DVD - Reseñas
Rossini a la máxima potencia
Raúl González Arévalo
La Rossini Renaissance no ha terminado. Lo demuestran los títulos más infrecuentes que están viviendo reposiciones en los últimos años, como Le comte Ory, Adelaide di Borgogna o, precisamente, esta Matilde di Shabran. Con la diferencia de que ya no son óperas patrocinadas obligatoriamente por sus protagonistas, como en el pasado hicieron Joan Sutherland con Semiramide o Marily Horne con Tancredi. Pero no significa que no estén indisolublemente ligadas a una gran estrella. De la misma manera que la australiana y la americana lo están con las obras citadas, Corradino Cuor di Ferro tiene nombre propio, y se llama Juan Diego Flórez.
Ya es de sobras conocida la historia: en 1996, con menos de una semana para el estreno, sustituyó a un Bruce Ford enfermo como protagonista, entrando por la puerta grande en la leyenda del festival con apenas 23 años. La obra se repuso en 2004 para él, y de aquellas funciones salió la única grabación atendible hasta la fecha (la anterior de Bongiovanni 2000 no puede competir con la de Decca). El nuevo vídeo tiene aspectos que superan incluso un registro que ya era magnífico.
Ambas propuestas emplean la edición crítica que reconstruye la versión de Nápoles de 1821, en la que Rossini compuso toda la música, eliminando los números que las prisas para el estreno romano del año anterior le obligaron a encomendar a Giovanni Pacini. Además, el papel de Isidoro se reescribió en dialecto napolitano para atraerse el favor del público. Y precisamente este Isidoro es uno de los puntos fuertes de la nueva propuesta. Paolo Bordogna es un intérprete inconmensurable, que inunda la escena en cada intervención hasta convertir un secundario en un papel principal gracias a una capacidad de comunicación sin parangón. El barítono italiano es un monstruo escénico sin rival sobre las tablas, y vuelve a demostrarlo con un personaje que exprime hasta sus últimas consecuencias en un dialecto napolitano impoluto, a lo que se une el talento excepcional como cantante y como actor. El timbre aparece más atractivo gracias al control de la tesitura, de las agilidades, a la homogeneidad de una emisión nunca forzada, a una dicción de claridad meridiana, un dominio absoluto de la prosodia italiana y una capacidad asombrosa para variar acentos con colores y claroscuros a interminables. Para quitarse el sombrero.
No es Isidoro sin embargo el protagonista. Juan Diego Flórez está perfecto, como (casi) siempre. El dominio de Corradino es total, el ingreso con el cuarteto 'Alma rea!' resulta impresionante por la brutalidad que Rossini le exige en materia de coloratura y el impacto de los agudos radiantes. Idéntico a sí mismo respecto a la grabación en CD, la línea vocal es homogénea en toda la extensión y el intérprete se muestra más variado que de costumbre. Una creación equiparable a su Almaviva o su Ory, probablemente sus otros Rossinis más conseguidos.
Afortunadamente en ambas ocasiones ha tenido compañeras a su altura. Elegir entre Annick Massis y Olga Peretyatko es sólo cuestión de gustos, y aunque personalmente me quedo con la francesa porque encuentro el timbro más bello, lo cierto es que la rusa es igualmente luminosa y se bate en un duelo a muerte en el que no baja la guardia. Para ello despliega todas sus armas: una capacidad actoral sobresaliente, una musicalidad férrea, agudos firmes y un virtuosismo brillante, como culmina precisamente en el rondó final.
Donde esta grabación es preferible a la versión audio es en el resto de papeles (incluyendo el Isidoro de Bordogna frente a Bruno de Simone). Anna Goryachova es mejor Edoardo que Hadar Halévy, a la que supera en materia de coloratura y calidad del canto, a pesar de una voz con dos registros sin unificar, con unos graves un tanto guturales que nada tienen que ver con un sector agudo casi sopranil. Está magnífica en sus dos arias. Como el Aliprando de Nicola Alaimo o el Ginardo de Simón Órfila y los demás secundarios, todos perfectos en sus cometidos.
Todo este engranaje preciso tiene un responsable último en la batuta de Michele Mariotti, estrella de la nueva generación de jóvenes directores. Su frecuentación del bel canto y de los mejores intérpretes del repertorio le han permitido desarrollar una personalidad que juega con las fórmulas musicales más manidas para convertirlas en momentos chispeantes, que llegan al clímax en las escenas de mayor inspiración. No es ajena la orquesta boloñesa, de la que es titular y que tiene una larga frecuentación del compositor, gracias también a la presencia anual en el festival. El resultado es una interpretación ligera, variada, llena de ritmo. En definitiva, un gran director rossiniano, en la senda de Claudio Abbado y Riccardo Chailly.
La puesta en escena de Mario Martone es sencilla, con dos escaleras de caracol contrapuestas sobre el escenario, y que con su movimiento rotatorio imprimen velocidad a la acción. El vestuario, de vaga inspiración decimonónica, ayuda en la caracterización, y el movimiento de actores está pensado con sentido.
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