España - Galicia
Anuarios del éxtasis
Paco Yáñez

Tras haber sorteado en 2020 a esa voraz aniquiladora de conciertos que ha sido y es la pandemia de la COVID-19, convirtiéndose, durante el pasado verano, en uno de nuestros primeros reencuentros con la música en directo, el Festival de Música Contemporánea Hugo Gómez-Chao, una de las programaciones de artes plásticas y música actual más ambiciosas e integradas de cuantas en Galicia hayamos disfrutado en los últimos años, pues si por algo vuelve a destacar RESIS es, además de por su muy aquilatada programación, por lo orgánico y muy cuidado de sus presentaciones, en las que nos invita a participar en los diálogos interdisciplinarios que conciertos e instalaciones como los de , , a, o el despliegan en la ciudad herculina desde el 22 de abril hasta el 6 de junio, a lo largo de quince eventos artístico-musicales que incluyen diecisiete estrenos absolutos y otros diecisiete estrenos en Galicia.
Buena parte de ese cartel este año tan ampliado en conciertos y estrenos con respecto a las tres primeras ediciones de RESIS viene dado por la colaboración que el festival herculino ha establecido con la Orquesta Sinfónica de Galicia, que en 2021 participa en RESIS con siete conciertos englobados en su Proyecto 2020(21): un conjunto de veinte encargos que la
Tras la brillante presentación de RESIS, que tuvo lugar el pasado 22 de abril, con la videoinstalación Formas da aparencia, de la creadora audiovisual Verónica Vicente, y el recital de la soprano
Gran expectación, por tanto, ante este primer concierto, que tuvo lugar en una iglesia de las Capuchinas en la que ya habíamos disfrutado, en el marco de la segunda edición de RESIS, de un extraordinario evento de música japonesa y danza de la mano de César Viana y Luz Arcas. Si entonces la disposición del público envolvía a los artistas, que se desplazaban a lo largo de un corredor central, en esta ocasión los bancos de la iglesia herculina se dispusieron del modo tradicional, dirigidos los oyentes hacia un crucero bajo cuya cúpula se emplazaba el Grupo Instrumental Siglo XX, decana de las agrupaciones gallegas de música contemporánea, pues el conjunto fundado en 1996 por el violinista y director albanés Florian Vlashi cumple en 2021 su primer cuarto de siglo de fructífera existencia.
De entre los conciertos del Proyecto 2020(21) integrados en RESIS, el más atractivo, por los compositores que en él estrenaban sus partituras, me parecía el que el sábado 24 de abril reunía al GISXX y a la soprano catalana Adriana Aranda en la iglesia de las Capuchinas: un concierto que contó con la presentación de la actriz
Precisamente, en gallego figura el título de la primera de las dos partituras estrenadas esta noche en RESIS, Anuario do vento e as follas (2020-21), obra para ensemble del compositor pontevedrés Jacobo Gaspar Grandal (Mos, 1975), uno de los creadores más interesantes de la nueva música gallega, así como uno de los que mejor comprenden el momento actual de la música artística de creación, con su unión del universo armónico y el extendido asociado a las técnicas ruidistas.
Es ésta una integración que ya caracterizaba a la escritura de Gaspar en algunas de las partituras más impactantes de cuantas les hemos dado cuenta en Mundoclasico.com a lo largo de los últimos años, con los estrenos (absolutos o en España) de piezas como Partita / Libro de escoitas I (2020) o Nōkyōchō / Libro de escoitas II (2020), dúo de pianos cuya primera audición tuvo lugar en Lugo el pasado 28 de febrero. Frente a esas obras —especialmente, en lo referido al segundo Libro de escoitas—, este soberbio Anuario del viento y las hojas es una propuesta que nos recuerda más al Gaspar de piezas como Ámbar (2010) o Sombras de inverno (2012), por cuanto se asienta más en lo armónico y reaparecen ecos de un compositor que creo marca mucho a en este tipo de estéticas y partituras: Salvatore .
Con Salvatore Sciarrino comparte este Anuario do vento e as follas, además, una mirada sensible y atenta a la naturaleza, algo que en el compositor siciliano resulta tan evidente en piezas como Perseo e Andromeda (1990), Studi per l'intonazione del mare (2000), o Giorno velato presso il Lago Nero (2012); obras, todas ellas, en las que el elemento acuático marca el desarrollo dramatúrgico y musical de las partituras. En el caso de Gaspar, su mirada se dirige a la relación del viento con las hojas: al movimiento y a sus ciclos estacionales en diversos grados a lo largo del año. No es que estemos, por seguir rastreando históricamente el ámbito musical transalpino, ante unas cuatro estaciones galaicas, pero no cabe duda de que lo paisajístico también se asoma a la partitura de Gaspar, con sus rumores del viento y con la bella escala cromática que va tejiendo en su ensemble para remedar los colores de las hojas en el bosque: desde los más agudos y brillantes a los más pardos y graves, en los que se despliegan algunas de las sonoridades más atractivas de la obra; sonoridades cercanas, de algún modo, a los tonos instrumentales más obscuros de Sombras de inverno, una partitura en la que lo más intempestivo del invierno gallego se convertía en los elementos acústicos de carácter más rugoso y extendido en un cuarteto para saxofón, contrabajo, piano y percusión en el que Gaspar procedía a una «erosión temporal, como si fuese una especie de eco desfigurado».
Aunque estemos ante una pieza de tipo paisajístico, algo de esa desnaturalización del sonido instrumental se da en Anuario do vento e as follas; precisamente, para acceder a los elementos más rugosos del paisaje y a otro aspecto que es crucial no sólo en esta obra, sino en el pensamiento artístico de Jacobo Gaspar desde hace años: las relaciones que entre energía y forma musical se producen en la propia naturaleza, siendo así que los distintos modos de atomizar, seccionar o exponer en conjunto al ensemble nos revelan esas fuentes de energía, sus procesos y tensiones en el medioambiente. De este modo, el estudio de los procesos de energía en Anuario do vento e as follas conforma uno de los aspectos más interesantes de la obra, siendo enfocado por Gaspar —como sucede en compositores como Iannis Xenakis o Jorge E. López— tanto en lo que a construcción y génesis como a destrucción y reintegración de los ciclos estacionales se refiere, algo que confiere a esta pieza para quinteto de cuerda, flauta, clarinete y percusión una motilidad inasible e incansable, con un trabajo de las estructuras espaciales y temporales de primer orden: algo que nos recuerda que, además de su enorme dominio tímbrico, Jacobo Gaspar es un compositor con una claridad de ideas encomiable en lo que concierne a la lectura de la tradición, tan bien alquitarada en sus pentagramas (una asimilación en la que, asimismo, tienen un enorme peso, como en el sutil refinamiento del sonido en esta pieza, los estudios de Jacobo Gaspar con José Manuel López López).
Pese a que nos sigan pareciendo novedosas hoy en día (cosas de nuestro esclerótico panorama musical), muchas de las técnicas instrumentales extendidas implementadas por Gaspar en Anuario do vento e as follas tienen un largo y proteico recorrido, ya sea la percusión de las cuerdas con el tornillo del arco y la modulación de su reverberación a través del glissando, algo que nos remite, sin ir más lejos, a la Toccatina (1986) de Helmut Lachenmann, ya las sonoridades tan atractivas y mistéricas que al violín de
El modo tan compacto en que Jacobo Gaspar ha concebido su partitura hace que esas tensiones energético-musicales fluyan constantemente a través del ensemble —con una extraordinaria musicalidad—, estando totalmente hilvanado el conjunto de vientos, cuerda y percusión, a pesar de sus tan diversas naturalezas tímbricas. A ese disfrute de Anuario do vento e as follas ha contribuido muy decisivamente un GISXX que no tiene entre sus partituras más habituales piezas de estéticas como la de Jacobo Gaspar y que, sin embargo, ha resuelto las no pocas complejidades técnicas y estilísticas de la obra con mucha brillantez, teniendo que desdoblar la dirección más puramente métrica de la partitura entre el propio Florian Vlashi, en el primer violín, y el contrabajista
Tras una inmersión tan potente en la música de hoy como la vivida en el estreno de Anuario do vento e as follas, la presencia del Cuarteto de cuerda en mi bemol mayor D 87 (1813) de Franz Schubert (Viena, 1797-1828) diría que ha estado de más, y no porque a uno no le gusten (pues es algo que he defendido en muchas ocasiones en las páginas de este diario) los contrastes entre partituras del presente y del pasado en un mismo programa, sino porque no me parece que el opus 125, nº 1 schubertiano sea la pieza más adecuada para este concierto, a pesar de que el propio Hugo Gómez-Chao (A Coruña, 1995) nos habló en su día, dentro de su entrevista para Mundoclasico.com, de Schubert como uno de esos compositores a los que siempre regresa, «como una necesidad, para calmarme, para volver a creer en la vida»...
...corta vida, la de Franz Schubert, pero precoz y prolífica; al menos, en lo musical. De ello es buena muestra el cuarteto esta noche escuchado en A Coruña: pieza juvenil que ya destila el enorme talento del compositor, cuando apenas contaba 16 años. En la lectura del GISXX, sin embargo, lo que ha primado ha sido una gran seriedad y un implacable rigor formal. Sobrevuela su lectura el eco de los cuartetos intermedios de Beethoven, con sus ecos clásicos y un cantabile siempre inherente a Schubert que en la versión escuchada en la iglesia de las Capuchinas han afianzado, fundamentalmente, Florian Vlashi, en el primer violín, y
Versión, por tanto, disfrutable, pero que ha acaparado en este concierto casi tantos minutos con música decimonónica como las dos partituras de estreno, algo que me parece descompensado y cuestionable en el marco de un festival de música contemporánea y actual como éste (desconozco si el programa, integrado en el Proyecto 2020(21), fue diseñado antes de pasar a formar parte de RESIS o si lo hizo a posteriori, pues en los conciertos del Proyecto 2020(21) abundan piezas del repertorio tradicional un tanto fuera de lugar en un festival como RESIS, en el que el diálogo con el pasado hubiese sido más interesante con las partituras del siglo XX en cuyos rizomas se enraízan muchos de estos estrenos (como llevará a cabo el Zoar Ensemble en su concierto del 23 de mayo, en el que escucharemos —en estreno en Galicia, afirma RESIS— el Quinteto de viento opus 26 (1923-24) de Arnold Schönberg: una de las muchas obras maestras del siglo XX inéditas o desaparecidas en los auditorios de nuestra comunidad autónoma). Puestos a programar un cuarteto de cuerda en este primer concierto de RESIS, sin duda lo más idóneo hubiese sido apostar por uno de los cuartetos del propio Schönberg, como por los de Alban Berg, Anton Webern, Witold Lutosławski, Luciano Berio, Salvatore Sciarrino (compositor idóneo para dialogar con la pieza de Jacobo Gaspar), Georg Friedrich Haas, Beat Furrer (estos últimos lo harían a la perfección con la de Hugo Gómez-Chao), o tantos otros. Y es que aquí no se trata de acariciar los oídos del respetable ni de edulcorar las cosas, pues la mejor prueba de que el público de RESIS asiste a los conciertos buscando la buena música de hoy es que las mayores ovaciones de la noche fueron para las dos piezas de estreno).
Citaba en el anterior párrafo a
Schubertiano de pro, Hugo Gómez-Chao conoce en profundidad (también, vía Mahler, Schönberg, Nono, o el propio Furrer) la importancia del texto como elemento dramatúrgico y prosódico: verdadera alfaguara musical que en recitativo y aria nace, como la propia partitura, desde la gravedad de la noche (en la iglesia de las Capuchinas, desplegada desde las resonancias graves en la percusión de ). Es ésta una de las muchas correspondencias entre texto y música que Gómez-Chao establece a partir de un fragmento de Mythologies d'hiver (1997), libro del francés
Es Michon un escritor que ha marcado fuertemente a Hugo Gómez-Chao desde hace años, ya en la concepción de lo literario que tiene el compositor coruñés, ya en su propia escritura, como comprobamos en La última bala de cañón de Waterloo (2020). La sombría luminosidad que suele caracterizar a Pierre Michon, su acerada precisión y lírica crudeza en el lenguaje, sin miramientos ni contemplaciones, marca el progresivo nacimiento de la luz en el comienzo de recitativo y aria, con su exploración de un espacio oscuro en las resonancias de los instrumentos de registro grave (dentro de un ensemble instrumental que comprende quinteto de cuerda, flauta, clarinete, clarinete bajo y percusión). En ese denso tejido armado de forma microtonal, la presencia de la soprano Adriana Aranda emerge cual si de un haz de luz se tratase: voz que pugna por encontrar un espacio propio, inicialmente conquistado por medio del canto en un sentido más tradicional (mostrando aquí Gómez-Chao —a pesar de que el texto se recite en francés— sus deudas con la música romántica germánica). La transformación constante del espectro armónico hace que voz y ensemble instrumental se vayan encontrando por medio de un empaste microtonal que se haya entre los logros más destacados, a nivel técnico, de esta partitura. Ese implacable desarrollo armónico de soprano e instrumentos alcanza su más intrincada fusión en el aria, pasaje que nos recordará a otra pieza del propio Hugo Gómez-Chao: su trío para soprano, violín y violonchelo el pasado mes de julio, con su ensayo sobre Beethoven chanson de la plus haute tour (2018, rev. 2019), página estrenada el 7 de diciembre de 2019 en A Coruña por el GISXX.
Como la citada chanson, es recitativo y aria una pieza de una direccionalidad fulgurante, conducidas todas sus tensiones armónicas y expresivas hacia un clímax, en el marco del aria, de una potencia emocional desbordante, al convertirse la voz en una auténtica textura instrumental, con sus líneas de luz apoyadas, propulsadas e imbricadas en/con/desde el ensemble. Está claro que, como heredero del Romanticismo alemán que Hugo Gómez-Chao es, no rechaza el compositor herculino ni lo lírico ni lo emocional en su música, si bien lo aborda desde una armonía renovada en la que la influencia de los citados maestros contemporáneos (Grisey, Furrer, Haas) se une, en los momentos más (in)tensos de recitativo y aria, a los sobreagudos que Gómez-Chao recibe de Luigi Nono, así como a su concepto tanto del canto sospeso como del suono mobile, pues la voz de Adriana Aranda, convertida ya en pura textura, parece, al mismo tiempo, suspenderse en un éxtasis inmóvil como circular frente a nuestros oídos, desmaterializada y huidiza, en los armónicos de los instrumentos con los que su canto más directamente reverbera y se empasta, haciendo del ensemble bellas auras reverberantes. Alcanzado el clímax de recitativo y aria, con la apabullante tensión expresiva y musical a la que nos somete, es evidente que su resolución no podía venir dada más que a través de la conquista del silencio, de la reintegración de sus desarrollos armónicos a los ecos reformulados de su inicio en/desde la oscuridad, completando, así, un viaje desde las tinieblas hasta las tinieblas, a través de un deslumbrante y efímero soplo de luz: ese brillante pestañeo que remeda a nuestras propias vidas.
Dentro de ese prístino fulgor que esta noche nos ha ofrecido recitativo y aria, resulta evidente que una luz ha brillado con luz propia: la de la soprano barcelonesa Adriana Aranda. Sus partes vocales han sido de una dificultad técnica endiablada, tanto en cuestiones de afinación (cual cantante noniana, Aranda ha tirado de diapasón en varias ocasiones) como de empaste con el conjunto instrumental: delicadísimo. A mayores, la articulación y la entonación estaban muy marcadas por esa escritura microtonal tan refinada de Hugo Gómez-Chao: puerta de acceso a la interrelación entre el ensemble (destacadamente, en lo que a las cuerdas se refiere; esta noche, fundamentales) y la soprano. Si Adriana Aranda ha cumplido con creces, también lo ha hecho un GISXX que nos ha ofrecido un estreno interpretado a un altísimo nivel técnico y estilístico, rubricando la potencialidad de los músicos de la OSG cuando estos llevan a cabo un trabajo concienzudo sobre la música de nuestro tiempo (algo que nos recuerda las muchas partituras importantes que de la segunda mitad del siglo XX quedan pendientes en la programación de la orquesta herculina). Es por ello que no nos extrañó la enorme ovación con la que el público despidió el concierto, vítores y bravos incluidos, algo que muestra la sensibilidad y la apertura del público de RESIS hacia este tipo de música.
De este modo, el primer concierto en 2021 del festival herculino nos ha hecho sentir un poco más parte de esa Europa que, como archipiélago cultural, tantos anhelamos. No quisiera concluir esta reseña sin dedicarla, in memoriam, a uno de esos europeos que ha contribuido a construir lo que somos hoy en día, desde la escritura, la traducción y el teatro:
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