DVD - Reseñas
Larga vida a los puritanos
Raúl González Arévalo
La última ópera de Vicenzo Bellini ha cambiado singularmente de suerte videográfica en los últimos años. I puritani apenas conocía tres grabaciones en DVD y encabezadas principalmente por las sopranos que daban vida a Elvira: Gianna D’Angelo (Hardy Classic Video, 1966), Edita Gruberova (ArtHaus Musik, 2001) y Anna Netrebko (DG, 2007). Sin embargo, la preparación de la edición crítica dirigida por Fabrizio della Seta (publicada en 2013 pero accesible con anterioridad), con la inclusión de fragmentos finalmente incorporados en la llamada versión Malibrán destinada a Nápoles y no estrenada en vida del compositor, ha dado nueva vida a la obra. Naturalmente, no es ajena la disponibilidad de tenores capaces de hacer frente al temible papel de Arturo, pues sopranos para Elvira siempre ha habido. Desde entonces la han utilizado en tres grabaciones. La de Juan Diego Flórez y Nino Machaizde (Decca, 2009) tenía algunos aspectos vocales que no terminaban de convencer, de modo que la opción preferente recaía, sin discusión a mi juicio, en John Osborn y Mariola Cantarero (Opus Arte, 2009). Hasta ahora. La nueva edición de BelAir Classiques a partir de las funciones en el Teatro Real se sitúa a la cabeza de toda la videografía. No tanto por el duelo de los tenores, que salen empatados (aunque Javier Camarena no tenga el Fa4) como por la superioridad de la soprano alemana frente a la granadina y el mayor equilibrio vocal en el reparto. Si acaso la operación se habría rematado con Michele Mariotti en el podio.
Como en todas las óperas belcantistas, la calidad de los intérpretes es fundamental para sacarla adelante. Javier Camarena se ha ganado un lugar prominente en el panorama lírico en muy poco tiempo. Además, ha sido protagonista estelar de grabaciones como el Otello o Le comte Ory de Rossini, al lado de Cecilia Bartoli, o La colombe de Gounod. Sin embargo, Arturo, como todos los papeles míticos estrenados por Giambattista Rubini, tiene un aura de dificultad mítica por la extensión vocal (hasta el Fa4), la tesitura altísima y la resistencia que requiere su duración, además de los requisitos habituales del bel canto en general y de Bellini en particular: un dominio inmaculado del legato y elegancia en el fraseo. Desde la dificilísima entrada con “A te o cara” al extenso dúo que abre el tercer acto, “A una fonte afflitto e solo” y el temible sexteto “Credeasi misera”, que lidera sin falla, el mexicano demuestra que tiene todas las cartas en regla para hacer justicia al papel y más aún: la solidez del centro y la colocación perfecta de los agudos lo convierten en el mejor protagonista de la videografía, a excepción de John Osborn. Si se le añade intención en el fraseo e implicación actoral (y ya es complicado por las limitaciones dramáticas del papel), realmente no se puede pedir más. Los cambios en el mundo de la lírica hacen difícil que alcance el estatus de mito en el papel como Pavarotti (que no frecuentó el papel en vivo y cuya grabación referencial es en estudio) o Kraus, pero Camarena ha dejado un testimonio de primera magnitud.
Elvira ha conocido grandes protagonistas, entre las que destacan por logro dramático y excelencia vocal Maria Callas y Joan Sutherland. Pero ninguna de las dos dejó registro visual del papel. Entre la competencia, la más carismática es Anna Netrebko, que estaba más cómoda en las partes netamente líricas porque no era una virtuosa nata, a pesar de la buena coloratura. Nino Machaizde y Mariola Cantarero tienen puntos fuertes, pero ninguna deslumbra. Edita Gruberova en su momento fue la reina de las lírico-ligeras, aunque siempre discutida en el repertorio italiano por las coloraturas aspiradas y el estilo amanerado. Diana Damrau ha evolucionado hasta ser una soprano lírica que conserva toda la fuerza en el agudo de una ligera sin haber perdido un ápice de agilidad. La soltura de la coloratura es sobresaliente y los trinos para quitarse el sombrero (ahí está la polonesa, “Son vergine vezzosa”). Lástima el tiempo tan lento que Pidò impone en la cabaletta “Vien diletto”, porque la escena de la locura (“Ah, rendetemi la speme... Qui la voce”) es intachable. En consecuencia, es incomprensible y no tiene justificación alguna que no se haya incluido el rondó final, “Ah, sento, o mio bell’angelo”, bien en su versión individual para Nápoles, como rescató Richard Bonynge para la australiana, bien como dúo con el tenor, como estaba inicialmente previsto en París según la reconstrucción de Della Seta y figura en los otros dos DVDs. La virtuosa lo merecía y tenía un tenor a su altura. En cualquier caso, se trata de un detalle en una composición que solo se puede calificar de histórica, en especial por la actuación dramática que compone en un papel del que siempre se ha dicho que carece de sustancia teatral. Solo los más grandes son capaces de descubrir algo nuevo en papeles que ya conocen interpretaciones antológicas. En el transcurso de un año la soprano alemana ha sacado en DVD óperas de Bizet (Les pêcheurs de perles), Salieri (L’Europa riconosciuta), Donizetti (Lucia di Lammermoor), estos Puritani y un recital antológico dedicado a Meyerbeer, lo que la convierte en prima donna assoluta indiscutible y por derecho propio.
Ludovic Tézier es un magnífico Riccardo. Se trata de un papel complicado para los barítonos, porque requiere flexibilidad belcantista por la coloratura, en particular en su aria “Ah per sempre io ti perdei”, al tiempo que precisa de una robustez que, como otros grandes papeles escritos para la cuerda por Donizetti, está anunciando un Verdi no tan lejano ya. Comoquiera que sea, el francés hace tiempo que reveló su calidad en este repertorio y esta ocasión no es menos. Las agilidades, bien es cierto, suenan más pesadas que hace unos años, pero lo compensa sobradamente con la solidez del centro y el grave, así como la firmeza de los agudos. Si se añade que se trata de un intérprete partícipe, poco más hay que decir.
Como otros consortes de sopranos famosas, Nicolas Testé tiene que justificar siempre sus méritos para figurar junto con su mujer, Diana Damrau. Y aunque ciertamente no es Ghiaurov, y se puede considerar que tiene un color más bien claro, la realidad es que un papel de bajo cantante como el de Sir Giorgio lo admite sin problemas, más aún si, como es el caso, se trata de un cantante con presencia escénica y canto elegante. Notable desde luego para su aria “Cinta di fiori” y para conseguir que el dúo con el barítono, “Il rival salvar tu dei”, sea uno de los puntos fuertes de la grabación.
A pesar de que la inclusión del terceto del primer acto amplía notablemente el papel de Enrichetta para superar los límites del mero comprimario, Annalisa Stroppa merece más, de lo que es fácil deducir que está muy bien en su cometido. Como también el coro, cuya disposición en escena está más cercana al concierto que a la representación teatral, tal es el estatismo. Y la orquesta, de sonido y dimensiones netamente románticos en su interpretación. Aquí el problema lo plantea, es inútil esconderlo, el director. Evelino Pidò tiene fama de especialista en belcanto. Sin embargo, los tiempos son con frecuencia rígidos, como en el aria del bajo, que no diferencia básicamente la primera estrofa de la segunda; o como la cabaletta de la soprano, excesivamente lenta para que cumpla plenamente con la brillantez que se espera. En el resto de la obra es más eficaz que brillante, y aunque no hay caídas de tensión ni momentos aburridos, la exaltación que provocan algunos números tiene más que ver con la brillantez de los cantantes que con la inspiración del propio director. Para ver de lo que son capaces otras batutas en esta partitura hay que recurrir a Bonynge o Muti en el pasado, o a Mariotti en el presente.
Queda la producción escénica. En una ópera de libreto más convencional que inspirado, de lo que se quejó el propio compositor, con un desarrollo básicamente estático, el director de escena lo tiene complicado. Emilio Sagi conoce a la perfección su oficio, tiene una larga trayectoria y no ha sentido necesidad de recurrir a salidas del tiesto o provocaciones inútiles. Así que no se inventa acción donde no la hay y no mueve inútilmente a los protagonistas. Lo que no quita que, especialmente la Damrau, logren superar la visión de concierto con la que muchos afrontan aún el belcanto. No hay recreación historicista en los decorados, básicamente minimalistas, definidos por las arañas decimonónicas que suben o bajan de acuerdo con el estado de ánimo que buscan subrayar. En consonancia, el vestuario se remite a finales de la Belle Époque. En definitiva, se trata de una producción que no molesta y permite que los intérpretes se desempeñen con comodidad.
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