DVD - Reseñas

Filología sí, filología no

Raúl González Arévalo
viernes, 10 de octubre de 2014
Gioachino Rossini: Le comte Ory (1828). Producción escénica de Moshe Leisner y Patrick Caurier. Elenco: Javier Camarena (Comte Ory), Cecilia Bartoli (Comtesse Adèle), Rebeca Olvera (Isolier), Liliana Nikiteanu (Ragonde), Ugo Guagliardo (Le Gouverneur), Oliver Widmer (Raimbaud), Teresa Sedlmair (Alice), Ján Rusko (Gérard), Patrick Vogel (Mainfroy). Zurich Opera Supplementary Chorus. Orchestra La Scintilla of the Zurich Opera. Muhai Tang, director. Oliver Simonnet, director de grabación. Grabado el 31 de diciembre de 2011 en la Zurich Opera House. Subítulos en inglés, francés, alemán y coreano. LPCM Stereo DTS Digital 5.1 Surround HD 16:9. Un DVD de 142 minutos de duración. Decca 074 3467
0,0001688 Le comte Ory está conociendo un auge inusitado en los últimos años, en CD como en DVD. En disco compacto a la grabación referencial con Flórez, Bonfadelli, Todorovitch y Miles dirigidos por López Cobos (DG / 2004) le siguió otra audiovisual que la superaba sin complejos (asimismo encabezada por el peruano, Damrau y DiDonato, con dirección de Maurizio Benini, Virgin Classics 2011), dejando la anterior con el reclamo de Annick Massis para incondicionales de la soprano y del título (Warner / 1997).

Del mismo año que la producción del Metropolitan de Nueva York es esta grabación de Zurich que Decca acaba de sacar con el reclamo incombustible de Cecilia Bartoli y la estrella ascendente de Javier Camarena. No cabe duda de que son, junto con la producción escénica, el principal interés del lanzamiento.

Fueron muchos los que desconfiaron de ver a la romana en un Rossini que no fuera Colbran, y encima en francés. Ciertamente, si por escrúpulo filológico fuera, su voz no parece tener las mejores condiciones para evocar la de Laure Cinti-Damoreau, creadora asimismo de los papeles de soprano en Le siège de Corinthe y Guillaume Tell. De hecho, la voz de la romana, que barre para dentro, recuerda constantemente los orígenes mezzosopraniles, más allá de que dé todas las notas. Dicho lo cual, hay que quitarse el sombrero de nuevo ante la capacidad para reinventarse de la italiana, que apunta abiertamente a nuevos retos, frente a los que la acusan de no salir del barroco y de rescatar obras desconocidas en las que no hay comparación posible. Medirse con Massis y Damrau no es cualquier cosa. Y si la francesa y la alemana están evidentemente más cómodas en la tesitura de Adèle, sorpresivamente no la aventajan también por dominio estilístico de la prosodia francesa.

Una vez más la Bartoli revela una capacidad innata para dotar de sentido la palabra incluso en un idioma que no es el materno, con una riqueza de inflexiones y claroscuros difíciles de igualar. Y además de eso es capaz de dotar de una profundidad insospechada un aria tan conocida como “En proie à la tristesse”, vehículo perfecto de transformación de una mujer reprimida en otra liberada en el curso de pocos minutos, con lo que Adèle adquiere una dimensión que supera con mucho el estereotipo superficial que le acompaña. Sin duda es cómplice la producción escénica, que traslada la acción de las Cruzadas a la posguerra europea, diseñando una protagonista burguesa, más interesante que la noble original.

A su lado Javier Camarena está igualmente inmenso. En un papel que tiene “dueño”, Juan Diego Flórez, consigue proponerse como alternativa al mismo nivel. El tenor mexicano no posee la misma facilidad natural que el peruano en la coloratura deslumbrante, pero sí ofrece la misma espectacularidad en los agudos, y parece más dotado en la composición actoral del personaje, más divertido y menos evidente en sus recursos escénicos, de principio a fin.

Desafortunadamente el resto del reparto no brilla a la misma altura, y el DVD de Virgin se impone en consecuencia como primera opción. El canto de Rebeca Olvera no puede competir en el mismo plano con el lujo de Joyce DiDonato como Isolier, no sólo por medios, sino también por desenvolvimiento escénico. Decepcionante también Ugo Guagliardo después de las buenas pruebas ofrecidas en el Festival Rossini de Bad Wildbad y registradas por Naxos. No tiene la talla vocal para Le Gouverneur, la voz es pequeña, el registro grave limitado y la coloratura poco fluida, por lo que Michele Pertusi sigue imbatible. Por último, el Raimbaud de Oliver Widmer resulta impersonal.

En este contexto la primicia de emplear la edición crítica preparada por Damien Colas y defendida por Philip Gossett, con música empleada en el estreno y cortada con posterioridad (el final del primer acto se transforma en una pieza para trece solistas en vez de siete), queda oscurecida por los resultados finales. La orquesta La Scintilla es de instrumentos originales. No tengo ningún prejuicio a este respecto, pero no es menos cierto que en bel canto decimonónico está ofreciendo resultados más alternos (Bellini: Norma y La Sonnambula con la Bartoli) que en el Barroco (Monteverdi, Händel) o el Clasicismo (Mozart). Frente a la brillantez de la orquesta neoyorkina, la suiza suena más opaca y dura, aunque la dirección menos chispeante de Muhai Tang (más inspirado en el otro Rossini lanzado a la vez y con mimbres similares, Otello) sin duda contribuye a un resultado más apagado.

Donde la propuesta de Decca supera sin discusión a la de Virgin es en el apartado escénico. Frente a la propuesta clásica dirigida por Bartlet Sheer y con escenografía de Michael Yeargen, poco creativa, sin riesgos, típica del Metropolitan, el espectáculo ideado por Moishe Leisner y Patrice Caurier es audaz y estimulante. No es sólo que la ambientación en la década de 1950 resulte más familiar al espectador actual, es que obvian los recursos más fáciles para jugar con la ironía, la crítica a la moral burguesa sin caer en el topicazo, desarrollando las posibilidades de la historia de un modo insospechado. No hay pincelada dejada al azar, la ambientación del lujoso apartamento de Adèle es prodigiosa por el grado de detalle, como el vestuario. Un atractivo insospechado.
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