España - Galicia
Disociaciones y psicopatías
Paco Yáñez

Las Xornadas de Música Contemporánea de Santiago de Compostela tienen como título, en 2016, Con'Ciencia' de la Palabra, pues, según leemos en el programa de esta edición, a la música se suma una reflexión interdisciplinaria sobre ámbitos tan intrincadamente relacionados como la filosofía, la ética, la ecología, o la arquitectura; además de una literatura que hace acto de presencia en varios conciertos, a través de una serie de charlas introductorias y de referencias explícitas en los conciertos a Miguel de Cervantes y William Shakespeare, como parte de la conmemoración del cuarto centenario de sus respectivos fallecimientos...
...ello depara algunas presencias en la programación un tanto anacrónicas (junto a otras en el terreno orquestal directamente injustificables en unas jornadas de música contemporánea). No es éste el caso de Vertixe Sonora Ensemble, punta de lanza de la mejor creación actual en España, que nos ofrecía dos conciertos en el Auditorio de Galicia en los que ponían sobre sus atriles partituras de rabiosa modernidad, parte de su habitual tránsito por las más diversas rutas estilísticas de nuestro tiempo; de nuevo, y como seña de identidad del conjunto gallego que es, prestando una especial atención a compositores jóvenes de diversas nacionalidades: espacio acústico en el que Vertixe es ya un referente internacional.
Abrió el concierto del día 8 de octubre un buen conocido de Vertixe Sonora, el compositor español Manuel Rodríguez Valenzuela (Valencia, 1980), del que el ensemble ha brindado ya espectaculares lecturas de piezas como 24 (2013), la torrencial partitura para violonchelo amplificado, megáfonos y piano a diez manos... Más poético se mostraba Valenzuela en la primera obra del programa: Le piano engloutie (2015), una (re)creación muy personal a partir de Le cathédrale engloutie, décimo de los Préludes pour piano (1909-13) de Claude Debussy. El texto original capitaliza los primeros segundos de la obra; pues, si bien en una sala oscurecida da la sensación de que es David Durán quien ataca el preludio de Debussy, se trata de una grabación previa de un Durán que, todo hay que decirlo, me ha parecido de una enorme sutilidad en Le cathédrale engloutie, con una poética y una claridad en el discurso que nos remiten a la que considero mejor línea interpretativa de estas páginas, la de Arturo Benedetti Michelangeli. Transcurridos unos compases, el preludio se colapsa desde la electrónica; podríamos decir que, de un modo casi programático, el piano-catedral se hunde en las profundidades del sonido, desde cuyos abismos la naturaleza acústica es completamente otra, entroncada en la línea de reinvención tímbrica por medio de un instrumento intervenido tan habitual en Valenzuela.
A partir de esa inmersión, el sonido del piano se convierte en un sonar que nos llega desde la profundidades, al tiempo como eco esfumado por el agua de las campanas del templo anegado. No es ésta la única reverberación desde el universo debussyano, pues el roce del arpa del piano con cinta crea la ilusión acústica de un grupo de cuerda en los armónicos que Durán sintetiza, lo que convoca el recuerdo -esfumado y entrevisto en la lejanía- del Cuarteto de cuerda en sol menor (1893) del compositor francés. En la plétora de acciones en el interior del piano, así como en parte de los ritmos entrecortados y secos a través de la sordina, no podemos evitar el recuerdo de John Cage, si bien sublimado en un impresionismo de nuevo cuño, que hace de la partitura de Valenzuela una obra de gran belleza y profundo conocimiento de la tradición, que actualiza y reinterpreta, volviendo a ella de un modo no exactamente circular, pues al final de Le piano engloutie resurge el instrumento desde las fosas abisales, ahora con David Durán interpretando en el teclado el original de Debussy, con una distancia mayor, muy pausado, mostrando la versatilidad y amplitud de miras de su pianismo...
...versatilidad y amplitud de miras no faltan, ni mucho menos, a otro de los puntales de Vertixe Sonora, Pablo Coello, que atacó con su habitual contundencia Kairós (1991-92, rev. 2005-06), partitura para saxofón soprano, cinta generada informáticamente y electrónica en vivo. Era éste el segundo encuentro en una semana de Vertixe Sonora con la música del compositor italiano Agostino Di Scipio (Nápoles, 1962), del que el martes 4 de octubre Pablo Coello había interpretado, en Pontevedra, Modes of Interference 2 (2006), dentro del ciclo Do Audible. Tal y como entonces señalamos, la música de Di Scipio es un organismo sonoro que habita y desvela el espacio, que nos hace uno con él a través de un proceso de conocimiento de su topología, límites y cualidades. La sucesión de slaps, multifónicos, pasajes de aire sin tono y todo tipo de rugosidades en el saxofón se reconceptualiza a través del delay y de los diversos procesos electrónicos que acaban conformando una fuga infinita que se traslada cual fantasmagoría por el espacio, revelando sucesivos kairós en los que la materia trasciende el momento para adentrarse en lo intemporal, algo que se potencia desde la cinta pregrabada y sus paisajes multifocales en surround. De hecho, los minutos finales de la partitura, con sus ecos de la respiración, sus acoples y una profusa granularidad, nos conducen a una suerte de no-lugar que se diría trasunto beckettiano (si tal contraconcepto es posible, remitiéndonos al discurso del filósofo Arturo Leyte el pasado 4 de octubre en Pontevedra).
De vuelta al catálogo de Manuel R. Valenzuela, escuchamos/contemplamos T(t)-Blocks D (2014), personalísima propuesta para tres máquinas de escribir eléctricas amplificadas, objetos acústicos preparados y vídeo. Es ésta la cuarta entrega de un ciclo de piezas, T(t)-Blocks, que profundiza en el concepto de caleidoscopio, algo visible en la proyección de vídeo tripartita, destacadamente en el cuerpo central. En lo visual, Valenzuela nos muestra un proceso de generación/transformación de letras, por medio de esfumado, caleidoscopio y espejeo, adquiriendo el conjunto una categoría muy pictórica. En lo musical, estamos ante una pieza que, por su rítmica, sus timbres, sus mecánicos y su componente electrónico, nos remite a obras de nuevo cuño como la ya interpretada por Vertixe Generation Kill (2012), del belga Stefan Prins; aunque por sus métricas no podemos dejar de pensar, al escuchar T(t)-Blocks D, en las partituras del danés Simon Steen-Andersen, en su Piano Concerto (2014), del que dimos cuenta en nuestra reseña de las Donaueschinger Musiktage 2014 (NEOS 51501). Así pues, otro universo, en absoluto con el halo poético de Le piano engloutie; es más, si la poesía aquí se asoma, lo hace más a la imagen que a su obsesiva música.
También habitual en las programaciones de Vertixe es el compositor costarricense Mauricio Pauly (San José, 1976), del que escuchamos Patrulla Reliquia (2015), obra para (y cito literalmente) «piano amplificado, electrónica en vivo y grabaciones de hojas secas arrastradas y aplastadas sobre losas de cerámica (para un pianista sin ayuda)». De nuevo, una exploración del espacio y sus topologías, ya sea por medio de la intervención extendida del piano, ya a través de la electrónica y su expansión en las reverberaciones de la Sala Mozart del Auditorio de Galicia. Es por ello que la obra acaba adquiriendo una notable presencia, de proyección que se diría orquestal (estirpe, por tanto, beethoveniana, por su concepción de la gran forma en/desde el piano), a pesar de desplegar sonoridades de lo más refinado, como las alquitaradas al arpa del instrumento en los primeros pasajes. Otros compases nos remiten a una rítmica entrecortada, con roce seco de un teclado en sordina que recuerda al Guero (1969) de Helmut Lachenmann. A ello añade Pauly una técnica de acople por medio de pedales de guitarra que es ya marca de la casa (recordemos la soberbia Its fleece electrostatic (2012), pieza para violín y pedales de guitarra eléctrica verdaderamente deslumbrante). Tomando estos elementos, David Durán ha construido una lectura que exige todo un despliegue coreográfico al pianista, pero que con una interpretación tan sobresaliente como a las que nos acostumbra el músico gallego, convierte Patrulla Reliquia en una verdadera reconceptualización del piano y sus muchas posibilidades (intrínsecas y ad hoc).
Finalizó el concierto del día 8 de octubre con el francés Yann Robin (Courbevoie, 1974) y su brutal The Art of Metal II (2007), obra para saxofón bajo y dispositivo electrónico en tiempo real. Englobado en la corriente conocida como «música saturada», Yann Robin explora en el ciclo The Art of Metal (2006-08) la amplificación de la distorsión en los registros metálicos graves, saturando el instrumento por medio de una plétora de notas que acaban conformando una energía de gran violencia, en línea con otras de sus partituras, como la abigarrada y magmática Vulcano (2009-10). La interpretación de Pablo Coello avasalla desde el primer momento, siendo de una virulencia indómita. Al músico gallego se debe esta versión para saxofón, por él mismo estrenada y solicitada a Yann Robin, que preparó una realización que el saxofonista de Vertixe dio a conocer en la Mostra Sonora de Sueca, en mayo de 2015, explorando el instrumento desde una digitación pasmosa, así como desde un control en la proyección del aire fundamental para que el saxofón explote en una saturación constante que hace de la pieza todo un tour de force, ahora en saxofón como lo es en su versión original para clarinete bajo. Rubricaba, así, el conjunto gallego una propuesta más breve en duración que lo que es habitual en sus conciertos (algo menos de una hora), sin que ello restase calidad a las partituras o intensidad a sus lecturas. Intensidad, saturación y psicopatía sería lo que destilaría su siguiente concierto, el domingo 9 de octubre, en horario matinal y con (nutrida) asistencia de un público que diríamos 'en familia'...
...y no es que fuese, precisamente, familiar el ambiente al que nos conducía la propuesta lanzada al público compostelano por Vertixe Sonora en Microteatro psicopático: palabras perdidas, monstruos y espacios misteriosos (2016), obra de teatro musical muy próxima a las propuestas que dominan la escena centroeuropea; especialmente, en Austria y Alemania. Se trata de una apuesta interdisciplinaria que hace tiempo echábamos de menos en nuestro panorama de música contemporánea (pues si alguna ha aparecido en Galicia, era completamente alcanforizada), y que ha reunido al ensemble gallego con uno de los actores y directores teatrales más potentes de la escena gallega: Carlos Álvarez-Ossorio, verdadero animal escénico al que debemos en Compostela excelentes adaptaciones de Shakespeare, Ibsen, Müller, o Koltès.
Este segundo concierto de Vertixe Sonora Ensemble en las Xornadas de Música Contemporánea de Santiago de Compostela nos condujo a la sala de exposiciones del Auditorio de Galicia (espacio al que este otoño -como tantas otras veces- se asoma la creación artística más actual; conformando parte de la bipolaridad que afecta al auditorio compostelano entre su conservadora sala principal -en lo musical-, y sus modernas propuestas expositivas -en lo artístico-; disociación en la cual la música acaba atacada por lo más apolillado y rancio de las programaciones desarrolladas anualmente en lo que, al fin y al cabo, es un auditorio). Una vez más, un evento actual y trasgresor llega al Auditorio de Galicia desde una programación que, en principio, parece externa, pues seguimos sin tener constancia (por el programa facilitado al público) de quién dirige artísticamente estas Xornadas de Música Contemporánea. Es algo que, junto a la falta de dirección gerente titular tanto del Auditorio de Galicia como de la Real Filharmonía, pasa factura cada mes, con unos contenedores culturales en caída libre, en los que el actual gobierno compostelano no ha sabido insuflar nuevos aires ni hacer de su supuesta progresía política un sello de modernidad artística, quedando caracterizada la vida musical santiaguesa por un más-de-lo-mismo, que en este caso es un languidecer en los abismos de la reiteración, en una ya enquistada decadencia...
...proceso análogo debió de sufrir el protagonista del Microteatro psicopático del compositor, pianista, improvisador, escritor y artista multidisciplinario Óscar Carmona (Santiago de Chile, 1975), autor que crea una propuesta en la que se unen la escritura, la escena y la música a partir de relatos del escritor aragonés Javier Tomeo; textos revisados por el propio Carmona (así como por Carlos Álvarez-Ossorio, de cara a la dramaturgia), para un espectáculo con una duración prevista originalmente para unos 50 minutos, y que se ha quedado en apenas media hora (que, por cierto, se ha hecho escasa). Según Miguel Sancho, la unión de Tomeo, Carmona y Álvarez-Ossorio conforma «un triángulo de transgresión literaria, musical y teatral que incorpora exploraciones semiológicas en un lenguaje profundamente destilado y poco usual»; indagando «formas complejas de comunicación e interacción entre sonidos, imagen y gesto». Sin duda, el lenguaje puede ser poco usual en la cotidianeidad de nuestra sociedad (más, en lo que se taladra desde los medios de (in)comunicación), pero en el ámbito teatral y literario no es que suponga una renovación ni algo sustancialmente trasgresor. Sí tiene cierta cercanía con el teatro del absurdo, reminiscencias kafkianas; pero diría que la parte más trasgresora no se deriva tanto del texto, como de la dirección teatral de Álvarez-Ossorio, algunas de cuyas decisiones escénicas dan una profundidad y una no-literalidad de lo más sugerente y poliédrico, algo que refuerza su carácter desquiciado, psicopático y absurdo (como esa novia perdida a la que se dirige constantemente el protagonista, aquí una maceta con un flexo en su interior; o el acercamiento al primer plano por medio de la cámara de vídeo: recurso tan invasivo y psicológico, habitual en las propuestas de un director teatral que también cuenta con una selecta y poética filmografía, como lo es la de Carlos Álvarez-Ossorio).
La presencia de los músicos de Vertixe Sonora adopta, igualmente, momentos de invasiva teatralidad, como cuando rodean al actor conformando un corro de fantasmas (digno de visiones bosquianas), todos ellos sueño o pesadilla de la razón (poniéndonos goyescos). La parte más propiamente musical, aunque el uso de la gestualidad y la movilización de objetos es aquí también música, nos conduce a numerosos ambientes, con una fuerte carga del jazz y de las músicas urbanas de la segunda mitad del siglo XX; pero, también, la 'Sarabanda' de la Suite para violonchelo Nº5 en do menor BWV 1011 de Johann Sebastian Bach (ejecutada en su integridad con gran delicadeza por Criptana Angulo), partitura que introduce un halo de intemporalidad y un contrapunto de seriedad a lo que podríamos leer entre líneas (en ese momento de la obra) como parodia del ensemble gallego en su celebración etílica de un premio recientemente concedido a su más que sólida trayectoria. Es así que las capas se desdoblan y los vectores apuntan hacia múltiples direcciones, añadiéndose al drama del protagonista, en lo teatral, lecturas poliédricas desde lo musical, ya sea como trasunto de los desamores y ejercicios de aislamiento de un protagonista de nombre mutante, ya como paisaje-en-eco de un ambiente acechante y hostil...
...buena parte de esa pesadez, de una topología acústica asfixiante, la debemos (además de a la acertada iluminación de Álvarez-Ossorio) al impresionante trabajo en la electrónica de un Ángel Faraldo ya no sólo soberbio en Microteatro psicopático, sino también exquisito en el concierto del sábado, en buena parte de cuyas partituras los dispositivos electrónicos exigían reinventarse estilística y técnicamente en cada propuesta abordada. Tal y como me comentaba -muy gráficamente- Ramón Souto tras el concierto del día 8, Faraldo -otro de los puntales de Vertixe- tiene un concepto muy 'garajero' del sonido, cierta agresividad que en las obras más directas le confiere un refuerzo al ensemble gallego de enorme potencia y cercanía estilística con el sello interpretativo de Vertixe, algo crucial, pues hablan un mismo idioma. En todo caso, no todo es impacto y golpeo desde la electrónica, como escuchamos en la poética Le piano engloutie; por lo que, afortunadamente, se cumple esa premisa básica de dar vida a cada partitura desde su propia respiración interna. En el caso del Microteatro psicopático de Óscar Carmona y Carlos Álvarez-Ossorio, ello podría ahogarnos por momentos, debido a su oscuridad y a la cercanía que el dramaturgo impone al público (al que en un par de ocasiones hace participar en la obra), pero he ahí la puerta para adentrarse en los abismos de la ¿locura?; pues lo contrario sería permanecer, como en tantas otras propuestas, viendo los toros desde la barrera (por supuesto, aquí sin muerte ni violencia; si es que los tribunales de la madre patria tal licencia nos conceden).
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