España - Cantabria
Festival de SantanderBruckner amable
José Amador Morales
El antepenúltimo concierto de la presente edición del Festival Internacional de Santander suponía, a su vez, la primera escala de la gira que la Filarmónica de Rotterdam ha iniciado en la capital cántabra y con la que se despide el que ha sido su director desde hace diez años, Yannick Nézet-Séguin. Indudablemente un componente emotivo que seguramente estaba detrás del evidente entusiasmo y entrega con los que el canadiense, que no cortará lazos artísticos con el conjunto holandés como confirmó a quien esto suscribe, afrontó tanto el concierto que comentamos como los ensayos preparatorios. Algo parecido podríamos igualmente señalar en torno al ambiente de incuestionable comunión y compromiso, entre músicos y director. Pero ello fue reflejado, más que de ninguna otra manera, en unos resultados musicales de una velada que en este sentido rayó a gran altura.
En primer lugar, un Liszt soberbio cuyo Concierto para piano nº 2 tuvo en manos de Yefim Bronfman a un solista de pulsación incisiva e intachable articulación, capaz de subyugar con seductor fraseo en los pasajes más líricos como de imponerse contundente en el “Marziale” y en la coda fina sin por ello desmerecer sus musicalísimos diálogos con los demás solistas de la orquesta. Esta, espoleada por Nézet-Seguin, supo aprovechar sus momentos de indudable protagonismo, que los tiene en esta obra en bastante mayor medida que otras del género, y conectar expresivamente con Bronfman en una versión de gran intensidad. El pianista nacido en Uzbekistán ofreció una apasionada lectura del Estudio revolucionario de Chopin ante las insistentes aclamaciones del público.
A la vuelta del descanso la Sinfonía nº 4 de Bruckner fue servida en una versión de gran belleza sonora y sincera comunicatividad. Para ello Yannick Nézet-Séguin se apoyó en el hermoso sonido de una Filarmónica de Rotterdam al nivel de las más grandes en la que destacó la sedosa cuerda y la impresionante calidad de las maderas, sin desmerecer unos metales compactos y segurísimos. Fue este un Bruckner amable, con claras reminiscencias en su énfasis lírico y melódico a sus fuentes schubertianas más que wagnerianas, y por ello puede que a algunos les pareciera demasiado ligero y poco denso; también en lo expresivo, con un preciosismo tímbrico de indudable autenticidad pero que tal vez se dejó por el camino demasiada verdad dramática y, por ende, expresiva.
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