España - Madrid
Bychkov y la ONE: una interpretación de Má Vlast de muchos quilates
Fernando Peregrín Gutiérrez (1948-2023)
En un posible catálogo de las composiciones agrupadas bajo el nombre de “Clásicos Populares”, el Moldava (o Vltava, en checo), de Bedrich Smetana, es muy probable que ocupase uno de los puestos más altos, en cuanto a popularidad, en dicha lista. Sin embargo, ese poema sinfónico es el segundo de los seis que forman la gran obra orquestal del compositor bohemio que es Mi Patria (Má Vlast), ciclo de poemas sinfónicos que es infrecuente en las salas de conciertos fuera de la República Checa (antes parte de Checoslovaquia). Incluso en la propia Chequia, y concretamente en Praga, se suele interpretar en un mismo concierto en ocasiones especiales, en fechas conmemorativas. Entre los recuerdo de quien escribe esta líneas está una magnífica interpretación de Václav Neuman al frente de la Orquesta Filarmónica Checa en la Sala Dvorak del Rudolfinum de Praga, sede de esta prestigiosa orquesta centroeuropea. Y fue el 11 de mayo de 1985, como conmemoración del cuarenta aniversario de la entrada del Ejército Rojo en Praga, al final de la Segunda guerra mundial.
Curiosamente, el festival de La primavera de Praga de 1990, el primero que se celebraba cuando las tropas soviéticas habían abandonado Checoslovaquia, se inauguró con esa misma composición sinfónica, el 12 de mayo de ese año, en un concierto solemne y patriótico presidido por el primer presidente democrático de Checoslovaquia, Václav Havel, que significó, además, la “vuelta a casa” para dirigir a La filarmónica Checa del gran maestro Rafael Kubelik, exiliado desde 1948 por profundos desacuerdos con el régimen comunista que controlaba con mano de hierro a su país natal (dicho concierto, de enorme interés y calidad musical y con mucha carga emotiva, se encuentra disponible en DVD).
En España es posible que se haya interpretado Mi Patria en más de una ocasión, mas no conservo memoria de esos conciertos.
Tengo para mí que la gran mayoría de los espectadores de los tres conciertos de la ONE en el Auditorio Nacional de Música de Madrid, con esa obra como única composición en el programa, fuese la primera vez que la oyesen en una sala de conciertos. Mas tuvieron la fortuna de oír una gran interpretación, quizá en el que fue sin duda un de los mejores conciertos de la ONE en lo que va de esta temporada.
El mérito lo tuvo, ante todo, el director invitado, el ruso Semyon Bychkov, titular actual de la Orquesta Filarmónica Checa. Mas el éxito no hubiera sido total sin la entusiasta, entregada y casi perfecta ejecución de todos y cada uno de los instrumentistas, que dieron lo mejor de si mismos y demostraron que la ONE va en continuo aumento de su nivel de calidad.
Ya de entrada, se pudo intuir que íbamos a asistir el domingo pasado a una mañana de gran música. Las dos arpistas, situada cada una en un extremo del escenario, dieron un comienzo modélico del primer poema sinfónico, Vysehrad, con una delicadeza de sonido extraordinaria y una melodía cantábile, propia del acompañamiento a un cantante como podría ser Lumir, el cantante de la corte. La primera aparición en esbozo del leitmotiv del río Moldava, expresión sonora de su fluir, realizada con un cuidado y un legato muy notables, nos anticipó que el siguiente poema sinfónico, El Moldava (Vltava), podría ser de antología, como así fue. El inicio fue una demostración de virtuosismo de flautas y de los clarinetes, cuyo fraseo y dinámica controló Bychkov con casi imperceptibles y precisos movimientos de los dedos de su mano izquierda. Aquí el leitmotiv del fluir del río se oyó en todo su esplendor y con un acertado uso del rubato a manera de frio sonoro de las ondas del río en su tranquilo y majestuoso transcurrir.
Llegados aquí, dejemos que sea el propio compositor el que no explique cómo quiso retratar musicalmente el gran río Moldava:
La composición describe el curso del río Moldava: su nacimiento en dos pequeños manantiales, el Moldava Frío y el Moldava Caliente, su unión, el discurrir a través de bosques y pastizales, a través de paisajes donde se celebra una boda campesina, la danza de las náyades a la luz de la luna… En las cercanías del río se alzan castillos orgullosos, palacios y ruinas. El Moldava se precipita en los Rápidos de San Juan, y después se ensancha de nuevo y fluye apacible hacia Praga, pasa ante el castillo de Vysehrad, y se desvanece majestuosamente en la distancia, hacia su desembocadura en el río Elba.
El nexo de unión entre estos episodios y lugares es, lógicamente, el río, cuyo leitmotiv aparece siempre con alguna variación expresiva (rubatos, rallentandos y discretos acelerandos, con menos viveza y “presto” que los “prestissimos” que eran marca de la casa de Rafael Kubelik) que dan una variedad a ese popular y bello poema sinfónico. El paso del río por los rápidos permite comprobar la precisión y belleza de los metales, con un sonido muy centroeuropeo (más de pulido cobre que de deslumbrante brillo argénteo, propio de las orquestas anglosajonas), así como del equilibrio de los planos sonoros que logró con gran pericia el director, permitiéndose que se oyeran netamente todas las secciones de la orquesta.
Si nos hemos explayado en El Moldava es por ser sin duda la pieza más conocida de todo el ciclo y por mi impresión de que fue una de las mejores interpretaciones de ese poema sinfónico que yo haya tenido ocasión de oír.
El analizar una por una las cuatro restantes partes de este gran ciclo los aciertos y logros que director y orquesta lograron con gran maestría, requeriría un explayarse en el discurso que haría demasiado larga esta crítica. Por tanto dejemos los detalles y dejemos constancia de las virtudes que tuvimos ocasión de disfrutar en esa interpretación. Como fueron el sonido de las cuerdas (los primeros violines sonaron como uno sólo, a la vez que con denso, compacto y como un continuo foco sonoro), que en muchos momentos me recordaron a eso que se llama “cuerdas checas”, por la sensibilidad y color característicos de los músicos de ese país. Otro tanto se puede decir de violonchelos y contrabajos, estos últimos sustentando con firmeza y rotundidad en muchos pasajes, el peso del discurso musical.
En resumen, todas y cada una de las secciones contribuyeron casi en la misma medida a que el maestro lograra una interpretación que me atrevo a llamar modélica de esta gran obra de Smetana.
Tocante a Semyon Bychkov, más que elegante y gran comunicador, se le puede definir como detallista, eficaz, sumamente atento a sus instrumentistas y con una muy personal técnica de batuta, que utiliza hasta para sacar matices que parecen más labor del brazo izquierdo. Lo interesante de este brazo no es el movimiento de todo él, sino el de la mano y más aún, el de los dedos que transmiten con eficacia las indicaciones que desea hacer el director (y sirven en ocasiones, hasta para dar entradas a los instrumentistas). Controla y regula muy bien las dinámicas y consigue un gran equilibrio de planos sonoros, lo que permite que nunca unas secciones prevalezcan más de lo necesario y tapen o hagan irrelevantes a las restantes. En general utiliza también los continuos movimientos de su cuerpo ocasionados por una flexión de rodillas y un ligero cimbrear de su cintura que nunca resulta exagerado, aunque no se pueda calificar de bello para moldear el material sonoro con gusto y espléndido savoir- faire.
En resumen, una matinée con música de muchos quilates en una extraordinaria interpretación.
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