DVD - Reseñas

Un Oneguin definitivo

Raúl González Arévalo
jueves, 23 de abril de 2015
Piotr Illich Chaicovsqui: Eugenio Onegin, ópera en tres actos (1879). Producción de Deborah Warner. Mariusz Kwiecień (Oneguin), Anna Netrebko (Tatiana), Oksana Volkova (Olga), Piotr Beczala (Lensky), Aleksei Tanovitsky (Gremin), Larisa Diadkova (Filipevna), Elena Zaremba (Larina). Metropolitan Opera Chorus and Orchestra. Valery Gergiev, director. Subtítulos en inglés, alemán, francés, español, chino y coreano. 2 DVD de 164+11 minutos de duración. HD 16:9 Stereo PCM / Surround DTS 5.1. Grabado en directo en el Metropolitan Opera House de Nueva York el 5 de octubre de 2013. DEUTSCHE GRAMMOPHON 0440 073 5114 72. Distribuidor en España: Universal.
0,0001276 Hace pocos años Decca publicaba el que parecía el mejor Oneguin posible hoy día, encabezado por Dimitri Hvorostovski, Renée Fleming y Ramón Vargas dirigidos por Valery Gergiev. Sin embargo, la nueva producción que abrió el Met en 2013 la superó, convirtiéndose en una opción musical definitiva para el título, en cualquier soporte.

En primer lugar, el protagonista de Mariusz Kwiecień, un polaco con la mayor variedad de acentos y matices para el atormentado personaje. Sus excelentes dotes actorales son sobradamente conocidas, subrayando un canto poderos y teatral, sin traicionar nunca el lirismo del compositor. El sonido fluye en una emisión mórbida que lo vuelve muy atractivo, aumentando el valor de la interpretación gracias a la capacidad para colorear la voz según el momento teatral, con una variedad muy superior a la de Hvorostovsky, y una interpretación más idiomática que la de Simon Keenlyside.

A su lado Anna Netrebko es la Tatiana ideal. La soprano rusa es una de las grandes estrellas del panorama operístico actual. La voz de la intérprete es fácilmente distinguible y personal en su calidez, voluptuosidad y riqueza de armónicos; la línea de canto es firme, el tono redondo, los colores variados; la intérprete tiene una capacidad de comunicación infinita, a lo que añade un magisterio artístico más que notable. Al lado de Fleming es más idiomática –no en vano se trata de su lengua materna– y, sobre todo, más natural, sin pizca del amaneramiento que tiende a lastrar a la insigne americana. Para muestra, el escena de la carta, poderosamente dramática, momento culmen de toda la producción.

El tercero en este trío de ases es el polaco Piotr Beczala, el mejor tenor lírico del momento. Su Lensky subraya la conexión del compositor con la melodía italiana. La solidez vocal aporta mayor consistencia al personaje, constantemente matizado –estupendas las medias voces– e interpretado, hasta culminar en un “Kuda, kuda” antológico, conmovedor, que lo confirma una vez más como digno sucesor de un Nicolai Gedda, modelo en cuyo espejo se mira, en este como en otros papeles. Es apasionado sin ser almibarado, angustiado pero no lacrimógeno, con pureza de tono y la dosis justa de dramatismo.

El resto del reparto es muy bueno, y saca partido al hecho de que son todos cantantes rusos. Oksana Volkova es una Olga juvenil, que contrasta oportunamente con la veterana Larisa Diadkova, aquí convincente como nodriza Filipevna. Elena Zaremba hace tiempo que perdió firmeza en la emisión, pero su Larina reviste toda la autoridad necesaria. Sólo Aleksei Tanovitsky resulta insuficiente como príncipe Gremin, pues el rápido vibrato quita majestuosidad a su magnífica aria.

Valery Gergiev y repertorio ruso son partes equivalente de la ecuación perfecta, faltan las palabras para alabar la inteligencia de la dirección, atenta al detalle, flexible y vibrante en este Chaicovsqui. La orquesta y el coro del Metropolitan responden con la excelencia esperada y acostumbrada gracias a una versatilidad al alcance de muy pocos, como confirmaron posteriormente con el Príncipe Igor de Borodin recientemente publicado también por DGG.

La producción de Deborah Warner, como suele ocurrir en el Met, es tradicional, aunque la acerca cronológicamente de la década de 1820 original a la de 1870 en que fue compuesta la obra, lo que en la práctica apenas se nota, como tampoco las variaciones en la ambientación, que no molestan. La narración es lineal, directa, eficaz, sin elementos que distraigan.

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