España - Madrid

No siempre fácil, y a veces muy comprometido

Juan Krakenberger
viernes, 17 de marzo de 2006
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Madrid, lunes, 6 de marzo de 2006. Auditorio Ampliación del MNCARS. Cuarteto Diotima: Naaman Sluchin y Yun-Peng Zhao, violines, Franck Chevalier, viola y Pierre Morlet,violoncello. James Dillon, Cuarteto nº 4. Michaël Lévinas, Cuarteto nº 2. Emmanuel Nunes, Chessed III. Mauricio Sotelo, Artemis. Asistencia: 85% del aforo
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Todo compositor que se precie se siente obligado a componer para cuarteto de cuerdas. Probablemente es la formación para la cual ha sido compuesta la mejor música que existe. Con tan solo recordar los cuartetos de Haydn, Mozart, Beethoven, Schubert, Brahms, Bartok, Debussy, Ravel y Shostacovich ya se habría abarcado todo un mundo de obras maestras.

Así que resultó del todo interesante oír cuatro cuartetos de otros tantos compositores europeos, todos nacidos alrededor de 1950 -diez años más o menos- explorando los recursos sonoros de cuatro instrumentos de cuerda, con las limitaciones que ello significa. Nada de percusión, nada de teclados, nada de viento. Me resulta difícil opinar si ello significa para el compositor contemporáneo un reto similar al que supuso para aquellos arriba citados: el hecho es, que se sienten atraídos por el género.

En cuanto a los intérpretes, la historia es un poco diferente. Solo hay algunos de los numerosos cuartetos de cuerda que existen en el mundo de hoy, que se especializan en la música contemporánea. El Cuarteto Arditti -al que oímos hace poco- es uno de ellos, el Cuarteto Diotima podría ser su gemelo francés. Tocan muy bien, pero siendo más jóvenes, en contraste con aquellos veteranos, hacen lo que muchos cuartetos practican ahora: los dos violinistas se turnan ocupando el puesto de primarius.

Y también resulta interesante constatar que cada uno de los cuatro compositores encara la tarea de modo diferente. Unos procuran hacer música absoluta, abstracta, otros exploran fórmulas casi matemáticas, o tratan de reproducir un clima con fondo popular. Veremos:

Hubo dos estrenos para España, que se tocaron en la primera parte del programa. El Cuarteto nº 4 (1991) de James Dillon, escocés, con tres movimientos, abrió el concierto. Dillon utiliza células motóricas. Cuando una de estas células ha quedado lo suficientemente expuesta, pasa a otra, y así sucesivamente. En una primera audición no he podido detectar una lógica en esta cadena de pasajes, pero sin duda la hay. En el primer movimiento, hay unos fugatos furiosos, que luego se suavizan, siguiendo la viola y el violoncello haciendo lo mismo, pero los violines le ponen un velo de transparencia, con glissandi en tesituras altas. En el segundo movimiento, más breve, se explora lo mismo, pero con otras sonoridades, y en el tercero, se trabaja con contrastes de dinámica entre lo casi inaudible y la suavidad de piano. Música fragmentaria, que dura unos 20 minutos, y que ha de requerir más de una audición para tomarle el pulso.

El segundo estreno fue el Cuarteto nº 2 (2005) del francés Michaël Lévinas, con dos movimientos. Estos dos trozos se parecen bastante, en el sentido que cada movimiento explora hasta el límite las posibles combinaciones de unas progresiones similares, tipo 'pasacalle'. O sea, nada de fragmentos aislados como en la obra anterior. Todo al contrario, cada movimiento es constante en cuanto a sonoridad y recursos empleados. Durante toda la obra, los cuatro instrumentos tocan siempre en cuerdas dobles, sean quintas o octavas, y los intervalos de terceras o cuartas obligan al uso de glissandi. El resultado es algo difícil de describir: despectivamente, podría decirse que eso se parece a un coro de gatas en celo, pero más positivamente, hay algo misterioso, meditativo y especulativo, que no deja de ser interesante.

En la segunda parte del programa, oímos Chessed III (1992) del portugués Emmanuel Nunes. Aquí asoma un espíritu inquieto, que busca explotar las posibilidades instrumentales normales de los violines, la viola, y el violoncello, haciéndoles tocar intervalos enormes, con visos de virtuosismo. Hay una cadenza para viola solo, y luego otra para violín solo. Son unos doce minutos bastante movidos, impacientes, que tienen la virtud de tratar a los instrumentos de forma convencional, sin mayores trucos extravagantes.

Y para terminar, el Cuarteto nº 2 (2004) del español Mauricio Sotelo, subtitulado; Artemiis, pequeño réquiem para José Ángel Valente, en su versión sin cantaor. Es la obra que a mí, personalmente, más me gustó, porque había ritmos o sonoridades subyacentes, que recordaban la música flamenca, y tenían un cierto sabor andaluz. Todo el clima era mediterráneo, y eso siempre se agradece. Hay un largo pasaje en 3/8, muy sabroso, a pesar del lenguaje estrictamente contemporáneo. Es inútil: lo totalmente abstracto puede ser interesante, pero no te mueve. Y en este obra, lo abstracto está colocado en un entorno más familiar, y eso cambia las cosas, pellizcando la sensibilidad del oyente. ¡Todo un éxito!

La actuación del Cuarteto Diotima, impecable, muy profesional, con pleno dominio de la materia, no siempre fácil, y a veces muy comprometida. El público lo entendió así, y aplaudió con ganas. Mauricio Sotelo estuvo en la sala, y compartió los aplausos con los músicos, al terminar el concierto.

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