Recuerdo muy bien la cara de asombro que puso Gonzalo Badenes -sus ojos se abrieron literalmente como platos- cuando le espeté el mismo día en que nos conocimos que las sinfonías, salvo muy contadas excepciones, no me interesaban en lo más mínimo, que, incluso, me aburrían soberanamente. Por aquel entonces, yo era un aspirante a comentarista musical y él, un crítico de reconocido y merecido prestigio. Educado sobre todo en la música popular contemporánea (disculpen la tautología) y, más tarde, en el Barroco y la Polifonía, la Música de Cámara y el Lied, mi afirmación, lejos de ser una boutade, expresaba, y, de alguna manera, lo sigue haciendo, mi propio pensamiento. Al igual que con las grandes novelas decimonónicas, creía que estos géneros mastodónticos tenían más que ver más con la época de Hegel -entiéndaseme bien- que con estos…
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