España - Galicia
La dimensión de la excelencia
Paco Yáñez
Tal y como nuestra directora, Maruxa Baliñas, ha comentado a lo largo de estas últimas semanas, son muchas las pequeñas y medianas localidades españolas que hoy en día nos proporcionan inesperadas sorpresas musicales, con programas, en tantas ocasiones, propios de urbes con mayor base social y potencial económico. En una de sus reseñas, se refería Baliñas al caso específico de Lugo; por población, sexagésimo quinta ciudad de España en 2018, y que, sin embargo, cada primavera cuenta con, al menos, dos citas musicales a destacar: el Ciclo de Música Contemporánea de Lugo "MIHLSons-XXI", que en 2019 alcanzó su séptima edición con una de las mejores programaciones de música actual de Galicia; y la ya veterana Semana de Música del Corpus, decano de los festivales gallegos de música culta, que este año alcanza su cuadragésimo séptima edición, ahora unida al Festival de Música Ciudad de Lugo, cita en la que destacaba Maruxa Baliñas la calidad del recital de la pianista venezolana Gabriela Montero, celebrado en el Círculo de las Artes el pasado 7 de junio.
Pues bien, dejada atrás la primavera, parece que la mágica noche de San Juan hubiese propiciado en Lugo una nueva conjunción de los astros en este solsticio de verano, ya que el lunes 24 de junio se unieron en el Conservatorio Profesional de Música Xoán Montes el que hoy en día es mejor ensemble de música contemporánea de España, Vertixe Sonora, con el que diría director español más en forma y con mayor proyección internacional en los repertorios más propios de Vertixe: el ovetense Nacho de Paz; un encuentro pendiente desde hacía demasiado tiempo y que, por fin, se ha dado en el marco del proyecto de grabación de un monográfico del compositor mexicano Víctor Ibarra (Guadalajara, 1978) para el sello NEOS: disco que se registra en estudio a finales del mes de junio en Oporto, y que ha generado una serie de actividades y conciertos paralelos, tanto en Portugal como en España, englobados, por lo que a la parte gallega se refiere, en el ciclo Latexos. Lugo Camiño primitivo 2019, una propuesta que el pasado viernes 21 de junio incluyó una conferencia del propio Ibarra en la Casa do Saber de la Universidad de Santiago de Compostela en Lugo, así como la presencia del compositor mexicano para supervisar los tres intensos días de ensayos que Vertixe Sonora y Nacho de Paz han efectuado en Lugo como paso previo al concierto que hoy reseñamos, y a cuyos espectaculares resultados ha contribuido sobremanera dicho trabajo.
Así pues, pasados tres días de dicha conferencia, el lunes 24 de junio la música de Víctor Ibarra propició uno de los mejores conciertos del año en Galicia, de una calidad, por partituras e interpretaciones, a la altura de los estándares centroeuropeos referenciales: esos a los que hemos de mirar para adquirir, precisamente, cierto nivel en cuanto a interpretación y programación. La relación de Víctor Ibarra con Vertixe (una de las que, sin duda, ha contribuido a avanzar en esa línea de excelencia) se remonta a casi una década, pues parte de noviembre de 2011, cuando el ensemble gallego estrenó en el (hoy suspendido) ciclo Música y arte. Correspondencias sonoras una de las piezas que este lunes rescataban para su concierto en Lugo: Estudio sobre el gris y el verde (2011), obra compuesta en el año en que Ibarra ganó el II Concurso Internacional de Composición Auditorio Nacional - Fundación BBVA por su obra Silensis (2010), alcanzando así su música una mayor difusión en España. Ya entonces, la creación de Víctor Ibarra había concitado nuestra atención por su gran calidad y fuerza; de ahí que, además de las reseñas de los conciertos y discos que con música de Ibarra se publicaron en 2011, mantuviésemos una entrevista en la que nos adentramos en el pensamiento de quien es, sin duda, uno de los mejores compositores mexicanos del siglo XXI, un autor con una muy sólida base formativa, desarrollada en sus últimas etapas en Francia, además de poseedor de una clarividente visión del hecho musical y de la labor silenciosa del compositor en busca de tales niveles de excelencia, como demuestran las palabras del propio Ibarra en su entrevista para Mundoclasico.com del año 2011: «En el caso concreto de mi trabajo creativo, intento procurar en todo momento esa búsqueda personal, individual, solitaria y silenciosa, a pesar de lo que pueda suceder a mi alrededor».
Pero antes de adentrarnos en el (hoy más que nunca en Galicia) potentísimo universo de Víctor Ibarra, pudimos disfrutar de una propuesta que, precisamente, nos abría los oídos a cuanto sucede a nuestro alrededor, pues a modo de preludio escuchamos la pieza electroacústica Latexos (2019), obra del compositor lugués afincado en Santiago de Compostela Xoán Xil (Sarria, 1972). Latexos parte de dos registros sonoros realizados en el Camino de Santiago por alumnado del CMUS Xoán Montes y del IES Nosa Señora dos Ollos Verdes, así como por miembros de la Asociación de Amigos del Camino de Santiago de la Provincia de Lugo. Con sus registros de pisadas y sonidos de la naturaleza, Xoán Xil ha creado una bella pieza en la que introduce sonoridades electrónicas para crear un espacio acústico marcado, como el propio Camino de Santiago, por el movimiento, la espiritualidad y el encuentro con la naturaleza: un momento contemplativo que ha supuesto un fuerte contraste con las partituras de Víctor Ibarra; especialmente, con las dos que han cerrado el concierto, de una virulencia realmente antitética con respecto a la serena escucha que Xil y sus colaboradores han tendido a una realidad, la del Camino, tan someramente fotografiada, pero tan poco sonorizada.
La búsqueda a la que Víctor Ibarra se refería en su entrevista no recoge materiales tan explícitos de la propia realidad como en el caso de Xoán Xil, pero sí es cierto que no se puede comprender sin su continuo diálogo con los mismos a través de su transubstanciación por medio del arte, así como con los elementos más primordiales de la materia. Tal es el caso de Química del agua (2015), quinteto para flauta/flauta alto, clarinete/clarinete bajo, piano, violín y violonchelo en el que Ibarra dialoga con Île de bêton (2011), fotografía del artista francés residente en Nueva York Guillaume Lemarchal. Química del agua fue compuesta en Madrid, durante la residencia de Víctor Ibarra en la Casa de Velázquez, procediendo a una inmersión del compositor mexicano en la creación de los artistas becados en dicha institución francesa en la capital de España, de entre los cuales fueron la estética y el universo conceptual de Lemarchal los que captaron especialmente su atención a la hora de estructurar este quinteto. La presencia del agua, que en Île de bêton se muestra en estado líquido, se transforma en vapor en la partitura de Ibarra, rodeándolo todo de una bruma que cohesiona al quinteto tras una cortina que vaporiza las formas y las convierte en difusas, creando personajes que atraviesan la música a partir de la narratividad que el propio Guillaume Lemarchal plantea en sus fotografías. Es por ello que Química del agua se convierte en lo que el propio Ibarra define como un «paisaje imaginario», con una fuerte carga gestual embebida por los planteamientos estéticos y dramatúrgicos del fotógrafo francés. De este modo, la suspensión de las partículas del vapor y lo brumoso del conjunto instrumental generan una obra serena, siendo Química del agua la más calma de las cuatro partituras de Víctor Ibarra hoy escuchadas; incluso, más que una obra cuatro años anterior, como Estudio sobre el gris y el verde, con respecto a la cual Química del agua muestra un mayor refinamiento y personalidad. En todo caso, como en Estudio sobre el gris y el verde, en Química del agua se sigue produciendo una influencia del espectralismo francés en la música de Ibarra, casi a modo (como lo define el compositor) de «flashes», como una cuestión puramente natural (igualmente, dentro de su rizoma orgánico como compositor) que después se convierte en una densa estructura someramente pensada a partir de ese paisajismo más realista y explícito, como lo puede ser el de Guillaume Lemarchal en Île de bêton, aun con lo simbólico y críptico de su imagen fotográfica.
Partiendo de estos elementos artísticos y musicales, Víctor Ibarra crea en Química del agua un verdadero metainstrumento que, como señalamos en el anterior párrafo, logra un gran equilibrio entre las voces y una importante cohesión tímbrica, lo que afianza notablemente esa transversalidad y sensación de serenidad. De este modo, prácticamente desaparecen los solos en la partitura, primando lo que sería ese paisaje en bruma sintéticamente tan unitario, comprendiendo la crepitación que, cual gotas o figuras diluidas en del paisaje, aporta cada músico. La lectura de Vertixe Sonora incidió plenamente en dicho paisajismo textural, con un refinamiento extraordinario que mostró no sólo el concienzudo trabajo de ensayos sobre las partituras, sino la impronta que Nacho de Paz ha dado a cada obra, incidiendo (sin duda con el propio Ibarra) en una definición rítmica, tímbrica, dinámica y estructural cuyos resultados han sido cautivadores. Dentro de la voluntad de dotar de la mayor definición a Química del agua, Nacho de Paz y Vertixe Sonora han optado por desdoblar la parte de clarinetes, de forma que Carlos Gálvez Taroncher se hizo cargo del clarinete bajo, con los resultados que se pueden imaginar, pues es Gálvez uno de los mejores clarinetistas ya no sólo españoles, sino europeos, en el repertorio contemporáneo: una feliz incorporación a Vertixe que esperamos tenga continuidad en el futuro, pues lo realizado por Carlos Gálvez en este concierto fue realmente extraordinario, aun dentro de la 'contención' que este (hoy) sexteto (con un desdoblamiento de los clarinetes que ya han realizado más ensembles en Química del agua) imponía. Comienzo de concierto, por tanto, impactante por su calidad interpretativa, con un equilibrio (meta)instrumental y una belleza poética en el sonido del ensemble pocas veces escuchada de este modo a Vertixe, y en la que el trabajo atento y meticuloso de Nacho de Paz ha tenido, sin duda, mucho que ver.
Esto es algo que en Estudio sobre el gris y el verde resultó, si cabe, más evidente, pues la comparación de la interpretación efectuada hoy en Lugo con la realizada por Vertixe el 29 de noviembre de 2011 es directa, ya a través del recuerdo, ya por medio del vídeo que el ensemble gallego tiene colgado en su canal de Youtube con el sexteto de Víctor Ibarra por ellos mismos estrenado. Como en su momento señalamos, Estudio sobre el gris y el verde es parte del proteico diálogo de Víctor Ibarra con las artes plásticas; diálogos que comprenden a creadores como Alechinsky, Chagall, Pollock, Richter, Ródchenko, Rothko, o a la hermana del compositor, Azucena Ibarra, entre otros. En el caso de Estudio sobre el gris y el verde, la partitura está basada tanto en el mundo conceptual del fotógrafo canadiense Jeff Wall como en la obra Grey and Green Painting (1957), de Antoni Tàpies, con los vínculos entre música y arte que ya desgranamos pormenorizadamente en nuestra reseña de su estreno en 2011, destacando la densidad del trabajo de Ibarra y su forma de reflejar los puntos de fuga característicos de Wall, además del cromatismo y de las texturas del propio Tàpies.
Aplaudimos ahora, así pues, lo puramente interpretativo, ya que si al reseñar el estreno de este sexteto hablaba de una versión «notabilísima», casi ocho años más tarde tendría que calificar lo escuchado en Lugo de una lectura sobresaliente, de mucho mayor empaque y definición. El propio Nacho de Paz era conocedor de la interpretación efectuada por Vertixe en noviembre de 2011, definida por el director ovetense como «heroica», al haber sido estrenado el sexteto sin director, algo que, según Nacho de Paz, se percibía en el hecho de que los músicos estaban especialmente atentos a la medida, dentro de una obra rítmicamente tan compleja como lo suele ser el mejor Ibarra. En esta nueva ocasión, y con un director tan atento a la precisión rítmica como Nacho de Paz, Vertixe se ha liberado de las cuestiones relacionadas con la medida y ha hecho música, en estado puro, firmando una versión muy superior a la del año 2011, mucho más contundente y equilibrada, soberbia en el manejo de planos y perspectivas: dimensiones cruciales en este diálogo entre música, fotografía y pintura. Como en Química del agua, la parte de piano corrió a cargo de David Durán; mientras que en las dos restantes partituras fue Haruna Takebe quien atacó teclado y cordal: un auténtico lujo, el de Vertixe Sonora, al contar con dos pianistas de tan altísimo nivel, dando cuenta de algunas de las técnicas extendidas que en el interior de dicho instrumento Víctor Ibarra disemina para dar cabida a lo rugoso y armónicamente indefinido, algo que ha ido progresivamente enriqueciendo su lenguaje a lo largo de la última década.
Pero si de lenguaje enriquecido hablamos, obligatorio es, entonces, hacerlo hoy de La dimensión frágil (2015), la partitura que ha causado un mayor impacto en Lugo, y una de las piezas más logradas de Víctor Ibarra, con unos resultados a la altura de lo mejor en la música actual. El propio Ibarra habla de La dimensión frágil como una de sus piezas más personales, junto con su cuarteto de saxofones Grande Équerre: ensayo sobre la negación (2014), ambas compuestas en Madrid, durante la residencia de Ibarra en la Casa da Velázquez. Es por ello que, como en Química del agua, Ibarra vuelve a dialogar en La dimensión frágil con la obra del fotógrafo Guillaume Lemarchal; de ahí, que en esta partitura aparezcan citas textuales del quinteto que abría el concierto, recontextualizadas y conducidas hacia otra dirección, ampliando sus dimensiones, pues hablamos ahora de una partitura (esta noche) para flauta/flauta alto/piccolo, oboe, clarinete (en si bemol y bajo), saxofón (soprano y barítono), fagot, dos violines, viola, violonchelo, contrabajo, piano y dos percusionistas. De algún modo, Víctor Ibarra reconoce que precisaba contar aquello que no terminó de decir en Química del agua, conformándose La dimensión frágil prácticamente como un negativo fotográfico del quinteto, o como un acto de atravesar el espejo de dicha agua para ver qué había del otro lado. Ello produce una obra con una personalidad totalmente distinta, pues frente a la serenidad y homogeneidad de Química del agua, en La dimensión frágil predomina una fuerza expresiva furibunda, sin por ello dejar de mostrar un cuidado providencial en cuanto a ritmo, estructura y timbres, ofreciéndonos un punto de encuentro entre la tradición culta europea, las técnicas extendidas contemporáneas y un cierto atavismo primordial hispanoamericano que depara una síntesis arrebatadora.
Es por ello que si en el quinteto observábamos, por medio de un ensemble concebido como metainstrumento, lo que ocurría en la superficie del agua (más extática y compacta), en La dimensión frágil nos sumergimos por debajo de dicha superficie, quedando expuestos a las corrientes del agua y a su violencia, con los grandes crescendi que articulan la partitura y la conducen a los sucesivos clímax en los que las percusiones tienen un papel fundamental para complejizar las resonancias del ensemble, ensanchándolas y confiriéndoles un poderío atronador: siendo en dichos pasajes en los que la impronta mexicana es más poderosa y desatada en Ibarra (de hecho, tras el concierto escuchaba conversar a Ibarra con el percusionista Diego Ventoso, y éste le preguntaba al compositor si la versión había estado «cabrona», empleando un término tan propio del habla mexicana que define con precisión el temperamento de la percusión en La dimensión frágil; un título que, por lo realizado por el propio Ventoso y por Antonio Ocampo en los sets de percusión, fue cualquier cosa menos «frágil»). Sin embargo, y a pesar de dicha virulencia, la partitura vuelve a resultar completamente transparente a nivel estructural, con secciones reconocibles que se encadenan entre sí, conduciendo dichas energías de forma tan lógica como irrefrenable. Ello es parte, asimismo, del deseo de Víctor Ibarra de explotar los parámetros relacionados con ritmos, timbres y dinámicas; de forma que lo más puramente estructural (como dice Ibarra que sucede en Tàpies) se clarifica para que la saturación reviente expresivamente la partitura por esos otros parámetros, algo que crea una muy equilibrada y elegante fusión de tradición (convenientemente actualizada) y modernidad.
Encargada por el Instituto Nacional de Bellas Artes de México y estrenada por CEPROMUSIC ensemble en el festival de Huddersfield del año 2015, La dimensión frágil constituyó el punto álgido de las interpretaciones de Vertixe Sonora esta noche; de nuevo, con una dirección impactante a cargo de un Nacho de Paz que nos ofreció aquí una gestualidad mezcla totalmente aquilatada de precisión en ritmos, entradas y regulación dinámica, sumada a una expresividad que es perfecta muestra de su vivencia de lo musical, haciendo de su propio cuerpo un gesto sonoro y anticipando cuanto tomaría forma acústica en los instrumentos del ensemble: un auténtico recital de dirección, de esos a los que tan poco acostumbrados estamos en Galicia y que tanta falta hacen, incluso a nuestros mejores conjuntos, como es el caso de Vertixe, pues la intención y el sentido musical que de Paz confiere con su dirección es tan obvio como comparar las ya antes citadas lecturas de Estudio sobre el gris y el verde efectuadas en 2011 y, ahora, en 2019. En La dimensión frágil, Vertixe manejó de forma muy equilibrada lo arquitectónico, de forma que, dentro de su enorme poderío, ha primado una transparencia que impidió los desajustes en una partitura cuyo mal manejo podría dar lugar a un sonido caótico o tumultuoso, por la explotación tan extrema de parámetros y voces que aquí Ibarra lleva a cabo, siendo la lectura en Lugo de una perfección apabullante que dejó al público (al menos, con cuantos hablé tras el concierto) impactado. Destacar, asimismo, que, como en Química del agua, en este concierto Víctor Ibarra, Nacho de Paz y Vertixe Sonora han tomado decisiones interpretativas que difieren de la partitura original, sustituyendo aquí la parte de clarinete bajo por saxofón barítono: versión hoy estrenada en Lugo que aporta unas sonoridades impresionantes que nos remiten a otra obra del compositor mexicano precisamente estrenada por Vertixe (el 30 de noviembre de 2014 en Vigo): el fulgurante concierto para saxofón y ocho instrumentos Homenaje a Francisco Toledo (2014), obra que, afortunadamente, se incluirá en el compacto de Víctor Ibarra en NEOS. Así pues, uno de los momentos más poderosos, lúcidos y excelentes de cuantos hemos vivido en los últimos años en Galicia, tanto por calidad de la propia música como por su interpretación.
Es por ello que no lo tenía fácil la partitura que cerraba el concierto, Paris wind behind me... (2016), para mantener el nivel tras la audición de La dimensión frágil. Escrita para flauta, oboe, clarinete, clarinete bajo, fagot, dos violines, viola, violonchelo, contrabajo, piano y dos percusionistas como encargo del Instituto Nacional de Bellas Artes de México para CEPROMUSIC ensemble y el Scottish Dance Theatre, Paris wind behind me... toma su título de unas palabras redactadas en una postal por la cantante y poeta norteamericana Patti Smith, siendo una partitura que se concibió para su interpretación con danza, si bien Ibarra la ha integrado en su disco para NEOS por el contraste que marca, precisamente, con piezas como La dimensión frágil. Estructurada en tres secciones intercambiables (incluso tocables autónomamente) como módulos para acompañar la danza (lo que depara una personalidad bien definida de cada sección), Paris wind behind me... es una obra más esquemática y menos compleja a nivel tímbrico y rítmico (siempre dentro de los altos estándares que, al respecto, impone la música de Ibarra), depurándose aquí la dificultad para que los bailarines encuentren unos patrones más reconocibles que los más rugosos de La dimensión frágil, una partitura en la que lo extremo de su escritura armónica, microtonal y extendida hacía difícil reconocer los instrumentos que emitían cada sonido, lo que embellecía enormemente los resultados finales, ya desde las maderas sopladas a través de los agujeros de sus tubos, ya desde las acciones en el cordal del piano, o de los violentos pizzicati y arpegios en las cuerdas, así como de los ataques en la percusión. Esa depuración a la que nos referimos, hace que Paris wind behind me... se convierta en una obra más poética; incluso, con ciertos visos de lirismo claramente audibles en las melodías de instrumentos como el clarinete o la viola, que se elevan de forma más reconocible y solista que el marasmo tímbrico en el que La dimensión frágil se entremezclaba. Según el propio Ibarra, Paris wind behind me... es una obra marcada, asimismo, por su narratividad, casi a modo de banda sonora y paisaje acústico para esos personajes que se desplazan por el escenario, movidos por la danza.
«Fanático de la estructura contemporánea y de la estructura clásica», como Víctor Ibarra se define, es el mexicano un compositor que dice que podría pasar días enteros analizando sonatas de Mozart o de Beethoven, algo que en Paris wind behind me... se percibe de un modo especial, ya por sus estructuras circulares, ya por los temas que recorren el ensemble y que en una primera escucha podemos reconocer fácilmente, con su paso del piano al contrabajo, o entre piano, violín y flauta alto, por tomar dos ejemplos de las fugas que dentro de Vertixe se han producido esta noche en Lugo, afianzando las resonancias internas que hacen reflejar y brillar dichos materiales con distintos colores tímbricos: elementos a los que se añaden, de una forma más descriptiva, las campanillas japonesas que evocan el soplido del viento recogido en el título de la partitura (algo que, poco después de finalizar la escritura de esta pieza, lo hizo en cierto modo profético, pues tomó cuerpo cuando Víctor Ibarra cerraba su etapa francesa, volviéndose a México, donde actualmente reside). Lectura, así pues, de una perfección apabullante que nos hace esperar nuevos encuentros entre Nacho de Paz y Vertixe, con música de Víctor Ibarra de por medio, o de otros compositores de semejante excelencia, así como nos deja expectantes de cara a la publicación del disco que conjuntamente acaban de grabar para el sello NEOS, y que en 2020 nos ofrecerá unos estándares de calidad, por música, interpretación y grabación (hasta donde he podido conocer) a la altura de lo mejor; dentro de un proyecto, todo hay que señalarlo, que se ha hecho realidad gracias a la financiación del FONCA mexicano (mientras que en Galicia ninguno de nuestros compositores actuales de referencia tiene siquiera un disco o un DVD monográfico en el mercado). Así que, parafraseando el título de la película de Serguéi Eisenstein, ¡Qué viva México!
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