DVD - Reseñas

J’ai trouvé mon Orphée

Raúl González Arévalo
martes, 5 de marzo de 2019
Christophe Willibald Gluck: Orphée et Eurydice, tragedia lírica en tres actos (1774) con libreto de Pierre-Louis Moline a partir de Ranieri de’ Calzabigi. Juan Diego Flórez (Orphée), Christiane Karg (Eurydice), Fatma Said (L’Amour). Hofesh Schecher Company. Coro y Orquesta del Teatro alla Scala de Milán. Michele Mariotti, director. Hofesh Schecher y John Fulljames, directores de escena. Hofesh Schecher, coreografía. Conor Murphy, escenografía y vestuario. Lee Curran, iluminación (retomada por Andrea Giretti). Subtítulos en francés, inglés, alemán, japonés y coreano. Formato vídeo: NTSC 16:9. Formato audio: DTS 5.0, DD 5.0, PCM Stereo. Un DVD de 129 minutos de duración. Grabado en el Teatro alla Scala de Milán (Italia) en marzo de 2018. Belvedere BVE08052. Distribuidor en España: Música Directa.
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Más allá de las grabaciones clásicas con Nicolai Gedda y Léopold Simoneau, con parámetros artísticos en la prehistoria de la interpretación historicista, en tiempos modernos solo contábamos con dos grabaciones fidedignas de la versión de París del Orfeo de Gluck, grabadas el mismo año: una con Jean-Paul Fouchécourt y otra, referencia absoluta, con Richard Croft dirigido por Marc Minkowski. El registro posterior con Juan Diego Flórez y Jesús López Cobos empleaba una óptica romántica y no provocaba ni frío ni calor. En DVD el panorama era más desolador aún, pues está totalmente dominado por la versión de Viena, seguida por la de Berlioz. De modo que la propuesta de Belvedere viene a llenar un hueco llamativo en la videografía del título (la propuesta desde el Comunale de Bolonia con Roberto Alagna en una versión manipulada al antojo de su hermano Davide no se puede tomar en serio en este contexto).

Protagonista absoluto de la grabación es Juan Diego Flórez. El tenor peruano hace años que está virando de repertorio y, aunque sin dejar atrás el belcanto italiano que le ha convertido en una figura histórica con Rossini, está adentrándose en otros terrenos más arriesgados. No tanto Mozart, que no ocupa sus planes de futuro, cuanto el repertorio romántico francés, sobre el que tuve ocasión de expresar algunas reservas a tenor de lo escuchado en su recital L’Amour! Sin embargo, este Orphée no entra en esa esfera, a diferencia del reciente Werther, que ha sido saludado con salvas por crítica y público.

Con una emisión netamente italiana, el peruano no es, en realidad, un haut-contre, el tenor agudísimo particular de la escuela barroca francesa, pero sus medios le permiten abordar con total seguridad la parte. La diferencia entre Madrid y Milán –previo estreno de la producción en el Covent Garden de Londres– no radica solo en la evolución vocal, sino principalmente en el desarrollo dramático. Efectivamente, más allá de un registro central más sólido y un ensanchamiento de la voz que no ha afectado aparentemente a la facilidad y resonancia del agudo, Flórez ha alcanzado un dominio del francés cercano al virtuosismo. No en vano, ha vuelto a Gluck después de abordar Massenet, arriesgar en Meyerbeer (Raoul de Nangis) y triunfar con Rossini (Comte Ory y Arnold).

La óptica a medio camino entre el Clasicismo –valiosa la experiencia mozartiana– y el Romanticismo no desentona porque la orquesta de la Scala, de dimensiones más reducidas de lo habitual, no es un conjunto historicista. Al mismo tiempo, más allá de una dicción inmaculada, lo llamativo es la intención dramática que logra transferir al acento en todas sus intervenciones solistas, lo que es particularmente evidente en los recitativos, tan expuestos siempre para quien no domina el estilo y la prosodia del idioma. Pero, más aún, incluso logra una versión patética de la siempre complicada teatralmente “J’ai perdu mon Eurydice”. Además, el virtuoso vocal se exhibe a placer en “L’espoir renaît dans mon âme”, sin olvidar en ningún momento su sentido dramático. El resultado es un gran protagonista, vocal y actoralmente impecable, de modo que, finalmente, la videografía ha encontrado su Orphée.

Las dos mujeres están absolutamente a su altura, con Christiane Karg dotando de la justa carga dramática a Eurydice (¿por qué demonios está escrito en todos lados con doble “i”?) y Fatma Said como deslumbrante Amor. Cuarta pata del espectáculo son el soberbio coro y la magnífica orquesta scaligera, con un sonido distintivamente moderno, pero plenamente en estilo, sonando como lo hace en Mozart, rica pero no opulenta, matizada sin languideces –para muestra, los ballets– y con el brío que requiere la partitura. Sin duda, debe mucho a la dirección de Michele Mariotti, que sigue dando muestras de su maestría, en esta ocasión más allá de Rossini, Bellini o el joven Verdi (I due foscari o los antológicos Lombardi recién comentados en estas páginas).

Remata una propuesta atractiva y convincente sin ambages la producción londinense de Schecher, de una gran modernidad en los planteamientos teatrales y visuales –más allá de lo evidente: la escenografía, el vestuario y la posición de la orquesta–, con un gran trabajo de coreografía con todos los componentes, solistas, coro y cuerpo de baile, de modo que el estatismo que suele caracterizar el acercamiento a esta ópera no asoma, cómplice una iluminación que resalta los momentos dramáticos. Puro teatro in musica. Como corresponde.

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