España - Galicia

Resaca

Julián Carrillo
jueves, 14 de marzo de 2002
La Coruña, jueves, 7 de marzo de 2002. Palacio de la Ópera. Vladimir Prjevalski, violín. Orquesta Sinfónica de Galicia. Josep Pons, director. Programa: F.S. Altube, 'El Cacuy, Sinfonía concertante para Violín y Orquesta' (Primer premio del III Premio de Composición Musical Andrés Gaos de la Diputación Provincial de A Coruña). S. Gubaidulina, 'Offertorium, Concierto para Violín y Orquesta'. A. Schönberg, 'Pelleas und Melisande, op. 5'. Aforo, 1800 personas. Ocupación: 80% (1ª parte). 45-50 % (2ª parte)
0,000167 La Coruña estaba con resaca, y quizás un día así no era el más apropiado para andarse con excesos, aunque seguramente no hay ningún día apropiado para un exceso tan excesivo (y perdonen la 'redundancia repetitiva') como el que se cometió el jueves 7 contra el público, los músicos y la música.Tal vez, todo podría explicarse por la curiosa y empecinada costumbre que tienen los días 7 de cada mes de ir justo detrás de los días 6, sobre todo si son jueves y el 6 ha caído en miércoles. Pues resulta que los miércoles suele haber fútbol, y la noche del susodicho día 6, el Deportivo de La Coruña había ganado, por segunda vez en su historia, el Campeonato de España de Fútbol, Copa de S.M. el Rey.Lo había hecho, creo que con justicia, luchando en noble liza frente al Real Madrid, en el estadio de éste y, para más inri, el día en que se cumplía el centenario del club blanco. Vaya por delante, desde mi dolorido corazón de viejo madridista de los sesenta, mi más cordial enhorabuena al equipo y a toda la ciudad, pues toda puede celebrar el triunfo como propio. Y vive Dios que lo hizo, y a modo. Sufrido testigo del magno evento fue la plaza de Cuatro Caminos de esta capital.AtracónY, claro, cuando uno está con resaca no resulta nada apropiado darse un atracón de ninguna especie. Tampoco de música. El caso es que se había programado un exceso: Offertorium, de Gubaidulina más el Pelleas de Schönberg ya es per se un programa demasiado denso. Añadirle el estreno de El Cacuy es un grave error de programación, demasiado serio para no ser tenido en cuenta, como demuestra la auténtica desbandada que se produjo durante el descanso.Siempre he alabado la programación por parte de la OSG de obras 'contemporáneas', defendiéndola por creer firmemente que es necesaria una labor de divulgación del repertorio del siglo XX. Esta labor ha de tener como fin último el lograr la familiarización del público con la obra de sus autores. Pero difícilmente se podrá lograr ésta cuando lo que se provoca es la huida de una parte importante del público (libre para hacerlo, por cierto, para envidia de los sufridos profesores de la orquesta). Así no, desde luego.Al principio, la emociónDe lo que fue el desarrollo del concierto, hay que comenzar por el reconocimiento al autor de El Cacuy Fernando Altube, y a su intérprete, Vladimir Prjevalski, por la emoción que logró despertar. La obra parte de dos tradiciones. El autor, en las notas al programa, cuenta la leyenda del pájaro llamado cacuy por los quechuas, de la que se inspiró para esta composición, de un hermoso lirismo en el canto del violín solista cuando remeda el del pájaro del que toma nombre la obra.Prjevalski supo, desde el principio de su intervención, captar y transmitir toda la poesía contenida en la partitura, que no es poca, destacando los leves contrastes expresivos entre los diferentes temas de la obra, cuyo desarrollo rítmico y armónico es de una gran hermosura y sutileza. La concertación entre el tercer tema del violín y la toma del segundo por el chelo solista -muy bien otra vez Ethève-, es como una garantía de origen de la obra como sinfonía concertante.Luego fue la dispersiónLa disposición de los instrumentos de la orquesta en El Cacuy, simétrica y atípica, obligó a recomponer el escenario para tocar el resto del concierto. Un largo rato de laboriosos y eficientes esfuerzos de los diligentes empleados de la Sinfónica para lograrlo contribuyó a una pérdida del ritmo del concierto, a una distracción general del público. Cuando empezó la ejecución de Offertorium, había muchos espectadores que continuaban charlando por lo bajinis.Con todo, no fue lo peor la distracción. El hartazgo de contemporaneidad fue más que evidente. De nada sirvió la excelente interpretación de Prjevalski, bien secundado por Pons y la orquesta. De nada, su absoluta entrega que, al menos, fue reconocida por el auditorio con una cálida y bien merecida ovación. De nada, la buena construcción de la obra; la dificultad evidente de su audición por la generalidad del público haría conveniente que fuera acompañada de otras de repertorio, más asimilables por todos.Se produjo la desbandada: bastantes espectadores salieron nada más terminar la primera parte, abrigo en mano, dispuestos a alcanzar cuanto antes la salida. Algunos más, tras el descanso. El caso es que fueron muchos los que no se sintieron dispuestos a continuar. Demasiados para no ser tenidos en cuenta. La pena es que, además se perdieron la obra más fácil de escuchar, aunque también la más notable de las tres programadas.En puerto seguroQuién se lo iba a decir a él cuando la compuso. Pero, claro, ya pasó todo un siglo desde su estreno y lo que en su momento fue una música que rompía moldes, a pesar de algunos esfuerzos del propio Schönberg para evitarlo, hoy es un puerto en el que los aficionados coruñeses pudieron sentirse a salvo después de la tormenta. Pese a todo, lo que más se agradeció por el personal fue la interpretación del Rock del Deportivo, como homenaje de orquesta y director al flamante campeón de Copa.Muchos salieron tarareándolo. Era el punto de atraque dentro del puerto de arribada. La travesía había tenido borrascas; no muy fuertes, nada del otro mundo, pero toda una singladura así es demasiado para un solo día. Hay que saber dosificar. Si se quiere acostumbrar al público a escuchar música del siglo XX, habrá que hacerlo a otro ritmo: a uno que, por lo menos, no deje las salas vacías... O no habrá público al que acostumbrar.
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