como para no disfrutar del espectáculo si se ha soltado entre 30 y 60 € de vellón! Precios tampoco desorbitados para tratarse del mejor lírico-ligero del mundo, pero que desde luego invitan a cierta parte del público a convencerse a sí mismo de que el espectáculo está siendo formidable, con bastante razón esta vez, pero, como decimos, con matices también.
Y es que Daniela Barcellona, digámoslo ya, es una mezzo muy normalita, que ofrece cruel comparanza ante las cualidades de Flórez. Quizá, incluso, tal dúo, en el que ella no sale muy beneficiada, ha sido orquestado consecuentemente: lo que en Flórez es refinamiento y perfección técnica, en Barcellona es fuerza y pasión. Y en principio es así pero, ay, a Barcellona le fallan demasiadas cosas en el aspecto vocal.
En primer lugar, la voz está deficientemente emitida y ya algo desgastada, porque su mecanismo no dirige el caudal hacia las cavidades resonadoras desde el sitio más adecuado, no se reúne bien, así que carece de punta, de redondez, y esto se acompaña de que la técnica en general no es buena: los ataques son bruscos, se tarda mucho en colocar los sonidos, a veces abiertos, a veces velados. Se lanzan ruidos espurios de variada naturaleza: los agudos raspan y el centro sopla. El registro de pecho no es desdeñable, porque tiene un color bello y es oscuro y robusto sin pasarse; pero la mezzo ejerce poco control sobre él y, en el canto más delicado, utilizar el pecho significaba romper cualquier deseo de intimidad.
Con todo, hay que reconocer que, como tantas otras cantantes con deficiencias, Barcellona es un animal escénico, que vive los personajes. Así, pese a su voluntariosa pero emborronada coloratura, la mezzo tuvo su momento de gloria en una estupenda 'L´ai je bien entendu? o mon Fernand!... Mon châtiment descend du ciel', de La favorita donizettiana, plena de poderío y matiz. En Rossini hubo altibajos, y Barcellona sufrió lo suyo en las agilidades y en los agudos, aunque se puede decir que lo sacó adelante.
Flórez es todo lo contrario: de actitud envarada en el escenario, la mayoría de las veces mano en el pecho y rigidez clásica —recuerda en cierta medida a esos tenores antiguos tipo Gigli, con posturas siempre tan dignas y estudiadas—, sin embargo fue capaz de definir muy bien el carácter del canto y el personaje con económicos pero atinados recursos, tanto vocales como escénicos: pianissimo por aquí, inflexión por allá, alzamiento de cejas, expresión pícara, semi-sonrisa algo sardónica... Pero ante todo estaba su sonido de lírico-ligero, de una belleza que hay que escuchar en directo para que pueda ser realmente apreciada.
No hay nada en su perfecto mecanismo que desvaríe un ápice. Todo resulta, a nuestro juicio, canónico en su modo de emitir, porque el prodigio de su técnica, inmaculada, es que no se oye: todo parece fácil, todo parece salir solo, como quien no lo pretende. El Re bemol de la segunda estrofa de 'A te, o cara', de I puritani, surgió de la nada, casi sin ayuda —atacado, eso sí, sin el arrojo de un Kraus—, tranquilo y natural. Ni color ni posición se descomponen arriba, el sonido ni se aflauta ni se nasaliza, porque todas las vocales van al sitio correspondiente en la máscara, y el fiato es generoso (en el dúo de propina, extraído de La Donna del Lago, se apreció muy a la claras quién estaba a gusto en el agudo del unísono final y quién no era capaz de mantenerlo).
Existen un par de salvedades, que se pueden enunciar hilando muy fino, sí, pero que sería necesario señalar. La primera está en las agilidades; el tenor se las apaña para que parezca que las solventa con toda naturalidad, con muchísima inteligencia, aunque realmente no es así. Es decir, el conjunto de su canto es tan natural, tan hermoso, tan continuo, que la coloratura "se nos mete" en la misma cesta de igual manera, y en este punto habría que parar un poco el carro, porque a veces no nos enteramos ni de que está cantando muchas notas, poco marcadas, poco señaladas.
En ocasiones nos hemos quejado, en estas mismas páginas, de que ciertas cantantes (por ejemplo Larmore o Mijanovic) no ligan bien la coloratura y las semicorcheas suenan demasiado escindidas, groseras. Con Flórez nos "quejamos" de lo contrario: sin estar desafinadas, no se "explican" bien: se cantan, pero se escuchan difusas. Quizá esto forma parte del mecanismo general del tenor, tan perfeccionado, que a su vez puede que no funcione tan bien en esta parte. Aunque igualmente advertimos de que se trata de una apreciación no demasiado significativa ante las cualidades que lo adornan.
La otra salvedad está en la expresión, que es variada, pero poco sorprendente: todos los recursos se utilizan de forma intachable, pero falta algo de valentía, de genio. Flórez actúa como una Freni en versión masculina: todo está en su sitio, pero se echa de menos personalidad más acusada, margen para la sorpresa. Claro, su estilo está directamente conectado con su técnica, que le proporciona un sonido muy dulce, redondo, acariciador... Se trata, igualmente, de una salvedad muy pequeña porque, en términos de estilo, realmente el cantante es irreprochable, y sabe administrar sus recursos expresivos. Pero sería estupendo que, aunque sólo fuera de vez en cuando, el tenor administrara menos y se dejara llevar más.
Muy bien, en líneas generales, estuvo la OSCYL y su director invitado, Riccardo Frizza, de maneras toscaninianas, impetuosas y exactas. Se lucieron sobre todo los metales, en momentos como el comienzo de la obertura de Semiramide, que instrumentalmente fue de lo mejorcito del concierto. El acompañamiento, salvo alguna pequeña desincronización, por ejemplo con Flórez en Bellini, fue irreprochable.
En fin, con todo lo referido a los cantantes tememos que se nos pueda acusar de aguafiestas, pero esperamos que se nos entienda bien: las carencias de la mezzo son evidentes (también sus cualidades, ojo, porque en ella todo es evidente), y las apuntadas hacia el tenor suponen sólo salvedades a un portento fastuoso digno de ser escuchado y disfrutado por muchos años. Así que el entusiasmo del público —sin que sirva de precedente— estaba perfectamente justificado. Y eso hay que agradecérselo a los que lo han hecho posible, los cuales, éstos sí, no dejan de sorprendernos (quién podía imaginar hace siquiera cinco años que alguien de la categoría de Flórez y Bartoli iban a actuar en Valladolid en menos de una semana —el tenor incluso grabará un DVD en el teatro Lope de Vega de esta ciudad—). Ojalá se continúe en esta línea.
Comentarios