España - Valencia

La patulea

Rafael Díaz Gómez
martes, 19 de febrero de 2019
Lavia: I Masnadieri © Mikel Ponce y Miguel Moreno, 2019 Lavia: I Masnadieri © Mikel Ponce y Miguel Moreno, 2019
Valencia, sábado, 9 de febrero de 2019. Palau de les Arts. G. Verdi: I masnadieri, melodrama en cuatro actos. Libreto de Andrea Maffei, basado en Die Räuber de Friedrich Schiller. Estreno: Londres, Her Majesty’s Theatre, 22 de julio de 1847. Dirección escénica: Gabriele Lavia (Allex Aguilera, reposición). Escenografía: Alessandro Camera. Vestuario: Andrea Viotti. Iluminación: Allex Aguilera, Nadia García. Coproducción del Teatro San Carlo de Nápoles y del Teatro La Fenice de Venecia. Roberta Mantegna (Amalia), Stefano Secco (Carlo), Artur Ruciński (Francesco), Michele Pertusi (Massimiliano), Bum Joo Lee (Arminio), Gabriele Sagona (Moser), Mark Serdiuk (Rolla). Cor de la Generalitat Valenciana. Orquestra de la Comunitat Valenciana. Dirección musical: Roberto Abbado.
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A centuria y siete décadas pasadas, bien que se atreve uno a espetarle a Verdi sin temor a recibir un trombonazo como reacción que el libreto de I masnadieri es una patata. Pero también es cierto que el compositor, que no era de los de amilanarse, dejó escrita ya entonces su respuesta en la partitura: tú, relájate y disfruta (firmado: tu muy seguro galeote). Y la verdad es que vista así, la contestación tiene su aquel. Y visto así en este caso quiere decir, además, con los ojillos entrecerrados, porque la producción es voluntariamente feota, bastante inane, tan descabalada como el texto y, menos mal, imagino que económicamente asequible.

Procedente de Nápoles y Venecia circula en DVD, así que la supongo, dada la poca oferta existente, conocida por los connaisseurs. Si no, con las fotos adjuntas ya se pueden hacer una idea. Salvo en lo que atiende a la luz y algunos aspectos del vestuario, el escenario apenas cambia durante los cuatro actos, y lo que sirve para la corte, sirve también para el bosque; algo que, por lo demás, no es bosque ni corte: un paisaje urbano degradado, unos enhiestos focos, una pasarela de madera, un sillón y una cruz de esas que te caen del cielo cuando más te lo esperas.

Al fondo de la escena un grafiti eleva con aparatosidad sobre el muro las palabras “libertà o morte". Lo curioso es que como unas bisagras abren el muro justo a la altura de la sílaba “tà” de “libertà” y la conjunción “o” hasta hacerlas desaparecer y como además la “t” de “morte" tiene un extraño, casi ausente, leer, en ocasiones de repente se forma bien grande la palabra “libermore”, que es, “b” arriba “b” abajo, como tener clavadito en Les Arts el espíritu de don Davide verdianamente venido de entre los difuntos (admítase aquí el trombonazo evitado líneas arriba), cosa que me malicio, a él, tan teatral, no le disgustaría demasiado.

Lo mejor, sirvámonos ya del tópico tranquilizador, es que la puesta no interfiere con la música. Pero resulta mucho mejor aún el hecho que ésta alcance un más que notable desempeño. Sucede así, entre otras razones, por el patente equilibrio del cuarteto protagonista, en ningún momento menoscabado por los comprimarios, que están muy en su sitio. Entre tanta testosterona circundante, se encarga de Amalia una Roberta Mantegna de generoso caudal, bello centro y persuasiva expresión, que sin embargo desluce un tanto el timbre en el registro agudo y no hace correr siempre con la ligereza ideal las coloraturas de un papel altamente comprometido. Mientras, Stefano Secco es un Carlo de alguna forma desconcertante en lo vocal como desconcertante es su personaje en lo dramático. No se le puede negar un estricto cumplimiento profesional, servido con carácter firme y con un bastante completo control técnico (un pelín forzado el agudo en ocasiones), pero esa calidez seductora del fraseo que vive en el decir matizado, ¡ay!, se echa un poco de menos. No ocurre así en el Massimiliano Michele Pertusi, quizá, edad obliga, en proceso de merma canora, pero, sin embargo dueño de los recursos contra los que natura aún no atenta: homogeneidad, nobleza tímbrica, línea envolvente y saber escénico. Y de esto, aunque con mayor frescura, anda sobrado (y con la pata chula en esta versión) Artur Ruciński, seguro, dominador, potente, expresivo, magnífico sin reserva alguna (igual que se mostraba ya en el DVD mencionado antes, de 2013).

Y si hubo mucho de bueno entre los solistas, no estuvieron a la zaga los elementos estables de la casa. Gran trabajo el de la orquesta, comandada por un Roberto Abbado que sacó brillo y tersura a la partitura desde la obertura (excelente el solo de violonchelo). No decayó el pulso y hubo matices sin grandilocuencias excesivas, así que los cantantes contaron con un buen soporte y el drama con la cohesión que no le proporciona el libreto. Por su parte, una vez más, extraordinario (nítido, preciso, lustroso) el coro, ya en la escena, ya en el foso. De nuevo con el conflicto laboral en ciernes y la posibilidad de una huelga que afectaría a las dos últimas representaciones de esta ópera además de a otras actuaciones, el Cor de la Generalitat se reivindicó a sí mismo una vez más, seguro que no tanto porque necesite del conflicto para demostrar su valía como por pura profesionalidad, aunque de paso no está de más recalcar en algunos oídos que a la calidad es mejor no tocarle las delicadezas. (Antes de publicar esta crítica ya se ha dado por desconvocada la huelga. Esperemos no tener que volver a mencionar este tema nunca más).

Muy buena entrada en la sala, sin llegar al lleno, para tratarse de una obra poco conocida y lo que se suele estilar en este sentido en Valencia (ni que decir tiene que para Rigoletto ya no se puede encontrar localidades). Mes y medio después de La flauta mágica, demasiado tiempo, había ganas de ópera en la ciudad. Y por la cantidad de aplausos, especialmente volcados en coro, orquesta, Abbado y Ruciński, si bien no se fue avaro con nadie, parece que al público le plació el experimento. Y es que puestos a elegir bandidos, los verdianos, quieras que no, y más si están tan bien servidos, no tienen ni punto de comparación con otros a las que también estamos acostumbrados por estos lares. ¡Será por patuleas!

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