DVD - Reseñas
Digan lo que digan
Raúl González Arévalo
Recientemente un conocido crítico español ha censurado abiertamente el Macbeth de Plácido Domingo en el Teatro Real, hablando de superchería. La polémica es falsa desde el momento en que los términos están claros para todos los implicados: el artista, la crítica, los programadores teatrales y el público. El madrileño no ha pretendido pasar por lo que no es, un barítono, en ningún momento. Antes bien, ha decidido prologar su ya extraordinaria carrera como tenor abordando papeles de barítono una vez que ha perdido los agudos propios de su cuerda. El respetable, cuando compra una entrada (o en este caso, un DVD), por lo general sabe lo que hay. Y si lo hace es porque, por encima de su estado vocal actual, Domingo es, además de un gran músico, una leyenda viva de la ópera. Y como tal puede hacer (y hace) lo que le dé la gana.
La ópera es y debe ser, ante todo, un género teatral. Ciertamente, si nos ponemos exquisitos, los signos de la edad se dejan notar. Normal, se trata de un cantante septuagenario. Pero eso ya lo sabíamos. Hay frases que suenan más dificultosas y el fiato se ha acortado. Sin embargo, y respecto a la impresión más pobre de su Conde de Luna de Il Trovatore, Macbeth ofrece la ventaja, compartida con Rigoletto, Francesco Foscari, Giacomo (Giovanna D’Arco) y Simon Boccanegra, de no ser una figura juvenil, antes bien, la única diferencia con los anteriores es la ausencia de descendencia. Pero ninguno es un hombre joven. En consecuencia, el físico no es un problema. Si se añade un conocimiento absoluto del estilo y el fraseo verdianos, un canto suficiente y un dominio escénico soberbio el resultado es, como era previsible, un gran Macbeth. El intérprete conoce todos los recursos que le convierten en el monstruo escénico que sustenta el mito en el que se ha convertido. El final del segundo acto, todo el tercero y la conclusión de la ópera ofrecen la mejor versión dramática que se puede desear, con una gran credibilidad teatral. Digan lo que digan, Domingo es un gran protagonista.
A su lado Ekaterina Semenchuk es una Lady Macbeth formidable. Voz enorme que domina las escenas de conjunto, maneja con habilidad el canto agilidad, en cualquier caso suficiente (cabaletta –sin repetición–, dúo con Macbeth y brindis). El agudo es poderoso, a expensas de sonidos ocasionalmente fijos. El grave, sólido como una roca. La actriz es menos carismática que su compañero, comienza un tanto plana en su gran escena de presentación –bien recitada la carta–, pero se va soltando conforme avanza la representación y ya en el brindis muestra la soltura necesaria. “La luce langue” es buena, pero la escena del sonambulismo es aún mejor, concluyendo con un Reb5 apenas tocado pero suficiente.
Ildebrando D’Arcangelo es un buen Banquo, como siempre dueño de la palabra y cantado en la mejor tradición italiana, como revela en “Come dal ciel precipita”, que conjuga belleza vocal con un fraseo dramático. Joshua Guerrero es menos singular como Macduff, “Ah, la paterna mano” no pasa de competente, falto como está de mayor veracidad dramática. Los demás secundarios ofrecen encarnaciones sólidas.
El coro de la Ópera de Los Ángeles canta con absoluta implicación a lo largo de toda la ópera, con un buen desempeño que alcanza su punto álgido en “Patria oppressa”. James Conlon siempre es un director solvente y en esta ocasión parece singularmente cómodo dirigiendo Verdi. Sus tiempos son un tanto más lentos de lo habitual, sin la urgencia acostumbrada en los momentos más dramáticos, pero funcionan bien.
La producción de Tresnjak tiene como principal virtud que no molesta. El vestuario se inspira en modelos medievales cinematográficos y hace un uso inteligente de la iluminación para diferenciar los ambientes. El coro no está casi nunca sobre las tablas, sino elevado, mirando desde arriba lo que sucede en la escena, salvo en su célebre intervención. Las brujas están representadas por unas criaturas más fantásticas que reales, que el imaginario colectivo identificará sin problemas, cola incluida.
El público aplaude todo, empezando por el protagonista. No es problema, salvo cuando rompe el discurso musical, como ocurre por ejemplo entre el aria y la cabaletta de Lady Macbeth. En definitiva, una producción que a buen seguro encontrará su público, por razones sobradamente justificadas.
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