DVD - Reseñas
Perfecta versión imperfecta
Raúl González Arévalo
Giulio Cesare in Egitto es la mejor ópera de Händel. Y para quien firma, la mejor del repertorio barroco, un drama perfecto con un equilibrio absoluto entre guerra, política, afectos humanos universales (amor materno y filial; amor conyugal; odio; lascivia; envidia; tristeza/alegría; cólera/sosiego; miedo; sorpresa) entrelazados, determinantes y con consecuencias en las relaciones personales de todos y cada uno de los personajes. Elevado además a la máxima potencia por la música genial de Händel y un desarrollo teatral en el libreto de Francesco Haym insuperable.
No extraña pues que la obra sea la ópera händeliana que más grabaciones atesora, en CD como en DVD. Por ceñirme al formato audiovisual, quiero recordar aquí otras ediciones con elementos de interés, como la producción de Peter Sellars con los inolvidables Sesto de Lorrain Hunt-Lieberson y Tolomeo de Drew Minter (Decca); la Cleopatra de Yvonne Kenny (Kultur); el primer Cesare grabado por Scholl (Harmonia Mundi); la Cornelia de Ewa Podles (TDK); la gran Cleopatra de Natalie Dessay y el buen Cesare de Lawrence Zazzo (Virgin Classics); la mítica producción de la English National Opera bajo la dirección de Charles MacKerras, y un gran reparto con el Cesare de Janet Baker, el Tolomeo de James Bowman, el Sesto de Della Jones y la Cleopatra de Valery Masterson (Chandos/Emi). Sólo la lentitud de los tempi y el texto cantado en inglés la lastraban frente a la que situaba en la cima de todas ellas con la batuta de William Christie desde Glyndebourne y la producción de David McVicar aunando un gran reparto (Sarah Connelly, Danielle de Niese, Patricia Bardon, Angelica Kirchslager, Opus Arte).
El lanzamiento de Decca, largamente esperado, se sitúa directamente a la cabeza de la videografía de Giulio Cesare por múltiples motivos. Sin ser intachable el reparto, la calidad músico-teatral del conjunto resulta invencible, más moderno e historicista en su canto y estilo que el de la ENO y a la altura del de Glyndebourne, aunque distinguiéndose de ambos por la presencia de tres contratenores frente a uno solo en aquéllas. Se trata de un conjunto cuajado de estrellas, pasadas y presentes, pero que actúa como un equipo entregado a la producción escénica, de modo que el resultado final convence por encima de cualquier consideración.
Con ocasión de su primer Cesare desde Dinamarca en 2005 escribía que “Andreas Scholl es una gran estrella del canto barroco, y frente a otros cantantes de su cuerda que parecen estrellas fugaces, el alemán se mantiene firme frente a los nuevos talentos que van surgiendo –y ya no son tan pocos–. He apreciado más su personificación del dirigente romano que en las arias sueltas del recital dedicado a Senesino, en el que la debilidad del grave y el agudo blanquecino, ciertos sonidos fijos y sobre todo la coloratura aspirada jugaban excesivamente en su contra. Las agilidades siguen siendo mecánicas, pero no es menos cierto que la continuidad de la representación frente a la frialdad del estudio permite dar otra calidez a la interpretación, erigiéndose realmente en protagonista absoluto del DVD. Se trata de una visión muy pensada que no se queda en el aspecto heroico del personaje, sino que resalta en igual medida la ternura frente a Cleopatra y sabe encontrar el punto apropiado de contraste entre sus arias”. Siete años más tarde considero que esta impresión sigue plenamente vigente: el instrumento se mantiene con las mismas virtudes y defectos, demuestra el mismo control técnico (sigue impresionante la messa di voce que da inicio a “Aure, deh, per pietà”), el mismo compromiso dramático de “Pompe vane di morte” y en esencia la personificación no ha variado, salvo en que desarrolla más el aspecto cómico gracias a las posibilidades de la producción. Aunque sí haría una salvedad: frente a Copenhague, la calidad del reparto de Salzburgo hace que ya no sea el protagonista absoluto de la grabación, sino sólo una estrella más.
Más aún, si hay una estrella que brilla aun en el excelente trabajo en equipo realizado, ésa es Cecilia Bartoli. Después de una Almirena un tanto plana (ciertamente la dirección de Hogwood no ayuda) y de una Semele más lograda, la romana culmina con Cleopatra su mejor Händel hasta la fecha. La lozanía de la voz tras más de veinte años de estrellato es realmente sorprendente. Soprano más que mezzo, se encuentra más cómoda en la tesitura de la reina egipcia que otras mezzos que la han precedido como Magdalena Kožená (DG), que a la postre resulta sosa; pero también que otras sopranos en origen ligeras y que fueron descendiendo a partes más líricas como Natalie Dessay, que con un instrumento desgastado compone una interpretación histórica, aunque más desequilibrada que la de la romana al centrarse en el aspecto más patético. En este sentido la italiana destila más sentido del humor y se toma menos en serio la obligación de trascender el melodrama, de modo que su reina es más relajada y divertida (“V’adoro pupille”, “Venere bella”) sin descuidar el aspecto más dramático. Así, brilla en “Se pietà di me non senti” y, sobre todo, en “Piangerò la sorte mia”, que canta arrodillada, maniatada, con la cabeza cubierta por un saco, a punto de ser ejecutada tras ser condenada a muerte por su hermano, un momento teatral de rara intensidad. Los pianissimi, la delicadeza del fraseo, la expresividad de la palabra cantada, contenida, sin caer en la tentación del más mínimo exceso, los convierte en momentos álgidos de toda la función, y resultan mucho más efectivos teatralmente que la llamativa coloratura de “Da tempeste il legno infranto”. Con un dominio estilístico y vocal absoluto, uno siente curiosidad por la Alcina de Zurich, aunque la maga tenga otras exigencias.
Christophe Dumaux es un especialista en el papel de Tolomeo, uno de sus caballos de batalla. Si en el DVD de Virgin ofrecía la interpretación más pulida de todo el elenco, con un difícil equilibrio entre estado vocal y perfección de canto, el altísimo nivel de sus compañeros en esta ocasión hace que su composición impacte menos. Su faraón se aleja del estereotipo del efebo afeminado y blando para acercarse a la del terrorista inmoral, aunque siempre resulta joven y variable en su encarnación, clavando todas sus intervenciones.
Von Otter y Jaroussky componen una pareja perfecta en su parcial inadecuación. La sueca no tiene la rotundidad de otras voces más oscuras, plenas y densas (basta pensar en la Podles, pero también en Marilyn Horne en la selección de Decca), aunque a cambio es mucho más creíble que todas las Cornelias que me vienen a la cabeza, salvo la polaca. Habiendo sido un magnífico Sesto con Minkowski (DG) está claro que nunca ha sido la contralto que necesita la viuda de Pompeyo. Sin embargo, el desgaste del instrumento tras una carrera brillante, los sonidos a veces fijos, otras abiertos en un grave empujado, y la caracterización de anciana culminan una encarnación perfecta en su resultado final. También por el contraste logrado con el francés. No pocas veces madre e hijo encarnados por dos mezzos parecen invertidas en la asignación de papeles, o hermanas por la similitud de colores. Y aunque echo de menos el ímpetu adolescente que Della Jones supo conferir a Sesto, lo cierto es que con esta madre la voz clara de Jaroussky hace superflua la necesidad de una Cornelia más contundente vocalmente. El contratenor canta con la exquisitez acostumbrada, despliega agilidades con una facilidad asombrosa, tiene un dominio técnico y expresivo soberbio y explota su aspecto adolescente a la perfección, dotando a Sesto de un punto más ingenuo que de descarado atrevimiento. El dúo “Son nata/o a lagrimar” ejemplifica a la perfección las virtudes y e imperfecciones de esta pareja perfecta, que encarna como ninguna la dignidad de los caídos.
Afortunadamente el Achilla de Ruben Drole no es el típico barítono cantando un papel de bajo barroco y hace frente con medios sobrados al papel. Por su parte, Jochen Kowalski ha trasmutado Nireno en Nirena, convirtiendo la figura del sirviente abnegado en pariente directa de la Nodriza de Monteverdi. Y está perfecto en su encarnación, incluyendo la única aria del personaje –muestra de la integralidad de la versión–. Igualmente adecuado el Curio de Peter Kalmán.
Giovanni Antonini escoge unos tiempos menos contrastados de lo esperado. Frente a Jacobs, Minkowski o Haïm, que fían el ritmo teatral también en los tempi elegidos, en ocasiones vertiginosos –pero nunca innecesariamente atropellados– los del italiano se acercan más al modelo de Christie, más reposado. Personalmente no tengo nada que reprochar en las partes más intensamente líricas (“Priva son d’ogni conforto”, “Son nata a lagrimar”, “Piangerò la sorte mia”) pero allí donde la coloratura requiere transmitir vértigo (“L’angue offeso”, “Si spietata, il tuo rigore”, “Al lampo dell’armi”, “Da tempeste il legno infranto”) hubiera preferido un punto más de aceleración. El dominio de las agilidades de los intérpretes apunta al director como responsable último de esta decisión. En cualquier caso, entiendo que se trata de una cuestión subjetiva y personal, que no desmerece el magnífico logro final, también porque Il Giardino Armonico –colaborador habitual, como el director, de la Bartoli– ofrece una prueba mayúscula de virtuosismo instrumental, en la sinfonía, los preludios o la secuencia de la batalla, así como en los solos en los que hay duelo con las voces.
Queda la irreprochable puesta en escena de Moshe Leisner y Patrice Courier, otros dos habituales colaboradores de la Bartoli, que han ideado producciones atractivas en Zurich con Clari de Halévy y Otello y Le comte Ory de Rossini, puntualmente grabadas por Decca. Partiendo del concepto de Regietheater, también aquí actualizan la ambientación y sitúan el Egipto tolemaico en los conflictos bélicos que asolan desde finales del siglo XX Oriente Próximo: imposible no pensar en las dos Guerras de Iraq y las imágenes de la conquista de Bagdad por las tropas americanas. Tolomeo (que aquí no es Saddam Hussein sino el Coronel Gaddafi más bien) es un sátrapa como cualquiera de las muchas dictaduras (y dictablandas con el beneplácito de Occidente) que se encuentran en el mundo árabe, antes y después de la primavera prematuramente marchita. Giulio Cesare es el perfecto representante de Naciones Unidas, el Alto Comisariado de la Unión Europea –ahora menos unida cortesía del disparatado e irracional Brexit– o los enviados del gobierno americano “por la paz”. La Guerra de Civilizaciones está servida, es inevitable pensar en Guantánamo y en los atentados yihadistas al ver a Sesto colocarse un cinturón de explosivos en su desesperación, aunque tampoco falta sentido del humor, como cuando Cleopatra –con peluca a lo Elizabeth Taylor– canta “V’adoro pupulle” subiéndose a un misil, de evidentes reminiscencias fálicas en este drama de sexo y poder. En definitiva, un espectáculo redondo, perfecto con todas sus imperfecciones.
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