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Siguen siendo el Kronos

Mikel Chamizo
viernes, 2 de junio de 2006
San Sebastián-Donostia, sábado, 13 de mayo de 2006. Sala de cámara del Auditorio Kursaal. Kronos Quartet (David Harrington, violín. John Sherba, violín. Hank Dutt, viola. Jeffrey Zeigler, violonchelo). Sygur Ros: Flugufrelsarinn. Anónimo, arreglo de Ljova: O Mother, the Handsome Man Tortures Me. Ram Narayan: Raga Mishra Bhairavi. Alexandra du Bois: Night Songs. Meredith Monk: Stringsongs. Felipe Pérez Santiago: CampoSanto.
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Dicen las malas lenguas que el Kronos Quartet ha perdido parte de su legendaria calidad con la salida de la chelista Jennifer Culp, quien abandonó el conjunto para iniciar una carrera en solitario y fue sustituida por el joven Jeffrey Zeigler el pasado año. Aunque Zeigler es también un magnífico instrumentista, es cierto que le falta algo del carácter que les sobra a los restantes miembros del grupo, y aunque funciona muy bien en todos los pasajes en que ha de mantenerse en un segundo plano, en los que le toca llevar la voz cantante peca casi de timidez, con un volumen escaso y una especie de miedo o respeto a imponerse sobre sus fantásticos colegas. Aun así, el Kronos sigue siendo un cuarteto de cuerdas de una calidad inconmensurable. No deja de fascinarme la facilidad con que realizan todo tipo de técnicas avanzadas, tales como glissandos, armónicos artificiales, trémolos de pizzicatos, diferentes presiones de arco, etcétera... unos recursos que mi corta experiencia como compositor me ha demostrado ya que casi nunca suenan como uno se lo espera. El Kronos sin embargo los realiza con la mayor naturalidad y, lo que es aun más meritorio, guardando siempre el mejor color de sonido posible en cada momento. Esa es mi percepción, aunque Juan Krakenberger, que de cuartetos de cuerda sabe más que ningún otro crítico en esta revista, dará seguramente un exhaustivo repaso a la técnica del Kronos en su crítica al recital que ofrecieron en Madrid que se publica en este mismo número de Mundoclasico.com.

El programa que trajeron a San Sebastián fue, como ocurre siempre en sus conciertos, una de cal y otra de arena. Entre la veintena apróximada de obras que encargan cada año a los compositores más diversos que uno se puede imaginar -con la característica común, eso sí, de que todo ellos quedan fuera del circuito europeo oficial de música contemporánea-, se encuentran necesariamente obras de calidades muy diversas y de estéticas más o menos interesantes, por más que los incondicionales del Kronos disfruten por igual de todas y cada una de ellas. Para mí la más inteligente, la mejor arreglada, la más sutil y, en definitiva, la más bella de las obras que tocaron en Donosti fue justamente la que abrió el recital, una arreglo del tema Flugufrelsarinn del grupo islandés de culto Sigur Ros, más conocido en los últimos años por su colaboración en la banda sonora del desastroso remake americano de la película de Alejando Amenabar Abre los ojos, titulada Vanilla Sky en tierras yanquis. Desconozco quien es el autor de este arreglo absolutamente sobresaliente del tema original -a pesar de que su enorme detallismo contrasta un tanto con las sonoridades un tanto toscas, sin pulir, por las que suele decantarse el grupo islandés-, pero fue desde luego el artífice, junto con el Kronos, de uno de esos momentos mágicos que en directo se dan tan pocas veces.

Le siguió la breve, pero divertida, ¡Ay Madre!, ese hombre tan guapo me tortura, un tema popular iraquí graciosamente arreglado para el Kronos con sonidos pregrabados de instrumentos autóctonos y la melodía vocal. Tras ella, llegó la inevitable pieza de música india que está siempre presente en los recitales del Kronos. En esta ocasión no se trataba de una canción de Bollywood, aunque sí era obra de un creador relacionado con la industria cinematográfica del país y que David Harrington calificó, peligrosamente, del mejor compositor hindú del siglo XX: Ram Narayan (1927). Su Raga Mishra Bhairavi fueron alrededor de diez minutos (imposible calcular el tiempo exacto en una obra de este tipo) de música de trance que sirvió también como lucimiento para el viola Hank Dutt, que realizó una labor ejemplar imitando el melodismo microtonal carácterístico de la música clásica hindú. No obstante, un "algo" que yo no supe identificar terminaba por generar en esta pieza un cierto tedio que no es, desde luego, característico de la música hindú.

Las dos piezas centrales del recital fueron, también, las menos interesantes. Uno de los mayores atractivos de la actuación del Kronos en San Sebastián era el estreno a nivel europeo de Night Songs de Alexandra du Bois, una nueva obra de la jovencísima americana que ya ganó hace dos o tres años el concurso “Under 30” que anualmente convoca el Kronos con Oculus Pro Oculo Totum Orbem Terrae Caecat. Las seis piezas de Night Songs están escritas en un lenguaje neo-romántico bastante encorsetado que casa bien con la expresividad inflada y un tanto repipi que transmite la obra, de una friolera de 25 minutos de duración que, por desgracia, se hacen eternos debido a la falta de contrastes y a la poco sólida construcción formal, y a que tampoco se ven compensados por la creatividad melódica de la americana, poco inspirada en esta ocasión. Es mi deber dar testimonio de que a muchos de los presentes le gustó Night Songs. A mí me pareció una obra insípida, y más para un concierto del Kronos.

Las Stringsongs de Meredith Monk, que siempre me ha parecido una clarividente compositora de canciones, evidenciaron lo anquilosado que se está quedando en la actualidad determinado tipo de minimalismo especialmente repetitivo que ha sido muy practicado en América por multitud de compositores, que se han dejado arrastrar por la ola creada por los grandes talentos de Reich, Glass, Riley y compañía. Aunque, en realidad, el verdadero problema de estas Stringsongs fue su ausencia de matices y su poca previsión del resultado tímbrico: cinco minutos de acordes en forte sobre cuerdas dobles es algo que termina esquilmando a cualquiera.

La última obra del programa fue la ganadora de otro “Under 30”: CampoSanto del mejicano Felipe Pérez Santiago. Con un importante componente de música electrónica, es una creación muy espectacular y está magníficamente realizada, en especial las bases rítmicas de la electrónica, llenas de sutiles matices dinámicos que recordaban a las maravillas percusivas que suelen lograr los programadores de Björk o DJs como Richie Hawtin. Sin embargo, esta CampoSanto en pocos momentos trasciende más allá de su espectacularidad, y su mensaje, si lo tiene, corre el peligro de quedar oculto tras el despliegue de decibelios o banalizado por efectos un tanto explícitos. Eso sí, como espectáculo, es ‘la caña’.

Varios bises cerraron el recital del Kronos en Donostia, que no obtuvo una gran afluencia de público debido a otro concierto simultáneo en la sala sinfónica. Entre ellos, la imprescindible Haze Up de Hendrix, la obra que demuestra como ninguna otra el virtuosismo extremo del Kronos Quartet, clavando al público en sus asientos. En Donosti volvieron a bordarla y lograron, como siempre, dejarnos a todos con la boca abierta.

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