España - Galicia
Diagramas de resonancia grave
Paco Yáñez
En una de nuestras últimas reseñas discográficas de música contemporánea, abordamos la obra y el pensamiento del compositor norteamericano Morton Feldman, a raíz de la publicación de una nueva (y excelente) grabación de la bellísima Violin and Orchestra (1979). En aquel texto señalamos cómo para Feldman la instrumentación era el aspecto que más definitivamente caracterizaba a un compositor, el que con más precisión concretizaba su personalidad a través de unos timbres, texturas, colores y volúmenes (elementos a través de los cuales se llevaba a cabo la hibridación que entre plástica y música se alquitara en sus partituras). Tomando el punto de vista explicitado por el compositor neoyorquino en buena parte de los ensayos que conforman esa lectura ineludible que es Pensamientos verticales, el concierto que hoy nos proponía el ensemble gallego Vertixe Sonora adquiría una personalidad rotundamente propia e intransferible: confiado a unas plantillas que, incluso en el mestizo y radicalmente libre panorama de la música actual, no son en absoluto frecuentes...
...tampoco es, ni mucho menos, un lugar común la propuesta artístico-conceptual del brasileño Ricardo Basbaum (São Paulo, 1961), cuyas creaciones afirma David Barro que más que obras de arte son procesos de pensamiento. Diagramas es la primera muestra retrospectiva de Ricardo Basbaum exhibida en España, tras su paso por la última Bienal de São Paulo y la Documenta 12 de Kassel. Y diagramas son, precisamente, lo que de un modo obsesivo recorre las paredes del Centro Galego de Arte Contemporánea hasta el próximo 6 de octubre: diagramas que intentan abrazar la relación entre el yo y el otro, entre la individualidad y la colectividad, trazando sus direccionalidades, su permeabilidad, sus posibles, las rutas que los unen y desunen en busca de lo que se pretenden «Nuevas Bases para la Personalidad» (sic). Tal y como apunta Pablo Coello, director musical de Vertixe, «Ricardo Basbaum se considera un “artista-etc.”, exactamente en la medida en que este “etc.” define una postura que pretende trascender los modos de actuación convencionalmente asumidos por el artista»...
La cuestión es desde dónde enfocar lo que hoy en día se considera como ‘convencional’. Desde un punto de vista de lo que el repertorio común a nuestras orquestas e instituciones musicales representa, las partituras hoy interpretadas van, sin duda, más allá de los estrechísimos límites en los que se recluyen (parece que a perpetuidad) la mayor parte de nuestras formaciones instrumentales, en unos modos amparados en una tradición sobreexplotada hasta la náusea. Sin embargo, si analizamos las partituras hoy estrenadas tomando como punto de vista su estricta contemporaneidad, lo que son algunas de las líneas maestras de evolución en la música actual, no podríamos suscribir que todas ellas sean propuestas ‘no convencionales’, ni mucho menos (ni por su gestación, ni por el proceso de composición-interpretación).
A algunos pasos de ese proceso fuimos invitados durante los días previos al concierto, entre el sábado 14 de septiembre y el martes 17, jornadas durante las cuales se desarrolló una nueva edición de cAuSaL, el encuentro de composición que el CGAC, junto con Vertixe, organiza periódicamente para poner en contacto al público gallego con los jóvenes compositores invitados a estrenar sus partituras en los conciertos que en Compostela se articulan a partir de las exposiciones mostradas en paralelo en el CGAC, y que en esta ocasión tenían a Ricardo Basbaum como privilegiado interlocutor en su diálogo artístico-musical.
Precediendo, así pues, a Etcétera, tercero de los conciertos en 2013 del ciclo ‘Música y arte. Correspondencias sonoras’, tuvimos la posibilidad de asistir a una serie de ensayos abiertos, además de a un coloquio en el que el compositor brasileño Martín Herraiz (São Paulo, 1980) y el griego Zesses Seglias (Edessa, 1984) nos hicieron partícipes de su pensamiento musical, mostrándonos ejemplos de sus partituras, así como apuntes de lo que con sus estrenos pretendían. Con una asistencia superior a la de ediciones anteriores (entre la que uno se congratula de comprobar una mayor presencia de estudiantes de composición -en todo caso, todavía insuficiente-), se desarrollaron unas charlas muy constructivas que sirvieron de perfecta antesala para un concierto que resultó, en cuanto a composiciones, más irregular que anteriores citas de ‘Correspondencias sonoras’, pero que, como siempre, deja detalles para la reflexión y el disfrute de unas formas de expresión artístico-musical desgraciadamente obviadas por el resto de ámbitos musicales de nuestra ciudad (y quien dice ciudad, autonomía y Estado).
Nueva presencia rusa en los programas de Vertixe Sonora (de una Rusia más allá de los tópicos y del rancio conservadurismo imperantes hoy en día, a los que se oponen las voces de jóvenes compositores ya escuchados en el CGAC como Alexander Khuveeb o Sergej Newski), Marina Poleukhina (San Petersburgo, 1989) se ha desmarcado de la propuesta que le había realizado el ensemble gallego, que para este concierto sugirió a los compositores la creación de una nueva partitura a partir de un objeto sonoro definido: un espectro de frecuencias graves determinadas por una plantilla instrumental de clarinete y saxofón bajos, trombón, contrabajo y set de percusión. Mientras que el resto de los compositores ha confluido, en diferentes combinaciones, en esta propuesta, Marina Poleukhina nos propone la audición de una de sus últimas creaciones: and add to the neon elk a pinch of tarragon (2012), partitura para flauta de pico, guitarra, bailarina y luz de neón. Si en Ricardo Bausbaum se analiza «una memoria del cuerpo organizada mediante dispositivos visuales y conceptuales que funcionan como una membrana entre el yo y el tú en la construcción de nuevas capas sensoriales y perceptivas», en and add to the neon elk a pinch of tarragon lo que se explora es la relación del yo consigo mismo a través del transcurso de sus edades: partitura en la que se indaga la persistencia del pasado, de la niñez, para lo cual Poleukhina ubica su música en un café «donde la gente incrementa su soledad», en el marco de una escena acústica devastadora, fragmentaria, deconstruida, de ecos fantasmagóricos en sus reverberaciones y técnicas instrumentales...
...fragmentación es también a lo que se somete nuestra percepción de la danza, con una bailarina, Begoña Cuquejo, que apenas hemos entrevisto a lo largo de los más de 20 minutos que dura la obra, con su convulsa exploración del cuerpo y el espacio, del yo y su relación con un medio que la luz de neón ha permitido vislumbrar como flashes, con un solo en los compases finales de alta demanda física, acompañado por una sonoridad de naturaleza electrónica, expuesta por una guitarra manipulada con juguetes infantiles y e-bow, cuyo canto acaba sintetizando un sonido similar al del shō japonés (o la voz, por tanto, de lo más nuclear de la espiritualidad). Esa alteración del sonido instrumental ha sido una constante a lo largo de una obra en la que la sonoridad de flauta de pico y guitarra (más percusión ad hoc) es premeditadamente sucia y residual, como lo es el sonido producido al resaltar los ruidos guturales realizados por el flautista -cual mantra multifónico- aplicando un micrófono de contacto sobre su garganta. Numerosas distorsiones en la guitarra agudizan ese proceso, por no hablar del uso, en los compases finales, de dos grandes peonzas (una de ellas bailada sobre la guitarra) que aportan a la escena acústica no sólo reminiscencias infantiles, sino un paisaje sonoro mecánico, tortuoso y obsesivo...
La interpretación, con no poca distancia emocional y exquisita técnica, efectuada por Rubén Barros y Pablo Coello, ha enfatizado ese efecto. Gran trabajo, siempre preciso y musical de Barros en la guitarra, y novedoso de Coello en un instrumento, la flauta de pico, en el que hasta ahora no lo habíamos escuchado en el CGAC. No es mala solución ésta, pues en la personalidad musical de Vertixe pesa en exceso el sonido de un saxofón omnipresente en la mayor parte de encargos y estrenos. Aun comprendiendo que el ensemble gallego quiera aprovechar la presencia de un intérprete de tal calidad técnica y artística como Coello, quizás no incidir con tanta reiteración en la metálica presencia del saxofón (convertido en Vertixe en auténtico ‘concertino’) permitiría abrir sus sonoridades a colores más heterogéneos; aunque, siguiendo a Feldman, y exponiendo aquí mismo la propia antítesis, ello nos privaría de lo que es una de sus señas de identidad tímbrica por excelencia... Ahí queda la duda...
Momento del concierto de Vertixe Sonora Ensemble el pasado 17 de septiembre de 2013 en Santiago de Compostela.
© Paco Yáñez, 2013
Zesses Seglias define su música a partir de conceptos como energía, cuerpo sonoro, escultura temporal, gesto o estructura interna. En su lenguaje es reconocible la impronta de su maestro en la Universidad de Graz, el compositor suizo Beat Furrer. Es algo audible en sus piezas de cámara, de moderna sonoridad, que alcanzan cotas de un virtuosismo impactante, como la coral y muy ligetiana [α-] (2012). Let the music go down (2013), quinteto para clarinete bajo, saxofón bajo, trombón, contrabajo y percusión, es la ‘escultura sonora’ (como Seglias la define) que el griego ha tramado a partir de la propuesta de Vertixe Sonora. Pieza un tanto ruda, scelsiana por momentos en lo atávico y esencial de sus graves, revela una notable técnica por parte del compositor heleno, pero no acaba de alcanzar una personalidad definitoria, se pierde un tanto en lugares comunes de la música actual, acumulados una y otra vez hasta el paroxismo. Son los vientos los grandes dominadores de la sonoridad sintetizada, y aquí quizás se ha pecado un tanto de fortes en clarinete, saxofón y trombón, mientras que la percusión ha quedado en segundo plano, a pesar de que uno tiene la sensación de que en no pocos momentos su función es apuntalar la partitura y tender puentes entre los instrumentos, complejizando el discurso y variando su tímbrica; algo para lo que Seglias incluye en el set percusivo tom grave (tocado con manos y super ball), thunder sheet (tocada con manos, super ball y baquetas), lira (tocada con arcos), tam-tam (tocado con manos, super ball y baquetas), y bombo de pedal. A lo largo de sus 9 minutos de duración se da una tendencia a la homofonía, al empaste de cuerpos sonoros, tan sólo crispado en los compases previos a su recogida conclusión. He de destacar en la interpretación a un excelso Iago Ríos, con un dominio del trombón apabullante y un refinamiento en la sonoridad extraída con la sordina digno de mención.
El italiano Hannes Kerschbaumer (Brixen, 1981) responde a la propuesta de Vertixe con pedra.drebis (2013), hipnótico trío para saxofón bajo, percusión y contrabajo que me ha parecido la obra con más sustancia musical de este concierto. En pedra.drebis Kerschbaumer procede a modo de escultor: cincelando el sonido a base de golpes que sintetizan una eclosión tímbrica en cada batida. Conforma, de este modo, toda una serie de impactos sónicos diseminados en el tiempo, entrecortados por silencios y progresivamente orgánicos, atacando la materia sonora con lo que el trasalpino dice distintos ‘cinceles musicales’; un ataque gestual que persigue su deconstrucción progresiva hasta que el «objeto inicial desaparece en una masa de escombros». Algo sciarriniano hay en su motilidad interna, en los acentos rítmicos, en la cristalización de sus sonoridades, tramadas a partir de técnicas extendidas, muy refinadas y sugerentes, en las que los instrumentos desafían sus límites tímbricos, reinventándose. Lo hacen saxofón y contrabajo, y, aún más, una percusión conformada por piezas de cerámica, cristal y madera (tocadas con baquetas), además de escombros de estos materiales y tom grave cubierto por escombro de piedra sobre el parche. Como es fácil imaginar, las texturas esculpidas en este nuevo estreno mundial son todo menos convencionales; y su afán de trascender el sonido canónico y sus relaciones internas, alcanza sus logros.
Cerró el concierto Bajo el suelo (2013), cuarteto para clarinete bajo, saxofón barítono, trombón y contrabajo del compositor brasileño Martín Herraiz. Afirma Herraiz que su música está altamente influenciada por el cubismo, desde la perspectiva primigenia de Cézanne, que lo marca en lo rítmico y lo formal, buscando polirritmias basadas en las perspectivas simultáneas para alcanzar una suerte de disonancia al superponer diferentes métricas, algo de lo que su pieza Waste it (2008) es un buen ejemplo. Asimismo, la música del carioca es un espacio de fusión en el que se produce un mestizaje estilístico que va del jazz a la música clásica, pasando por el rock. Es algo de lo cual resulta paradigmática Twelve scenes from a concerto (2012), con su proceso de deconstrucción del Concierto para piano Nº 3 de Béla Bartók desde una perspectiva marcada por Frank Zappa (autor ampliamente estudiado por Herraiz) en la que continuamente se contrastan planos y objetos sonoros, sean densidades, texturas o estilos. Estos elementos confluyen en Bajo el suelo, partitura que Herraiz dice comparte con Ricardo Basbaum ambientes y conexiones, además de una fluidez y un uso de diagramas y estructuras vectoriales. En ambos hay una abstracción del material para trascenderlo en su representación vectorial, algo que plástica y música pueden compartir, y que como diagramas, vectores y puntos se encuentran en las partituras del brasileño, de lo cual son un perfecto anticipo sus Doce matrices para percusión virtual (2003), composición basada en modelos matemáticos.
Ahora bien, en el cuarteto hoy estrenado el diálogo estilístico me ha parecido el aspecto con más peso. Si en Basbaum las referencias son explicitadas en sus propios diagramas, en los que se citan desde autores brasileños como Lygia Clark o Hélio Oiticica a artistas globales como Mondrian o Yves Klein, en Bajo el suelo algunas de sus primeras texturas en suspensión evocan aromas mahlerianos, como scelsianos resuenan los subsiguientes crescendi, tan abigarrados y atávicos, aunque la impronta fundamental sea la del jazz, especialmente en el largo solo de contrabajo o en los compases de saxofón. Además de estos aspectos técnicos, Herraiz desvela una imagen que ha inspirado esta «fantasía sobre las sonoridades oscuras y profundas»: una figura solitaria que habita los sumideros de una megalópolis del tercer mundo, ajena a las desgracias de la superficie, que percibe por el retumbar de ciertas frecuencias graves... Imposible no recordar las novelas del genial Juan Goytisolo, con sus criaturas deambulantes por el alcantarillado de las urbes norteamericanas: cuarto mundo en el primer mundo, donde se amalgama y proscribe a los excluidos. Algunas de las músicas a ellos asociables: el jazz, pero también lo tribal, lo atávico, en los ecos que de estos universos (fundamentalmente precolombinos) aspira el ya citado Scelsi, se filtran en la partitura de Herraiz a lo largo de sus casi nueve minutos de duración.
En todo caso, y a pesar de tantas confluencias y andamiaje referencial, no puedo decir que Bajo el suelo me haya impactado, quedándose en un terreno de nadie sin mayor personalidad e inventiva. Sí me ha gustado la interpretación realizada por Vertixe: expeditiva y firme, muy compacta, mostrando el afianzamiento de este ensemble, líder de la interpretación contemporánea en Galicia. En esta última partitura debo destacar, de nuevo, a Iago Ríos, con su sutil trabajo de trémolo y glissando en el trombón; así como a un excelso Carlos Méndez en lo técnico, como siempre, acertadísimo también en su evocación jazzística en el contrabajo, idioma que bien sabemos domina y enriquece con su formación clásica y amplitud de recursos en lo referido a técnicas contemporáneas...
...todo ello conformó una nueva correspondencia artístico-musical en el CGAC, con sus luces y sus sombras, derivadas de una propuesta, ésta de Vertixe, abierta a lo más rabiosamente vivo del panorama musical internacional, cuya actualidad define en tiempo real, en esta ocasión con cuatro jóvenes compositores nacidos en los años ochenta del pasado siglo que han tendido sus reflexiones y partituras al público. Éste era hoy más numeroso que en citas previas; y, como siempre, ha aceptado eso que nos proponen tanto Vertixe como Ricardo Basbaum: que seamos espectadores participantes, integrando nuestras subjetividades para conformar significados y transitar tanto los diagramas del brasileño como los laberintos musicales que esta noche ha inspirado.
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