España - Valencia

Lo Sagrado y la “Palabra”

José-Luis López López
jueves, 30 de septiembre de 2010
Alicante, martes, 21 de septiembre de 2010. Casa Bardín (Instituto Juan Gil Albert). Fonoteca. Manuel Rocha Iturbide. Hieros Logos (estreno absoluto). Encargo de Radio Clásica. 26 Festival de Música de Alicante
0,031748 El título de Manuel Rocha Iturbide (Ciudad de México, 1972) es la transliteración castellana de dos términos del griego clásico: "Hieros” (debe pronunciarse con “h” aspirada) es un neologismo cuya traducción por “lo sagrado” (o, dicho de otras formas, “lo mágico”, “la experiencia extraordinaria”, “la otredad” como lo designa Octavio Paz) no ofrece dudas. Pero “Logos” ha tenido una larga historia semántica, y hoy está presente en “Lógica”, y tantos otros nombres que designan diversas parcelas del saber, en sufijos “-logía” para sustantivos, y “-lógica” (o “-lógico”) para adjetivos: un solo ejemplo entre mil, “Musicología” con el significado de “tratado”, o “teoría” de la Música, y su adjetivo “musicológico” (o “musicológica”).

Para las cabezas cuadriculadas víctimas de la “división del trabajo” (incluso intelectual), esta introducción filológica les parecerá inútil y vana. Sin embargo, es esencial, como sabe muy bien quien haya estudiado Historia de la Filosofía mínimamente en serio. Pues el “logos” arcaico y clásico griego, significaba, indistintamente, “hablar” y “pensar” (hablar y pensar lo verdadero, o sea, el “ser”); la mentira, aptitud inmemorial del ser humano, no era “logos” sino “pseudologos”, aunque tantas veces produjera efectos fácticos. Pero eso es un accidente empírico, que no viene al caso.

Lo que sí importa es que la riqueza polisémica de logos se escindió, en latin, en “verbum” (relacionado con el “decir”) y “ratio” (relacionado con el “pensar”). Cierto que la liturgia cristiana, para referirse a “Aquel que habla, piensa y es” en un mismo acto, preservó como pudo el “logos” en “Verbum” (con mayúscula); y así, en el comienzo del Evangelio de San Juan, pudo mantener la expresión griega (traducimos) “En el principio fue el Logos” por “In principium erat Verbum” (“En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios […]; sin Él nada se hizo”, etc (San Juan, Evangelio, 1: 1-16). Y aún, litúrgicamente, “Verbum” pasó a las lenguas modernas, como hemos visto, como “Verbo”. Pero fuera de ese ámbito, “verbum” desembocó en “palabra” (o en designación de una de las “categorías morfosintácticas”, antes llamadas “partes de la oración gramatical”). Por su parte, la “otra mitad” de la escisión, “ratio” pasó, por ejemplo en castellano, a llamarse “razón”, alcanzando su carácter más dogmático, en el peor sentido, en la “razón racionalista-mecanicista”.

Mas dejemos esto, y regresemos a “logos-verbum-palabra” (aún hoy, las iglesias cristianas se aferran como pueden a la originariedad del “Logos”, escribiendo (y entonando solemne y convencionalmente) “Palabra”: “la Palabra de Dios”. Recurso que, por cierto, utiliza el gran C. Th. Dreyer, en su extraordinario film de 1955 Ordet (en español, La Palabra) tanto en el título danés como en la boca del “loco” Johannes. Pero, antes, Shakespeare ya degradó a su nivel habitual la palabra: “Words, words, words”…, despectivamente, en Hamlet), y es común la expresión popular descalificativa “eso sólo son palabras” (si bien queda el residuo de “te doy mi palabra”, “palabra de honor”, etc.).

¿Mucho excursus o digresión para la crítica de una pieza de creación radiofónica de 25 min? La solución es bien fácil: quien eso piense supongo que hace ya rato que habrá abandonado la lectura de estas líneas. Sin embargo, estoy convencido que aquí está el quid sit de la pieza de Rocha Iturbide: ha escrito Hieros Logos, y no "Palabra sagrada" (nosotros sí lo hemos hecho en el título, pero “Palabra” con mayúscula y entre comillas). La intención está clara: el Logos es siempre sagrado, aunque no sea “inteligible” (no se pueda buscar en los diccionarios); y, tal vez, más sagrado cuanto menos “inteligible”, pensamos. Por eso, ¿qué más da el idioma? (Rocha dice, “español, inglés, hindi”, como podría haber dicho “turco, swahili, guaraní” o, mejor aún, “ostrobotnio, ubijé, miao”) ¿Qué más da su emisor? (Un bebé, un cantante de ópera, un adolescente con “gallos”, una mujer, un anciano desdentado) ¿Qué más da la poesía fonética, los gruñidos teatrales, los alaridos de Diamanda Galás, la doble voz de Fátima Miranda? Todos los elementos sónicos proferidos por humanos, dice Rocha, “han sido capaz de transformarnos a través del rezo, los cantos de trabajo, y más recientemente la nueva música, no basada en la melodía, sino en las diversas emisiones de la voz humana”.

Pues eso es lo que hace el autor en su experimento sonoro, para mostrarnos algo tan raro y sencillo como maravilloso: donde quiera que suene un eco de la voz humana, allí se hace presente lo sagrado (nuestra abismática condición, celestial o infernal, desesperada o exultante).
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