España - Madrid
El Kronos Quartet, un cuarteto de cuerdas a la americana
Juan Krakenberger

En rigor, esta crónica la debería escribir alguien joven, de 20-30 años de edad, y no un octogenario, a quien se le podrá tildar de carcamal, en cuanto a los actuales gustos de moda. Así que expreso desde ya todo mi respeto a esta formación, pero ni me entusiasmaron y aún menos pudieron emocionarme, más bien hubo momentos en que los decibelios que llegaron a mis oídos me hicieron daño. Lo único que deseo es no padecer, como sucede en EEUU de forma alarmantemente progresiva, de atrofia auditiva.
Cuando uno entraba esta vez al auditorio 500 del MNCARS, ya se notaba un cambio substancial en comparación con los conciertos precedentes, del interesante ciclo que está organizando el Centro para la Difusión de la Música Contemporánea. El escenario tenía un telón de fondo, de color, un armazón especial para múltiples filas de focos en el techo, otro tanto sobre el escenario, y una pequeña plataforma sobre la cual estaban los cuatro atriles para el cuarteto, de los cuales colgaban micrófonos individuales, aparatos de ajuste de volumen individuales, y auriculares. Por supuesto, también había altavoces. Y entre los asientos del público, en las gradas, dos grandes mesas de control, de luces y sonido, respectivamente. Los dos técnicos a cargo de estos controles los menciono junto con los músicos, porque tuvieron participación activa en lo que vimos y oímos.
Fue evidente que íbamos a asistir a un espectáculo más que a un concierto, y así resultó. En ningún momento pudimos oír al cuarteto “al desnudo” o sea, sin amplificación. En algunas de las 12 piezas ejecutadas –ocho programadas y cuatro de propina– hubo acompañamiento o manipulación electrónicos, sea para agregar un ritmo obstinado, o un breve cántico, o hasta para distorsionar el sonido de los instrumentos.
La velada se inició con una obra de Terry Riley, veterano compositor de California nacido en 1935. Se trató de Venus Upstream (Venus río arriba), trozo de Sun Rings (anillos del sol), que se estrenó en 2003. Tiene algo que ver con la NASA y el espacio. Hay un ritmo permanente, de origen electrónico, al cual el cuarteto se acopla – so sí, de forma increíblemente precisa– y presenciamos una serie de excursiones planetarias instrumentales, que me sonaron a un grupo de rock donde cada uno iba por su lado. No sé si es la edad, pero soy alérgico al bum, bum constante, durante toda una pieza. Por supuesto, se trata –como en todas las composiciones americanas que oímos esta vez– de ritmo estrictamente binario. ¡Cómo me habría gustado un breve vals, en todo esto! ¿Quién dice que en el espacio sideral todo debe ser cuadrado?
Luego de esta pieza, el primer violín tomó uno de sus micrófonos en mano y nos explicó –en inglés americano– lo que habíamos oído y nos introdujo a la siguiente obra, llamada Tusen tankar, una canción popular sueca de amor, en arreglo del propio cuarteto Kronos. Una bonita frase melódica, transformada y repetida, que sonó bien porque tuvo relativamente poca amplificación.
Acto seguido oímos un raga hindú, el Raga Mishra Bhairavi, de Ram Narayan, compositor que se hizo conocido al trabajar para el cine de la India. Se trata de un solo de viola que, mientras reproduce la melodía india, imitando el instrumento hindú original, cautiva e interesa. Pero luego vienen variaciones –que no tienen nada de orientales– y esa parte me aburrió, por pedestre y simple. Apuesto que no eran del compositor original, sino agregados dentro del arreglo que hicieron los Kronos.
Y para terminar esta primera tanda, Inkarri de Gabriela Lena Frank, cinco piezas vinculadas a la pre-historia sud-americana, incaica, con los ritmos autóctonos y giros armónicos que recordaron las quenas del altiplano andino. Cinco piezas bien escritas, algunas con finales brillantes que provocaron aplausos extemporáneos.
Luego del intermedio, una pieza del argentino-norteamericano Osvaldo Golijov, llamada Last Andalusian Sky (último cielo andaluz). El lenguaje de Golijov es atractivo, aún cuando en esta pieza oí más reminiscencias argentinas que andaluzas. Donde Golijov es muy eficaz es en los arreglos que hace para el Cuarteto Kronos de música de todo el mundo, y una muestra de ello pudimos escucharla en la siguiente pieza, del argentino Aníbal Troilo, llamada Responso. Muchos elementos del tango argentino son la base de este trozo, que a mi juicio fue lo mejor de la noche.
La pieza de Michael Gordon Potassium siguió luego. No me parece un buen chiste hacer sonar a un cuarteto como si el potasio hubiera carcomido todas las cuerdas, pero eso sonó exactamente así – acre, sucio, ruidoso, hecho para molestar. ¿Para que?
Y el programa oficial terminó con una obra del mexicano Felipe Pérez Santiago, llamada Campo Santo, nuevamente acompañada por efectos electrónicos bastante ruidosos. En esta obra intervino mucho el técnico de luces, que en los pasajes tocados piano dejaba luz tenue, y en los pasajes forte ponía luz fuerte. Por la simpleza del recurso, en vez de resaltar lo que se oía, esto subrayaba aún más la superficialidad de esta música –hubo un momento que me atrevo llamar “serio y triste” que podría haber sido una reminiscencia de los muertos en un campo santo– pero el resto era ruido molesto y nada interesante.
Pero –y ahí empieza mi asombro– había una parte del público, todos jóvenes que no suelen venir a estos conciertos de música contemporánea, que aplaudieron a rabiar. A ellos sí les gustó esta música, y como en estas cuestiones debe respetarse a todos, les doy con mucho gusto el beneficio de la duda. Y así fue que hubo cuatro propinas, lo que alargó el concierto, que empezó a las 19.35 horas, hasta más allá de las 22. ¡El concierto de un cuarteto de cuerdas más largo que presencié jamás!
Entre las propinas hubo una canción iraquí, llamada Oh mother, the handsome man tortures me (o madre, el hombre guapo me tortura) que fue anunciada por el primer violinista con alusiones a la reciente historia, no dejando dudas que no estaba de acuerdo con las acciones americanas en Iraq (lo que provocó aplausos). Luego siguió un homenaje a Jimmy Hendrix en el Festival de Woodstock, con su famoso arreglo del himno nacional americano, distorsionado hasta el paroxismo más histérico imaginable. Menos mal que terminaron con una sencilla canción, como cuarta propina, para calmar los ánimos. De lo contrario aún estaríamos allí.
Finalmente unas palabras sobre los cuatro instrumentistas. No cabe duda que se trata de un cuarteto con una técnica superlativa, con enorme experiencia –funcionan desde hace 30 años– y que han creado este nuevo estilo, que tal vez sirve para atraer a un nuevo público, pero tengo mis dudas: es como una droga, no muy cara, y mucho temo que los adictos acabarían yendo por el camino errado.
El veterano del grupoy su lider, el 1º violín David Harrington, toca el violín con una técnica curiosa: su antebrazo izquierdo no supina, y sus dedos hacen ángulo recto con su palma en los nudillos. Creo que eso proviene de una escuela de fiddle (el violín popular rural). Pero el resultado fue del todo convincente -¡sorprendente! Los demás tenían técnica ortodoxa, y todos producían, aparentemente, buen sonido –sin amplificación, yo podría ser más preciso al respecto. Afinación impecable, pero nuevamente la amplificación no permite oír vibraciones en simpatía, tan importantes para el buen sonido de un cuarteto.
En resumen: algo nuevo, que gusta a los jóvenes, pero de cuya validez a largo plazo me permito dudar. Duda que aparentemente comparten muchos otros cuartetistas, porque hasta ahora no han aparecido muchos imitadores.
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