Recensiones bibliográficas
Las aves y la música clásica
Julio Andrade Malde (1939-2020)

Hace unos meses se editó un libro titulado ¿Para qué sirven las aves?, del ornitólogo coruñés, Antonio Sandoval Rey [Nota 1]. Al ser yo un simple amante de la naturaleza, por completo inexperto en esta materia, carezco de autoridad para juzgar la importancia ornitológica del texto; pero sí puedo decir que el volumen resulta de interesante y grata lectura porque no sólo describe con amenidad cuestiones en torno a los volátiles, sino que está lleno de anécdotas e inteligentes observaciones de muy distinta naturaleza: sobre historia, sociología, política, economía… Y, desde luego, planteamientos ecológicos de enorme trascendencia. Además, la prosa que utiliza el autor es de notable calidad. No falta en ella (dejaría Sandoval de ser coruñés y gallego) un leve toque de humor aquí y allá; e incluso alguna pincelada poética cuando contempla y describe con tanto amor sus lugares favoritos para la observación de aves: el norteño promontorio de la Estaca de Bares, la recoleta y encantadora Ría do Burgo, la playa y el humedal de Baldaio, el estuario del Anllóns, la laguna de Traba, las marismas de Caldebarcos y Carnota…
Pero lo que, como crítico musical, ha llamado más mi atención es el capítulo en que Sandoval habla de los compositores que, en algunas de sus obras, han incluido, remedado o estilizado cantos de pájaros, sonidos y reclamos de aves. La inquietud cultural de este joven naturalista le ha llevado a considerar también una cuestión que no es habitual en esta clase de publicaciones: la música clásica. Y resulta muy relevante el establecimiento de relaciones entre las ciencias de la naturaleza y el arte de los sonidos, que en muchos aspectos tienen elementos comunes, en especial la estética, la belleza. Debido a su interés, reproduzco a continuación un párrafo en que el ornitólogo menciona a una serie de músicos de todos los tiempos que se han inspirado en las aves cuyos cantos, incluso, han utilizado en las partituras de su autoría.
“Algunos compositores han llegado a sentir tan intensa inspiración en ellos (los cantos de los pájaros) que los han incorporado a sus obras musicales. Vivaldi dedicó un concierto al jilguero, y Haendel un concierto de órgano al cuco y al ruiseñor, especie esta última que también inspiró a Schubert y a Stravinsky. Son varias las aves que se intuyen en la Sexta sinfonía de Beethoven, entre ellas de nuevo el cuco que suena desde un clarinete en el segundo movimiento. También protagoniza una de las polkas de Strauss hijo. Pau Casals universalizó la canción popular catalana El Cant dels Ocells en su adaptación para violonchelo tras interpretarla ante las Naciones Unidas en 1971. Sibelius compuso una obra titulada El lenguaje de los pájaros, y el finlandés Rautavaara una obra llamada Cantus Arcticus, subtitulada Concierto para pájaros y orquesta, que incluía grabaciones de voces de las aves del norte. En cuanto a Oliver Messiaen, era tan extraordinario compositor como ornitólogo. En sus viajes acostumbraba a prestar atención a cuantas aves escuchaba y a transcribir fielmente sus cantos a cuadernos que luego utilizaba para sus creaciones. En 1952, compuso Le merle noir, basada en el canto del mirlo común para flauta y piano, y al año siguiente Réveil des oiseaux, basada en las voces de las aves de las montañas del Jura. Su obra más celebrada es Catalogue d’oiseaux. Su audición recrea el ambiente de un día primaveral en la campiña francesa. Se escuchan petirrojos, zorzales, alondras, oropéndolas, totovías, collalbas… En 1970, dedicó una obra a la curruca mosquitera que escuchaba en su retiro a orillas del lago de Laffrey, cerca de Grenoble. ‘Los pájaros son músicos: primero escuchan las gotas de agua y los silbidos del viento y luego cantan’, escribió Messiaen, quien fue una de esas personas sinestésicas que ven colores cuando escuchan música.”
Para completar la interesante información que suministra Sandoval, me permito añadir a continuación algunas notas complementarias desde el punto de vista musicológico.
Ya desde el Renacimiento, ciertos músicos utilizaron recursos onomatopéyicos para imitar voces de la naturaleza. En la obra vocal Les chants des oiseaux, de Clément Janequin, los cantantes imitan al ruiseñor y al cuco. Y en el Barroco, como nos recuerda Sandoval, Vivaldi tiene un precioso concierto para flauta y orquesta, cuyo número de catálogo es RV 468, donde, bajo el nombre de Il gardelino, recrea el precioso canto del jilguero; pero en muchas otras partituras de su autoría se perciben con claridad voces de aves. Por citar su obra paradigmática, Las cuatro estaciones, en el bello Concierto RV 269, dedicado a la primavera, pueden identificarse sonidos bucólicos, entre los cuales no faltan los de los pájaros.
El ruiseñor merece que se le reserven algunos párrafos en especial porque han sido legión los compositores que, atraídos por el rico y dulce canto de este pájaro, le dedicaron innumerables obras. Ello sucede, al menos, desde el Renacimiento, como en el caso de Janequin, ya mencionado, o en el de Adriano Banchieri con su Madrigale a un dolce usignolo. Y muchos otros músicos, sobre todo en obras vocales donde la voz humana remeda los cantos del ave, como sucede con The Nightingale (El ruiseñor), del inglés, William Byrd. En el Barroco, la Sonata para flauta y clave, RV 52, de Antonio Vivaldi, lleva el sobrenombre del pájaro; el genial Alessandro Scarlatti compuso una cantata homónima. El compositor francés, François Couperin, llamado con toda justicia “el Grande”, tiene diversas obras dedicadas al ruiseñor; en el Libro III, orden XIV, por ejemplo, hay dos piezas para clave que se titulan Le rossignol-en-amour (El ruiseñor enamorado), y Le rossignol-vainqueur (El ruiseñor trunfante). Giovanni Battista Sammartini nos ha dejado un bonito nocturno para flauta con el nombre del pájaro del más bello canto.
Dentro del período Clásico, el cantor nocturno aparece, junto al cuco y la codorniz, en el segundo movimiento de la Sinfonía nº 6, Pastoral, de Beethoven, donde los cantos de las aves se identifican en la misma partitura con diversos instrumentos.
En el Romanticismo, hay muchos y muy bellos ejemplos. Schubert le dedica varias obras vocales: dos lieder con el título de An die Nachtigall (Al ruiseñor), D 196 y D 497, otro lied que evoca la muerte de un ruiseñor, D 201, y una obra para coro masculino, Die Nachtigall (El ruiseñor), D 724. También Mendelssohn (opus 59 nº 4), Schuman (opus 103 nº 3) y Brahms (opus 46 nº 4), cantan al ave en sendas hermosas canciones; el compositor ruso, Alabiev, tiene una bella romanza cuyo protagonista es el pájaro cantor por excelencia Nota 2].
En el siglo XX, Respighi, por primera vez, incluyó en su poema sinfónico, Pinos de Roma, una grabación con las melodías y gorjeos del ruiseñor; algo parecido a lo que habría de hacer Rautavaara medio siglo después, como nos recuerda Sandoval. Alban Berg recrea el incomparable canto en un lied así titulado; y Stravinsky, bajo el mismo nombre, una ópera en tres actos basada en un precioso cuento de Andersen…
Antonio Sandoval menciona también a Haendel y, en efecto, el gran compositor barroco tiene un Concierto de órgano, el número 13 en Fa mayor, HWV 265, que se intitula “El cuco y el ruiseñor”, debido al carácter imitativo de la voces de estas aves. No deja de ser curioso que sitúe al pájaro de canto más melodioso y variado junto al de la voz más uniforme y reiterativa, con su repetido e inmutable cu-cu; pero cabe considerarlo un recurso técnico: utilizar el sonido del cuco como un ritmo repetitivo, para desarrollar la línea de canto del ruiseñor sobre él.
Este juego se halla también en la graciosa Sinfonía de los juguetes -atribuida, primero, a Michael Haydn (y también a Joseph Haydn, por explicable confusión, dado que su fama era muy superior a la de su hermano); después, a Leopoldo Mozart; y, últimamente, al monje benedictino Edmund Angerer-, donde unos silbatos remedan los cantos de estas aves. Lo que sí escribió Joseph Haydn es el Cuarteto Hob. III: 32, en cuyo minuetto suena inequívoco el reiterativo reclamo del pájaro canoro.
Y, como sobre gustos no hay nada escrito, permítaseme dar un salto de un par de siglos, más o menos, para recordar que Mahler tiene un lied, opus 11, denominado irónicamente “Alabanza del elevado entendimiento”, en que se describe la disputa entre el cuco y el ruiseñor sobre quien tiene el canto más bello. Para dirimir la cuestión, deciden recurrir a un tercero a fin de conseguir un juicio neutral; el elegido es el asno que, tras escucharlos con atención, decide, utilizando su “elevado entendimiento”, que el ganador es el cuco porque -argumenta- su canto es más regular.
Pero no siempre aparece el cuco asociado al ruiseñor; a veces se erige en protagonista. El compositor barroco francés, Louis-Claude Daquin, tituló como Le coucou una pieza perteneciente a una suite para clave. Y ya en el siglo XX, Frederick Delius, amante de la poesía y de la naturaleza, escribió una bella obra denominada Al escuchar el primer cuco de la primavera, cuyo título nos excusa de ofrecer mayores precisiones.
Otra ave que ha sido objeto de la atención de algunos músicos ha sido la alondra. Haydn denomina su encantador Cuarteto de cuerda Hob. III: 63, con el nombre del pájaro, cuyo canto remeda. Y Vaughan Williams, en pleno siglo XX, tiene una preciosa obra -en dos versiones, para violín y piano y para orquesta- que ha alcanzado justa celebridad: The lark ascending (La alondra remonta el vuelo). Basada en un poema de Meredith que contiene ciertas onomatopeyas, imitativas de su canto, el compositor inglés ha sabido estilizar bellamente los gorjeos del ave.
Existen muchos ejemplos en que, o bien no se determina con claridad la especie que se menciona, o bien se trata de aves que no son propiamente canoras. En el Cuarteto Hob. III: 39, de Haydn, hay una referencia genérica a los pájaros. Y la Sinfonía Hob. I: 83, ha recibido el sobrenombre de “La gallina”, por un cierto cacareo que, aunque discreto, resulta bien identificable.
El compositor italiano, Gioachino Rossini compuso una ópera, La gazza ladra (La urraca ladrona) donde tiene una influencia decisiva en la trama la fatal atracción por los objetos brillantes de esta ave tan bella como de fea voz: un graznido característico de la familia a la que pertenece: los córvidos [Nota 3]. Camille Saint-Saëns, en su brillante y divertido Carnaval de los animales imita cacareos de gallinas, barritar de elefantes, rugir de leones y hasta los trabajosos estudios de unos pianistas (a quienes incluye en la obra con cierto rigor zoológico); pero además intercala una página de maravilloso lirismo, dedicada al cisne, que se ha hecho célebre [Nota 4]. Y en Pedro y el lobo, de Prokofiev, cada personaje se identifica con un instrumento. Aparte del gato, el lobo, el abuelo de Pedro, los cazadores y el propio protagonista, un pájaro está representado por la flauta y un pato por el oboe. En la encantadora primera escena de El sombrero de tres picos, el genial ballet de Manuel de Falla, el molinero, uno de los protagonistas, está enseñando a cantar a un mirlo y se enfada porque el ave emite su canto sin atender a las precisas indicaciones de su maestro [Nota 5].
En algunos casos, los compositores han incluido en sus obras algún fragmento del canto de las aves. Unas veces, reproduciéndolo fielmente; en otras ocasiones, conservando sólo el ritmo, no la melodía, lo cual hace difícilmente identificable este interesante juego compositivo. Un ejemplo del primer caso se halla en la Sinfonía nº 29, en La mayor, KV 201, de Mozart y precisamente en el segundo movimiento (Andante). El motivo se basa en uno de los más bellos gorjeos del petirrojo, que puede describirse así: cuatro fusas ligadas (Re#, Mi, Fa#, Mi) y una corchea (La). Con este sencillo elemento y mediante el inteligente trabajo compositivo, el genio mozartiano compone un bellísimo pasaje dentro de esta obra maestra que es la mencionada sinfonía. Conviene recordar que el petirrojo es uno de los pájaros que posee un canto más bello y variado, lo cual no sorprenderá a quien sepa que es un pariente muy próximo del ruiseñor.
El ejemplo del segundo caso pertenece a la Segunda Sinfonía en Re mayor, opus 73, de Johannes Brahms. De las cuatro que escribió, es ésta a la que suele atribuirse una mayor inspiración en la naturaleza, hasta el punto de que es conocida con los subtítulos de “pastoral”, “bucólica” y otros similares. También aquí es el segundo movimiento, Adagio non troppo, el que presenta un primer tema con el reclamo estilizado de la tórtola. Me permito describirlo del siguiente modo: negra, negra, corchea con puntillo, semicorchea y negra. La melodía descendente es creación de Brahms porque la tórtola emite siempre el sonido con idéntica altura.
Quedan muchos ejemplos sin reflejar en esta nota. Ser exhaustivo, dentro del terreno en que nos movemos, además de vana pretensión, sería desvirtuar el propósito de este modesto trabajo. Sin duda, se echará en falta la presencia del más importante músico enamorado de los pájaros, el compositor francés, Olivier Messiaen. No lo olvido, desde luego; pero me exime de su mención pormenorizada la precisa descripción que de él y de sus composiciones hace Antonio Sandoval, otro enamorado de las aves y también de la buena música.
Notas
1. Antonio Sandoval Rey, ¿Para qué sirven las aves? Tundra Ediciones, Valencia. 2012. ISBN 978-84-940449-1-5.
2. Un pájaro que rivaliza en belleza de canto con el ruiseñor es el canario. Sin embargo, a pesar de su privilegiada garganta, no parece haber despertado el interés de los músicos. A no ser que consideremos que es un canario (parece probable aunque nada se dice en la obra) el pajarito al que se alude en el Coro de las costureras, de El barberillo de Lavapiés, zarzuela de Baribieri; en su canto, las mujeres remedan el piar del pequeño cantor. Además, la protagonista se llama Paloma y en una célebre romanza juega con su propio nombre y el del ave homónima. Hay una obra titulada Periquitos y canarios que pertenece a la serie Piezas fáciles para piano, del compositor Charles Schumann, del que apenas he podido conseguir datos. En mi infancia, se utilizaba para ejercitar a los pretendidos futuros virtuosos del piano. El “canario”, danza que fue incluida en algunas suites del Barroco, nada tiene que ver con el pájaro, sino con una música, similar a la giga, propia de las islas Canarias.
3. La conocida ave que da nombre a la familia de los córvidos, inspiró a Edgard Allan Poe un poema que es sin duda el más célebre de su autor: El cuervo. Sibelius comenzó a trabajar en una pieza para canto y piano sobre la genial poesía de Poe, pero no llegó a terminarla. Parte del material de esta obra inconclusa terminaría formando parte de su Cuarta sinfonía.
4. Además de la partitura que menciona Sandoval, de nombre suficientemente expresivo, Sibelius compuso otras obras inspiradas en los volátiles. Así, por ejemplo, El cisne de Tuonela, opus 22 nº 2; en ella, la voz del ave se escucha (por medio del corno ingés), mientras nada en el río que, según las sagas finesas separa la vida de la muerte. Otra pieza de música incidental se titula Escena con grullas, opus 44 nº 2; el compositor, que vivió durante toda su vida junto a un lago, adoraba la naturaleza y se emocionaba al escuchar el canto de las grullas o el paso de los gansos por encima del espejo de agua helado.
5. El molinero de Arcos parece haber tenido peor suerte que el pajecillo Florisel, personaje de la Sonata de Otoño, de Valle-Inclán. Don Ramón dice que el muchacho se dedicaba “a la caza de pichones de mirlo a los que enseñaba a silbar la ribeirana”.
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