DVD - Reseñas
Así se reivindica el joven Donizetti
Raúl González Arévalo
A propósito de la publicación del volumen L’Ottocento de Elvio Giudici me lamentaba de la escasa atención que la videografía ha prestado a la producción donizettiana, de la que solo el 30% del catálogo de más de setenta títulos ha sido grabado en formato audiovisual. Las principales perjudicadas, huelga decirlo, son las óperas de juventud, en particular los títulos anteriores a Anna Bolena (1830). De ahí el valor en primer lugar histórico de los dos lanzamientos que ha hecho el sello italiano Dynamic el pasado mes de mayo, protagonistas este Olivo e Pasquale e Il Borgomastro di Saardam que comentaré próximamente. En realidad el sello genovés está realizando una labor impagable, habiendo ofrecido también del primer período tanto Don Gregorio (1826, versión napolitana de L’ajo nell’imbarazzo de 1824) como la primeriza Pigmalione (1816) en DVD, mientras que en CD es la única opción para conocer títulos como Pietro il Grande (1819), La zingara (1822) o Il fortunato inganno (1823).
Olivo e Pasquale fue una de las obras de Donizetti patrocinadas por el infatigable Bruno Rigacci, cuya labor no siempre se ha reconocido fuera de Italia. Él es el director de las dos grabaciones que existían hasta ahora, en Bongiovanni (1980) y en Nuova Era (1989), ambas correctas, con elementos incluso notables, pero nada más. En las dos ocasiones utilizó la partitura del estreno romano de enero de 1827. Sin embargo, para la recuperación en el Donizetti Festival de Bérgamo de 2016 se recurrió a la revisión napolitana recogida en la edición preparada por Maria Chiara Bertieri para la Fundación Donizetti. La ópera tuvo fue acogida con un éxito discreto y Donizetti aprovechó la posibilidad de representarla en el Teatro Nuovo de Nápoles para introducir cambios que subsanaran los aspectos más débiles señalados por la crítica. Así, de Roma a Nápoles la ópera perdió los recitativos, sustituidos por diálogos hablados, incluyendo el obligado dialecto napolitano en el personaje buffo de Pasquale. Además, en el reparto introdujo un cambio fundamental: la parte de Camillo, el enamorado de la protagonista, transmutó de contralto en travesti a tenor y recibió un aria nueva, “Che pensar? Che far degg’io?”.
La trama responde a los cánones clásicos del melodramma giocoso: Olivo y Pasquale son dos hermanos, comerciantes en Lisboa, colérico uno, afable el otro. Olivo tiene una hija, Isabella, que quiere casarse con Camillo contra los deseos de su padre, que desea darla en matrimonio a un rico mercader de Cádiz, Le Bross, que al conocer los sentimientos de la joven se convertirá en su aliado. Tras diversos enredos en los que participan otros personajes secundarios (Matilde, Columella), Isabella y Camillo amenazan con suicidarse si no les permiten casarse. Temiendo que hayan llevado a cabo sus propósitos, Olivo accede finalmente a que se unan.
El reparto es extenso y presenta un desequilibrio inevitable entre voces masculinas, con dos bajos bufos y tres tenores, y femeninas, con una única protagonista soprano y una secundaria mezzo. Sin embargo, el desarrollo de los números evita la monotonía tímbrica, e incluso la presencia de los dos bajos y dos de los tenores (Columella y Le Bross) en el cuarteto la aprovecha Donizetti para proponer uno de los números más originales de la partitura, en la que tampoco falta un sexteto, marca de la casa. A pesar del modelo rossiniano fuertemente vigente en el melodrama italiano de la década de 1820, el bergamasco exhibe trazos sólidos de personalidad propia, particularmente evidentes en la escritura de los tenores, sobre todo de Camillo, de corte más romántico, a pesar de la agilidad que exige a los tres. Con todo, la reivindicación de una voz original que se desmarca con claridad del estilo rossiniano es más evidente en el papel de Isabella, claro antecedente de Norina. La protagonista femenina, única con dos arias solistas –la cavatina de presentación y el rondó final– es destinataria de momentos de melancolía que se identifican fácilmente con el compositor.
Los cantantes, vaya por delante, son mejores en conjunto que los de las grabaciones de Bruno Rigacci, lo que sitúa esta edición directamente a la cabeza de las opciones disponibles. Otra cuestión es que esta versión funciona mejor en DVD de lo que probablemente haga en CD, donde las limitaciones musicales, privados del elemento visual, deben ser más evidentes. La producción de operAlchemica se aleja de todo realismo para proponer un escenario lleno de color, con un vestuario brillante en el que predomina el rojo. Así, se subraya el aspecto cómico por encima de cualquier otra consideración.
Bruno Taddia realiza un buen trabajo como Olivo, enmascarando la debilidad del registro grave con una encarnación que refleja bien el carácter colérico del personaje y un buen dominio de la coloratura, mientras que el Pasquale de Filippo Morace causa una impresión inevitablemente más favorable por tener todas las simpatías que su nueva personalidad napolitana le procura. Ambos se ven favorecidos con los momentos más líricos, como el cuarteto que cierra el primer acto, y si el dúo con el que abren el segundo acto, “Nel mirar quella sua flemma”, no da más de sí es por la inexperiencia del compositor, que no remata musicalmente el momento dramático, pero en este punto de la carrera era inevitable alternar números de altísima factura con otros más rutinarios.
Los tres tenores cumplen bien su cometido. A Pietro Adaini le conviene el carácter más lírico de Camillo, aunque el canto se ve un tanto penalizado por sonidos nasales. Probablemente sea una de las razones de que Matteo Macchioni cause mejor impresión como tenor en el papel de Le Bross, en el que brilla por encima de sus colegas de cuerda. Su cavatina de entrada, “Grazie, clementi dèi”, y el dúo del segundo acto con la soprano, “Voi veniste da Cadice a Lisbona...”, son dos de los momentos álgidos de la grabación.
La gran protagonista es por tanto Laura Giordano, una soprano que probablemente merezca mayor atención discográfica de la que ha recibido. La dulzura del tono se adecúa perfectamente al carácter del personaje. Si se añade la musicalidad de la línea de canto, la facilidad de la coloratura y el estilo impecable se obtiene un retrato global de gran calidad. El rondó final, a pesar del convencionalismo, cumple absolutamente su función de darle todo el protagonismo a la soprano y contribuye a dejar la mejor impresión final de una ópera que, en realidad, nunca roza la maestría.
Federico Maria Sardelli hace un gran trabajo con la Orquesta de la Academia de la Scala. A pesar de algunos sonidos poco redondos en la larga obertura y de sonoridades puntualmente delgadas, probablemente por el número de músicos, el director italiano imprime un buen ritmo al melodrama, sin caer en la tentación del frenesí en el final del primer acto: el Donizetti cómico no es Rossini, ni siquiera en las obras de juventud. Acompaña muy bien a los cantantes, respira con ellos, cubre sus debilidades cuando las hay y les permite lucir sus mejores cualidades. Lo fundamental en toda obra belcantista.
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