Ópera y Teatro musical
Schikaneder por dos: la Flauta Mágica y su Laberinto
Agustín Blanco Bazán

Emmanuel Schikaneder murió hace 200 años y el Festival de Salzurgo homenajeó por partida doble sus andanzas como libretista de ópera. En la Felsenreitschule (traducción aproximada: “escuela de equitación junto a las rocas”), Nikolaus Harnoncourt y su célebre orquesta de instrumentos de época, el Concentus Musicus de Viena, musicalizaron una nueva producción de La Flauta Mágica con regie de Jens-Daniel Herzog y escenografía y vestuario de Mathis Neidhardt. Por su parte, la orquesta del Mozarteum de Salzburgo bajo la dirección de su titular Ivor Bolton se agruparon junto a las arcadas del gran patio de la residencia arzobispal para exhumar El laberinto, una “gran ópera heroico-cómica” cuyo compositor sí es necesario mencionar: Peter von Winter.
Escénicamente, la ópera mozartiana fue una de esas que pasan en la escuela, como el Lohengrin de Peter Konwitschny en Barcelona o el Rinaldo de Robert Carsen en Glyndebourne. Muy poco que contar, pues, sobre esta alternativa que tanta repetición ha tornado agotada en posibilidades dramáticas. Ciertamente, es posible seguir haciendo ópera en la escuela, hasta el punto de completar todo Mozart, Wagner y Verdi, pero a esta altura la falta de originalidad liquidará cualquier pretensión de sesuda inteligencia perceptiva. De cualquier manera, los interesados en representaciones pedagógicas con pupitres, con maestros autoritarios, alumnos levantando la mano o portándose mal, y premios de fin de año, seguramente aplaudirán este concepto escénico escolar.
Papageno, Papagena y sus compañeros
© 2012 by Monika Rittershaus. Cortesía del Festival de Salzburgo
Pero vayamos a este Bachillerato de Isis y Osiris, comenzando por supuesto con la autoridad suprema. George Zeppenfeld cantó con excelente seguridad y apoyo de registro al director de escuela Sarastro. Su abusivo monitor Monostatos, un Rudolf Schasching en excelente estado vocal llega hasta a tocar lascivamente la rodilla de la alumna Pamina, que Julia Kleiter canta con voz pristina y de expresiva articulación idiomática.
Monostatos y Pamina
© 2012 by Monika Rittershaus. Cortesía del Festival de Salzburgo
Colosal en su calidez, proyección vocal y squillo fue el Tamino de Bernard Richter. Y también excelente estuvo el Papageno que Markus Werba, con segura y clara impostación, e irónico pero perceptivo desparpajo escénico, está imponiendo como interpretación modelo en muchos escenarios internacionales. En este reparto de sólida conformación mozartiana, también Mandy Frederick atacó con una coloratura redonda y brillante las arias de la Reina de la Noche y Elisabeth Schwarz marcó con similar seguridad su Papagena. Por su parte, el tiempo contundente y ágil impuesto por Harnoncourt a los hombres en arnés permitió a Lucin Krasznec y Andreas Hörl cantar su memorable fuga con segurísimos legato y entonación.
Pocas versiones de la obra como la representada en Salzburgo este año habrán gozado, o padecido, según los gustos, de las variaciones de tiempos impuestas por Harnoncourt. El excelente coro de la Opera de Viena fue desafiado con el final del acto primero más rápido que recuerdo haber escuchado, y el “Ach, ich fühl´s” progresó bajo esta batuta a un atractivo tiempo de rondó. Lentísimos en cambio el “Schnelle Füsse” de Papageno y Pamina, y la marcha que precede las pruebas del agua y del fuego. En el programa de mano Harnoncourt se preocupó de explicar los cambios de tempo con esa erudición tan suya y tan parecida a la de Roger Norrington o muchos otros preocupados por enseñarnos que lo que hemos escuchado durante muchas décadas no es “auténtico” aunque nos guste muchísimo. Pero gustos aparte, Harnoncourt es siempre alguien que tiene algo que decirnos para pensar y revaluar. En este caso la histriónica experiencia de este director de orquesta transformó estas constantes variaciones de tiempo en una vital pulsación dramática, rica en sus alternativas de tensión, reflexividad y arrebatos dinámicos. Schikaneder fue homenajeado en esta oportunidad con el recitado sin corte de su único libreto memorable gracias a un compositor cuyo nombre aparece en letra pequeña y debajo de la grande reservada al Impresario libretista, en el afiche del estreno en el Teatro An der Wien.
Monostatos y la Reina de la Noche
© 2012 by Hans Jörg Michel. Cortesía del Festival de Salzburgo
Fue en el mismo An der Wien que el mismo Impresario y libretista estrenó en 1798 Das Labyrinth, una secuela de La Flauta Mágica en la cual Pamina y Tamino deben enfrentar nuevas pruebas en un laberinto que rememora el subterráneo por el cual la Reina de la Noche y sus secuaces avanzan para destruir el templo del sol en La Flauta Mágica. El libreto de Schikaneder es decididamente mas flojo en El laberinto. La música de von Winter, risueñamente imitativa de las armonías y tonalidades usadas por Mozart, agrega la originalidad de sonar y cerrar con codas anticipatorias de Weber. Es en este caso un interesante eslabón perdido que testimonia la nostálgica necesidad de la época de volver al mundo de un Mozart que murió demasiado temprano, luego de dar vida a personajes que no mueren y que Schikaneder no pudo menos que devolver a escena, seguramente a pedido del público.
Papageno, su padre y parte de su familia
© 2012 by Hans Jörg Michel. Cortesía del Festival de Salzburgo
A la Reina de la Noche se le ocurre interferir para solicitar a su hija justo el día del matrimonio de Pamina y Tamino, y también el de Papageno y Papagena es malogrado con nuevas separaciones y pruebas. En el caso del pajarero, deberá tratar de permanecer fiel a su elegida, al menos por un día, algo que encuentra difícil cuando un Monostatos disfrazado sugiere una mora negra como reemplazo. Monostatos también se disfraza de pájaro negro para seducir a Papagena, con lo cual los partidarios de la corrección política que a veces fruncen la nariz con La flauta mágica se habrán seguramente espantado con esta secuela. También las tres damas se disfrazan de Venus, Amor y Paje para evitar ser reconocidas en su manipulación de personajes que se acuerdan bien de ellas. La absurda pero simpática acción nos permite conocer al papá y mamá de Papageno con sus hermanos papagenitos, y las huestes de Sarastro se las deben ver con las de un nuevo pretendiente de Pamina, Tipheus, Rey de Papos. Y por supuesto que las fuerzas del bien triunfan sobre el mal.
Sí, esta obra es un disparate, pero la dirección orquestal, la puesta y los cantantes la hacen atractiva, vivaz y reconfortante. Fáciles pero bellas las melodías y las arias, y bien construidos los conjuntos. Entre las voces para recordar se destacan el Tamino de Michael Schade, Thomas Tatzl como Papageno y Julia Novikoya como la Reina de la Noche.
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